PECADO DEL DESEO romance Capítulo 29

Mi cuerpo se mueve en sentido de sus penetraciones.

Mi espalda está rozando con el sofá. El dolor de mis entrepiernas se va entumeciendo gradualmente. Miro al techo aturdida. Parece que el mundo da vueltas ante mis ojos y alguien ha sacado mi alma de mi cuerpo, ahora solo soy un cuerpo sin vida.

Me insulta mientras mete profundamente su erección:

—Selena… ¡Perra!

—¿Te ha hecho esto?

Miro a sus ojos malvados y burlones. Entra tan intensamente en mi cuerpo que casi no lo soporto. Pero mi doloroso grito lo excita aún más.

Me agarra del hombro y sonríe:

—Qué tonterías digo. Kenneth no puede hacerte esto… ¡No puede!

—¿Y esto? ¿Te lo ha hecho?

Baja su cabeza y muerde en el pecho.

—Clyde…

—¿Dónde te ha tocado? ¿Dónde te ha besado? —Es como una fiera loca:

—¡Habla!

—¡No, no! —No lo soporto más. Solo puedo suplicar piedad—. Clyde, por favor, déjame en paz… Kenneth y yo no hemos hecho nada. Te lo ruego…

—¡Dime! ¿A quién perteneces?

—A ti…

—¡¿Quién soy?! —gruñe.

Estoy tan asustada que no puedo emitir palabra. Me tiembla todo el cuerpo. Unos segundos después le hablo con miedo:

—Eres… Clyde.

—¡Dilo otra vez!

Cierro mis ojos:

—Yo te pertenezco. Pertenezco a Clyde.

Solo así Clyde me suelta. Llega a su clímax y jadea complacido. Cunado se calma, se baja del sofá.

Yo me pongo el vestido y tropezando voy al baño.

Saco el papel higiénico para limpiar el lugar húmedo y doloroso. Me sorprendo cuando veo sangre en el papel.

¡Cabrón! ¡Una bestia loca!

Me agacho sin fuerzas, jadeando como un pez fuera del agua. Ni siquiera tengo fuerzas para abrir la ducha y limpiarme el cuerpo. Me arden las entrepiernas y me duele como si están partidas.

Entierro mi cara entre mis rodillas. Tengo muchas ganas de llorar, pero no me salen las lágrimas.

Clyde abre la puerta y me mira con frialdad. Se ha arreglado y sigue siendo el noble señorito de la familia Santalla. Me mira como si fuera lo más repugnante del mundo. La indiferencia y el desprecio en sus ojos se me clavan profundamente en el corazón.

Me ha quitado el último juicio que me quedaba, así que le grito histéricamente:

—¡Fuera!

—Clyde, ¿no puedes… dejarme algo de dignidad?

Frunce el ceño ligeramente. Luego se acerca, me agarra de la muñeca bruscamente y me levanta del suelo.

—Te pediré cita en el médico para mañana —dice impasiblemente.

Lo fulmino con la mirada y una sensación de humillación se apodera de mi mente.

—No hace falta —digo.

—Eso no lo decides tú. —Curva sus labios—. Allí es donde te follo. ¡Si está herido tengo que curarlo! De lo contrario, ¿dónde quieres que te penetre en el futuro?

Reúno todas mis fuerzas en la palma y lo abofeteo sin piedad.

El golpe suena muy fuerte, tanto que mi cuerpo tiembla. Mi palma duele por el impacto. Un lado de la cara de Clyde empieza a enrojecerse de inmediato.

Lo miro en silencio, finjo no tener miedo. Sé que tengo que soportar su ira después de abofetearlo, pero no me importa porque lo que dijo merece la bofetada.

Clyde toca su cara sin decir nada. Su rostro es frío y aterrador.

En el silencio sepulcral parece haber pasado siglos.

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