PERVERSIÓN romance Capítulo 33

—Claro que lo hice, ya no razonaba nada, solo podía pensar en sexo y tenía aquel caramelo ante mi boca... así que la abrí, lamí su polla, la chupé y al final me la tragué. Dios, qué rica estaba... Borja me sujetó por la cabeza y empezó a follarme con ella, tratándome sin miramientos, como la zorra y puta que soy...

Aquello me hizo enloquecer y, abrazándome a ella, la tumbé

sobre la cama quedando yo encima de ella, siendo yo ahora

el que la penetraba con furia, no dándole tregua y totalmente

fuera de mí, haciéndola enloquecer y arrancándole un nuevo

orgasmo. Sara quedó un breve instante en éxtasis mientras

yo seguía bombeando sin descanso, provocando que al poco

volviera a entregarse al placer que mis embestidas la estaban

provocando.

-Pedazo de puta estás hecha... comerte otra polla que no es

la mía... a saber qué más le hiciste al desgraciado ese... -le

dije con rabia mientras seguía taladrando su encharcado

coño.

-Solo comérsela, cielo... te lo juro... eso sí, me tragué toda

la leche que descargó en mi boca...-dijo provocándome.

Y vaya si lo hizo. Con un ritmo brutal y con el sonido de

nuestros gemidos y nuestra respiración agitada, el traqueteo

de la cama y el chocar violento de nuestros cuerpos sudados,

acabé de arrancarle un nuevo orgasmo a la vez que me

tocaba ahora a mí descargarme dentro de ella, liberando la

tensión tras toda aquella historia ficticia pero sumamente

excitante. Caímos los dos, el uno al lado del otro, exhaustos los dos

pero plenamente satisfechos tras otro polvo antológico. No

dijimos nada, tal como estábamos buscamos acoplar nuestros

cuerpos cansados, nos abrazamos y nos entregamos a los

brazos de Morfeo.

El domingo me despertó el sonido del móvil alertándome

que era la hora de levantarse. Teníamos que dejar el hotel

antes del mediodía y nuestro tren salía a primera hora de la

tarde. Me dolía todo después del trajín de la pasada noche y

el escaso descanso para reponer fuerzas.

Mi cuerpo pedía a gritos seguir durmiendo pero sabía que no

podía ser. Me incorporé en la cama y alargué mi brazo para

acariciar la espalda desnuda de Sara que seguía durmiendo

ajena a todo. Se agitó al notar mi caricia pero siguió sin dar

señales de vida y yo proseguí recorriendo su espalda hasta

alcanzar su nalga desnuda que amasé con fruición.

Ahora sí que empezó a reaccionar a mis estímulos y movió

levemente la cabeza, buscándome, mirándome con aquellos

ojos soñolientos rogándome que la dejara en paz un rato

más.

-Despierta dormilona -le dije- tenemos que arreglarnos y

recoger todo para dejar la habitación.

-¿Ya? ¿No nos podemos quedar una semana más? -dijo en

apenas un murmullo.

Ojalá. Lo que habíamos vivido esos días era inolvidable, un

cambio en nuestras vidas sin marcha atrás y yo feliz con ello.

Si por mi fuera me quedaría para siempre en aquella ciudad

donde tanto habíamos disfrutado los dos. Pero era hora de

volver a nuestro hogar, donde podríamos seguir gozando de

nuestra nueva forma de vivir la vida aunque supuse con algo más de freno. No creía que allí Sara se atreviera a mostrarse

tan desinhibida como aquí pero, tiempo al tiempo.

-Venga va. Voy a darme una ducha y cuando salga no quiero

verte en la cama -le dije levantándome y yendo desnudo al

cuarto de baño.

-Ese culito... -sentí a mi espalda.

Me giré para encontrarme con su mirada que no perdía

detalle de mi cuerpo desnudo. Sus ojos brillaban excitados,

se mordía su labio inferior de forma sugerente y la visión de

su cuerpo, ahora medio ladeado, dejando entrever la silueta

de sus pechos, hizo que empezara a empalmarme de nuevo.

Pero no podía ser y me apresuré a meterme en el cuarto de

baño y cerrar la puerta tras de mí. No me fiaba un pelo de

Sara y no teníamos tiempo que perder.

Estuve largo rato bajo el agua, intentando aligerar el

cansancio que tenía y aliviar la calentura que mi mujer

siempre conseguía provocar en mí. Cuando acabé, me lié con

la toalla y salí para vestirme. Pero no acabé de hacerlo ya

que, al abrir la puerta, lo primero que sentí fueron los

gemidos ahogados de Sara.

Asomé levemente la cabeza y contemplé, en la cama y

totalmente abierta de piernas, a mi mujer con una mano

estrujando sus tetas alternativamente y la otra perdida en su

sexo, frotando con vigor su clítoris y buscando alcanzar el

orgasmo y aligerar la calentura que yo no había querido

aplacar.

La imagen era enormemente excitante y no tardé en tener

una erección considerable bajo la toalla húmeda. Miré la

hora apurado y luego el cuerpo de mi mujer, indeciso. Al

final, como siempre, la excitación pudo más que la razón. Me desprendí de la toalla y avancé hasta la cama cogiendo

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: PERVERSIÓN