PERVERSIÓN romance Capítulo 38

—¿No eras tú el que decía que, en igualdad de condiciones, sería igual o más atrayente que ella? ¿Qué solo debía mostrarme más? –su cara denotaba, a aparte de enfado, decepción por mi comentario. Y yo en ese momento me di cuenta hasta qué punto la había cagado.

-Pues sabes qué… que esta noche te vas a enterar de lo que soy capaz de hacer –su voz delataba su decisión, lo determinada que estaba a darme una lección- esté o no Daniela, te aseguro que esta noche voy a ser el centro de atención, todos los hombres del local van a querer ligar conmigo y meterme mano y quién sabe, a lo mejor hasta me dejo… Se levantó del sofá y se fue al dormitorio, dejándome allí plantado y con un escalofrío de temor recorriéndome el espinazo.

Las palabras de Sara me llenaron de temor. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar para darme una lección? No hacía ni cinco minutos que Sara se había encerrado en el dormitorio cuando mi teléfono pitó alertándome de la llegada de un mensaje. Cuando lo miré me sorprendió ver que era de Daniela. ¿De dónde había sacado ella mi número de teléfono?

-Hola Carlitos. Me acabo de enterar que esta noche os vais a pasar por el Heaven. Ya verás que bien nos lo vamos a pasar… estoy deseando que llegue ya —Recibir este mensaje, aparte de molestarme por no saber cómo había conseguido mi número y cómo se había enterado que íbamos a ir al Heaven, hizo que me tranquilizara algo. Y es que me hizo recordar que también estaría allí Roberto, su jefe.

Y que, con él delante, Sara no sería capaz de comportarse como me había amenazado de hacer. Y eso me quitó un peso de encima, uno muy grande. Aun así, tampoco quería seguir más tiempo enfadado con Sara y, como al fin y al cabo, la culpa era mía era mejor una disculpa a tiempo. Con esa intención fui al dormitorio en su busca y allí me la encontré, sacando cosas del armario, buscando qué ropa ponerse esa noche para deslumbrar a todo el local. Sus intenciones eran claras. Vestidos escuetos, ropa interior sugerente… todo indicaba que seguía empecinada en convertirse en el centro de atención allá donde fuéramos esa noche. Suspiré resignado consciente de lo difícil que iba a ser tratar de arreglar mi estropicio.

-Sara… -la llamé.

Ella se giró al escucharme, con sus brazos en jarras y la mirada dura. -Lo siento –le dije- tienes toda la razón en estar enfadada conmigo. Fui yo el que te animé a desinhibirte y a mostrarte tal como eres y, a las primeras de cambio, el primero que duda de tus capacidades. Así que lo siento, de verdad.

-¿Lo dices en serio o solo para intentar convencerme que no siga con esto? –me preguntó todavía enfadada conmigo.

-Lo digo en serio. Dije que te iba a apoyar, que respetaría tus pasos y eso pienso hacer. Si tú crees que es lo que quieres hacer, respeto tu decisión y te apoyaré. Solo te pido que hagas las cosas porque quieras y no para darme un escarmiento, que no dudo que me merezca…

Por un momento vi como su decisión se resquebrajaba, su mirada se ablandaba y dudaba sobre si perdonarme o no por haber dudado de ella, por haber roto mi promesa. Al final, optó por una solución salomónica…

-Anda tonto, ven aquí –me dijo abriendo sus brazos para que me refugiara en ellos, cosa que hice al instante. Estuvimos un rato abrazados, sintiendo nuestros cuerpos y sellando la paz tras aquel conato de discusión que, por fortuna, no había durado demasiado.

-Pero no creas que te vas a escapar sin recibir tu castigo… - me dijo mientras aun seguíamos abrazados. Me separé de ella resignado, dispuesto a saber cuál iba a ser mi penitencia a pagar, sin imaginarme remotamente lo que mi mujer tenía planeado en su cabecita para hacerme pagar mi desplante.

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