Porque Yo lo digo (COMPLETO) romance Capítulo 6

Y el día comenzó desastroso. El vejete de la sastrería finolis, se quedó dormido y llegó a las 8:30 de la mañana, con Danielle, histérica porque su jefe no dejaba de llamarla al celular cada dos minutos, prácticamente le arrebató el juego de llaves y comenzó a probar una por una en la chapa. No entendía por qué posible razón debía tener tantas copias. Parecía carcelero.

— Jovencita pruebe con las más antiguas.

— Señor Foster ¿seguro que no recuerda cual es la llave?

— No, mi esposa es la que se encarga de abrir la puerta mientras yo sostengo el café por el que pasamos cada mañana, pero Hilda, está resfriada esta mañana y se quedó en cama.

— ¿No podemos llamarla para preguntarle? —sugirió Danielle, mientas peleaba con otra llave.

— Estará dormida, vamos deje que lo intente una vez más y ya conteste ese celular que me está volviendo un poco malhumorado.

— Debe ser mi jefe, de seguro está furioso porque no tiene su tonto cappuccino.

— Conteste, no vaya a ser que el señor Allen, se enfade. Vamos, sea responsable.

Tomando una larga bocanada de aire le regresó las llaves al señor Foster, se alejó unos metros y contestó la llamada.

— Buenos días, señor Allen —saludó conteniendo la respiración.

— ¡Donde demonios estás! ¿Te das cuenta de la hora que es y tu escritorio sigue vacío?

— Tuve un pequeño contratiempo recogiendo su esmoquin, pero ya estoy solucionándolo.

— ¿Dónde está mi café? Sabes perfectamente que me gusta comenzar el día con mi cappuccino.

— Ese no es mi trabajo, usted despidió a la secretaria.

— ¿Escuché bien? ¿Acabas de quejarte y cuestionar mi decisión de despedir a esa calienta sillas?

— Para nada, solo le recuerdo que no he llegado porque estoy cumpliendo con la orden que me dio ayer por la noche, nada más.

— Señorita Ross, mueva su humanidad hasta la oficina ahora mismo si no quiere seguir con el destino de su amiguita.

— Las amenazas están prohibidas en el reglamento interno de la empresa.

— Que insoportable que eres. Media hora.

Fue todo lo que dijo antes de cortar la llamada. Furiosa con el señor Foster y con la palabra en la boca, Danielle, fulminó con la mirada al relajado sastre. ¿Cómo era posible que en los años que llevaba trabajando no hubiese abierto nunca la maldita puerta?

Determinada a arrebatarle las llaves una vez más, se acercó con ojos llameantes que de seguro lo asustaron porque en un intento más encontró la llave ganadora. ¡Sí! Finalmente pudo recoger el traje de Nicholas y correr por un taxi, porque ni loca se sube a un autobús, llegaría aun más tarde de lo que ya estaba llegando.

En cuanto el ascensor se detuvo en el piso 16 inició una carrera para llegar cuanto antes a su escritorio, eran las 9:30 de la mañana, un horror, ella siempre llegaba temprano, le gustaba ordenar sus mañanas antes que llegara el endemoniado exigiendo su puto cappuccino. Así que a toda prisa encendió su computadora, colgó el estuche con el esmoquin que le había costado su primera falta en el trabajo. Revisó la agenda rogando para que hubiese algo que la mantuviera alejada de Nicholas, por un rato mientras se ponía al día.

Y sí, tenía una reunión privada fuera de la oficina, era de carácter personal por lo que no necesitaba a su asistente. Qué alivio, Danielle, suspiró con fuerza, tranquilidad en el trabajo, era todo lo que pedía, al menos por un ratito.

Pero la línea privada comenzó a sonar incluso antes que pudiera recostarse sobre el respaldo de su muy cómoda silla.

— Señor Allen —contestó.

— Hasta que se digna a presentarse a trabajar —espeta burlón—. Cancele mi reunión privada y re agende para la próxima semana.

— Sí señor.

— Prepárese para hacer una inspección por toda empresa, y no olvide mi reserva para almorzar.

— Enseg…--

— Y quiero mi correspondencia ahora —continuó sin darle tiempo para responder.

— Claro se…--

— ¡Y los informes! Yo que tú comienzo a correr

Suelta con una tremenda sonrisa en el rostro, lo estaba disfrutando.

— Tomo nota ¿algo más?

Pregunta con el lápiz listo para seguir tomando nota.

— Sí, envíe un ramo de flores a Vanessa Mitchell

— ¿Algún tipo en particular? —pregunta molesta porque le esté dando trabajo de su secretaria.

— Sí, de buen gusto, nada corriente u ordinario.

— Con mucho gusto ¿la tarjeta con algún mensaje?

— Sí “Repetimos cuando tú quieras”.

— Anotado.

— A las 10 iniciamos el recorrido. Tienes 35 minutos para hacer lo que te pedí.

Y cuelga el maleducado. Con ganas de estrangular a alguien comienza con el listado de tareas que le dio, dejando para el final el asunto de las flores, o era capaz de enviarle un mensaje de advertencia sobre lo insoportable que era el hombre con el que la tal Vanessa estaba saliendo.

Cuando la hora del almuerzo llegó, Danielle, casi estaba llorando de felicidad, ¡gracias a Dios! El señorito se había retirado a almorzar. Ella hizo lo mismo, se retiró a la sala de descanso en donde comió su sándwich de pavo y bebió una refrescante coca cola bien fría… y luego regresó a su escritorio.

Este parecía el día sin fin, corriendo de un escritorio al otro para atender todas las llamadas del puesto de la secretaria que ya no existía porque la había despedido.

A las 4 de la tarde se dio por vencida. Escapó del ping-pon en que se había metido, ya que el jefecito se negaba a llamarla a la línea directa del escritorio de la

secretaria. Escapó a la sala de descanso por una taza de té. Estaba sola, así que se dejó caer sin ninguna elegancia sobre el sillón, se quitó los hermosos y satánicos tacones negros a juego con su falda de tubo negra, su blusa rojo vino y su chaqueta ajustada negra. Le encantaba este conjunto, era uno de los pocos que se ha comprado desde que consiguió el trabajo de asistente de Lucifer.

— ¿Necesitas un masaje en esos hermosos pies?

La voz de Jordan, la hizo abrir los ojos de golpe, estaba tan cómoda que casi se duerme.

— Jordan, hola

Se acomodó correctamente en el sillón y se calzó los zapatos de inmediato.

— Tranquila, te mereces un respiro —le sonríe galán—. Todos especulamos cuánto vas a aguantar corriendo de un escritorio a otro.

— ¿Qué ya hay apuestas?

— Algo así, el jefe hoy está insoportable ¿qué hiciste?

Pregunta mientras toma asiento junto a ella, aprovechando la oportunidad para echar un descarado vistazo al escote de su blusa.

— Existir —ríe—. Llegué tarde y nadie le dio su café de las mañanas —suspira culpable.

— Tu nunca llegas tarde ¿pasó algo?

— Nada importante… ¿cómo es eso que me llevas controlada? —frunció el ceño alerta.

— Vamos ¿Cómo voy a perder de vista a la chica más linda de la empresa?

Ronronea acomodándose un poco más cerca de ella.

—Sí claro, te sirven todas —lo acusa con tranquilidad—. Eres el mujeriego de la oficina.

— Al menos soy atractivo —se encoge de hombros con arrogancia, seguro de su atractivo.

—Sí, eso no lo discuto —le sonríe algo incómoda.

— Entonces ¿Cuándo tenemos nuestra cita?

Manteniendo la ahora nerviosa sonrisa en el rostro Danielle, se levantó del sillón y se acomodó la chaqueta, lista para escapar de él.

— No tengo citas…

Mintió a medias, ha pasado un buen tiempo desde que tuvo una cita.

— Vamos a pasarla muy bien —afirmó dándole una morbosa repasada desde sus tacones hasta llegar a su rostro.

— Jordan, gracias por la invitación pero no voy a salir contigo.

— ¡No seas aguafiestas! —alza la voz algo molesto, levantándose del sillón.

— Yo no…--

— Sé cómo divertir a una chica y conmigo querrás tener un millón de citas —arquea las cejas insinuándose.

Captando el mensaje implícito en aquella insinuación, Danielle, se apresuró a rechazarlo con educación, comenzaba a asustarla.

— No estoy interesada, lo siento.

— ¡Vamos! Dame una oportunidad. Una cena y ya.

Le insistió aproximándose con ojos hambrientos, invadiendo su espacio personal y bloqueándole la salida.

— Yo…, Jordan… —suspira rendida—. No estamos en la escuela…, por favor necesito pasar, el señor Allen, debe estar llamándome…

— No, no nos movemos hasta que digas que sí —declaró muy decidido.

— Pero qué pesado eres. No quiero salir contigo, ya déjame pasar —exigió muy seria.

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