Porque Yo lo digo (COMPLETO) romance Capítulo 3

— Buenos días, señor Allen ¿tuvo un buen fin de semana?

Saluda Danielle, mordiéndose la lengua y fingiendo no estar al borde del colapso.

— No, y fue gracias a ti

La apunta con el índice de la mano que sostiene su maletín, atravesándola con esa salvaje mirada negra.

— ¿Disculpe? ¿De qué modo podría haberlo arruinado?

— No has confirmado mi asistencia a la cena de inversionistas del teatro Moon. He tenido que ser rescatado por el administrador para poder ingresar —explica molesto.

— Un malentendido, lo confirmé hace 3 semanas, incluso hablé con la organización para que no le sirvieran nada con frutos secos o con orégano.

— Como sea, tienes que estar alerta.

— No se volverá a repetir, señor.

Dando media vuelta se encaminó a su despacho, agarró la manilla para abrir la puerta y añadió mirando a su asistente por encima del hombro:

— Bonito conjunto, al fin le atinas con algo decente.

Inspirando aire sorprendida por su descaro Danielle, replicó sin dudarlo.

— El que a usted le agrade o no lo que traigo puesto no quiere decir que sea feo o lindo. Tal vez es usted el que tiene gustos extraños por la ropa de mujer –contesta sin dudarlo. No iba a dejar que criticara su vestuario.

— ¿Ropa de mujer? —repite con sorna—. Por favor si eres solo una niñita.

— Una niñita que sabe hacer perfectamente bien su trabajo.

Protesta ofendida por el “niñita”.

— ¿A sí? ¿Qué pasó con la reserva del sábado entonces?

Se gira completamente para encararla con esa arrogante mirada que incomodaba a todo el mundo.

— Fue un error de la organización, en breve les enviaré un mail por lo sucedido.

— Tú error —le insiste.

— De la organización.

Exasperada hizo lo que hace bastante seguido, contar hasta diez para calmarse. Hombre antipático, si no fuese su jefe, hace bastante que estaría viviendo y formando familia en la mierda, porque es allí a donde lo manda mentalmente cada vez que se pone pesadito.

— Como usted diga, Don Nicholas —replica con una pequeña sonrisa.

— “¿Don?” –pregunta con el ego herido.

— Sí, ya sabe, por respeto a mis mayores —se encoge de hombros con fingida inocencia.

— ¿A tus…? ¿ME ACABAS DE LLAMAR VIEJO? —chilla perdiendo la compostura.

— No, claro que no, señor.

Y ya estaba enojado. Esa pequeña venita en la cien, se hincha cada vez que se enfada ¡ja! rió para sus adentros Danielle, no solo usted don “Porque yo lo digo” puede burlarse de la gente.

— Deja de perder el tiempo apoyada en el lugar de trabajo de mi secretaria y prepárate para hacer mi agenda.

— Por supuesto, señor. En cuanto sean las 8 de la mañana comienzo a trabajar.

Suelta con todo el sarcasmo del mundo. ¡Toma engreído!

— ¿Dónde está la señorita Thomas? —espeta ignorando su insolencia.

— En el baño —miente.

— Ve por ella ahora, y no me salgas con eso que todavía no estás en horario de trabajo, te pago las horas extras.

— Por supuesto, señor.

Lanzándole la más angelical de sus sonrisas, se encaminó a los baños a paso descaradamente lento.

— ¡Para hoy, señorita Ross!

Vocifera asegurándose que el guardia del parking subterráneo lo escuchase bien. Pero Danielle, no se molestó en voltear, el portazo que siguió al grito le dejó súper claro que se había encerrado en su baticueva.

— ¡Frida! —gritó al estar en el interior del baño de mujeres, sabía que no habría nadie a esa hora—. Maldita, maldita seas ¿dónde te metiste mujer? Justo el ÚNICO lunes al mes que es ultra necesario que llegue a la hora ¡se duerme!

Continuando con su desahogo hablando sola en el baño, Danielle, caminó de un lado a otro expresando todo lo que deseaba decirle a su amiga en cuanto la tuviera en frente. Y cómo si eso fuera poco no contestaba sus llamadas. Se turnó para enviarle groserías por mensaje de texto y seguir insistiéndole al teléfono.

¡20 minutos tardó en responder!

— ¡Dani! ¡Se fue la luz en el metro, estoy atrapada!

Fue lo primero que escuchó al darle a contestar a la pantalla de su celular.

— Frida, son las 8:20 de la mañana ¡le dije al ogro sensual que estabas en el baño!

— Dile que estoy vomitando como grifo abierto, me voy a desmaquillar para que me vea enferma —en su mente Frida, ya tenía la excusa perfecta.

— Sí, píntate unas ojeras ¡floja! Hasta aquí siento como vas corriendo por la calle, mentirosa.

— Ay Dani, tu puedes con el señor Allen, cúbreme, por favor, por favor, por favorrrr —lloriquea con voz de niña.

— No sé qué más hacer, ya le mentí diciendo que estabas en el baño —suspira preocupada.

— Dile que me viste en el baño vomitando y que luego desaparecí, ya has mentido bastante por mí este mes —le recuerda de mala manera, obligándola a hacerlo.

— Eso no es lindo, detesto mentirle a la gente.

— Será la última vez, lo prometo, Dani

— Me va a matar cuando le diga que no estás —insiste Danielle.

— Ay, no es tan malo —gruñe Frida, al notar la negativa de su amiga

— ¡Púdrete irresponsable!

Le cortó, no necesitaba seguir oyendo cómo le insistía en que mintiera otra vez por ella. Sabía que volvería a hacerlo. Contó hasta diez. Calmó su respiración y echando humo por las orejas salió del baño, se acomodó la chaqueta, de camino agarró sus cosas del lugar de trabajo de Frida, las regresó a su cuchitril (un rincón impersonal pegado a la oficina del jefe) agarró la agenda y se dirigió al despacho de Bruce Wyne (Batman). Tocó a la puerta aguardó a escuchar algo, pero tuvo que insistir.

— ¡Entra de una vez!

Gritó la melodiosa y angelical voz de su jefecito.

Nicholas, estaba muy cómodamente tras su escritorio leyendo las noticias en su iPad con esas gafas de marco grueso que tan bien le sentaban (ya saben, las típicas RayBan)

— Lamento interrumpir su lectura señor Allen, pero Frida, no se encuentra disponible ¿puedo hacer algo por usted?

Levantando la mirada de su lectura por tres segundos, le echó una mirada a Danielle, sabía que nuevamente estaba encubriendo a la secretaria.

— ¿Estás preparando los informes para la reunión?

Preguntó sin apartar la mirada de la pantalla de su iPad

— Son 30 copias, las puse a imprimir apenas llegué a la oficina ¿encuaderno la suya también?

— No, en mi carpeta personal.

— Por supuesto —suspiró aliviada porque no pidiera más detalles de Frida.

— Necesito que verifique las direcciones de mi agenda, quiero una actualización completa. Llame a todos los contactos para asegurarse que están bien los datos.

PUTO NICHOLAS ALLEN, TE PATEARÍA TU BATICULO ¡Son 130 contactos!

Gritó Danielle, a todo pulmón para sí misma. Siempre hacía algo así cuando estaba enfadado, cargarla de trabajo.

— Y ya que sigues allí parada perdiendo el tiempo, quiero otro cappuccino, este ya está frío —señala la tasa con una mueca de asco—. Tienes 3 minutos —levanta la mano enseñando tres dedos.

Como una bala Danielle, corrió por la taza para desaparecer de ese despacho. Ahora tenía que encontrar a alguien en la sala de descanso que la ayudara con la maquina endemoniada ¡Pero todos entran a las 9 de la mañana! Qué maldito lunes le había tocado, solo pensaba en eso. La mala suerte de día lunes pronosticaba la peor semana del mes.

Y allí estaba la endemoniada máquina de cappuccino, con su brillante armadura, sus artilugios y sus malditos granos de café costosos ¿por qué no prefiere solo una taza de café con un chorrito de leche encima y ya? ¿Por qué le tenía que tocar un jefe tan “delicadito”? todo sin azúcar. Light. Bajo en calorías. Sin grasas trans ¡si el culo gordo no se lo baja nadie!

— Dani ¿te ayudo con el café?

Sí, la babosa voz del denominado “come mujeres” de la oficina le sonó a coro de ángeles cantando.

Con un dramático suspiro de alivio, sonrió antes de girarse y encontrar a Jordan, apoyado contra el marco de la puerta en plan seductor, con esa barba de varios días y los colmillos recién afilados.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Porque Yo lo digo (COMPLETO)