PERVERSIÓN romance Capítulo 23

—Joder Sara. Ten claro que hoy vas a ser el centro de todas las miradas allá donde vayas -le dije sinceramente.

-Esa es mi intención. Ya te dije que quería ver donde estaban mis límites y qué mejor que aquí donde nadie nos conoce- la veía muy segura de sí misma.

Me cambié rápidamente para aprovechar bien el día y comprobar de primera mano cómo mi mujer deslumbraba a todo ser viviente que se cruzara. Sara, por si acaso, cogió una ligera rebeca por si volvíamos tarde al hotel y refrescaba el tiempo aunque no se la puso, quería empezar el espectáculo ya allí en el hotel. Y vaya si lo hizo.

Desfiló por todo el hall del hotel ante la atenta mirada de todos los hombres allí presentes, yo el primero, moviendo sus caderas más de lo normal con el afán de provocar aún más y dirigiéndose al mostrador de recepción. Allí el pobre chico tuvo que atender las preguntas de mi mujer mientras ella se apoyaba en el mostrador, con sus brazos cruzados bajo su pecho elevándolo aún más y casi plantando sus tetas en su cara. Qué mal rato pasó el pobre.

Al fin, cuando mi mujer consideró que ya tenía bastante, volvió conmigo que la miraba asombrado.

Menudo cambio que había experimentado Sara en pocos días.

Eso sí, se notaba que aún se estaba acostumbrando a esas sensaciones nuevas por el hecho que volvía con su rostro totalmente ruborizado y le temblaba levemente el cuerpo fruto de los nervios. Salimos a la calle abrazados por la cintura, tranquilizándola así con mi presencia, mientras ella me iba contando todo lo que había sentido al notar las miradas clavadas en ella.

Aunque se notaban los nervios pasados y algo de vergüenza, me quedó claro que le había encantado sentir como la desnudaban con la vista y, sobre todo, el apuro del recepcionista que no sabía dónde posar sus ojos para deleite de ella. El resto del día fue algo similar.

Allá por donde fuéramos Sara iba exhibiendo su cuerpo, llamando la atención de todo el mundo y eso que, siendo vacaciones y día caluroso, no faltaban mujeres exuberantes por doquier y ligeras de ropa. Pero Sara era especial, allí se sentía liberada y libre de prejuicios y estaba dando rienda suelta a su sensualidad reprimida hasta ahora, emanando erotismo por los cuatro costados. Y yo encantado de la vida.

Y no era para menos, ya que aparte de estar disfrutando de la liberación de Sara, podía disfrutar con su beneplácito de las mujeres que por allí desfilaban. Ella misma me animaba a mirar a una u otra, comentando los atributos que más llamaban su atención y, claro, yo más feliz que nadie en el mundo acompañado por el amor de mi vida mientras repasábamos al resto de mujeres que nos encontrábamos por delante.

Creo que aquel día, si no nos recorrimos toda Sevilla a pie, poco nos faltó. A última hora de la tarde, ya cansados, Sara sugirió volver al hotel y comer en un restaurante que había justo al lado para recogernos pronto.

Entre el madrugón, el poco dormir de la noche anterior y la pateada de ese día, estábamos hechos polvo. Yo acepté encantado y caminamos de vuelta al hotel. Allí nos cambiamos la ropa sudada por la caminata y el intenso calor que había hecho ese día. Una vez más, Sara me sorprendió con su atrevimiento al ponerse un vestido de tirantes bastante corto que mostraba generosamente sus muslos.

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