Poséeme romance Capítulo 3

Ni bien Abril llegó hacia la oficina, explicó lo sucedido, dado que algunos clientes habían llamado a la agencia y se habían quejado de la tardanza. La verdad que solo había estado 20 minutos varada en el tránsito. Tiempo suficiente para que le costará su trabajo ¿Qué iría hacer ahora? Había perdido su segundo sustento y con él las ilusiones de juntar cuanto antes el dinero para que Catalina pudiera volver a caminar.

- ¡Grandísimo imbécil! – entro al departamento a los gritos y tirando su morral al suelo.

- ¿qué sucedió, por qué estas tan temprano en casa? – indaga sorprendida Erika quien aparece desde la cocina con un delantal de chef y toda llena de harina y detrás de ella, Cathy, toda enharinada y conteniendo la risa. Aunque claramente la imagen era divertida y las tres estallaron en carcajadas.

- ¡qué te pasó hermana? – y fue entonces que recordó por qué estaba tan enojada.

- Por culpa de un imbécil, perdí el trabajo. – eso fue suficiente para que la sonrisa se borrara del rostro de la niña por completo. – no… no… amor que cómo sea conseguiré ese dinero para que podamos viajar.

- Sí y yo la voy ayudar. – dice Erika, aunque, a decir verdad, juntar esa suma y encima en dólares era casi imposible. Pero no podían romper las ilusiones de la niña, porque solo ella sabía lo que se sentía estar postrada en esa silla de ruedas. De repente, el teléfono de la casa, sonó y las tres se miraron fijamente y Cathy al mismo tiempo que Erika gritaron.

- ¡otra vez ese pesado! – y concluyeron con risas.

“El pesado” no era otro más que Mauro, su novio con quien llevaban 1 años y medio de relación y tenían planes a futuro juntos.

Desde que había pasado todo aquello de los padres de Abril, siempre estuvo predispuesto ayudarla, hasta trabajaba el doble para poder juntar algo de dinero y ponerlo “en el pozo” de dinero para que Cathy pudiera volver a caminar. Ella merecía poder cumplir su sueño de ser una gran bailarina y sabía cuan importante eran sus piernas para lograrlo.

- Hola amor. – habla del otro lado de la línea.

- Hola mi vida ¿cómo estás? – le pregunta ella tratando de que no se le notara el malestar por haber perdido el trabajo.

- Bien, por suerte bien. Pero gracias a Dios que pude comunicarme con vos, quiero invitarte a comer a un lugar muy lindo. – él llevaba un mes en su segundo trabajo como cajero en un banco y quería invitarla a cenar a un lugar lindo donde ella pueda sentirse cómoda sin preocuparse por nada. Llevaba seis meses alterada por las circunstancias y era momento de respirar un poco.

- No lo sé amor, tengo que cuidar a Cathy y ayudar a Erika con la cena. – dice, pero de fondo él podía escuchar los gritos de ambas mencionadas que desestimaban su escusa.

- Por favor mi amor, te juro que no te vas arrepentir. Además, tengo muchas ganas de tí. – era increíble como él, refiriéndose a sexo, podía sentirse tan intimidado. Será por eso que le gustaba tanto y lo quería tanto. Se sentía enamorada, nunca antes se había sentido así.

- Bueno, esta bien. – dice poniendo los ojos en blanco.

Esa misma noche, había elegido ponerse un vestido blanco que resaltaban muy bien sus pechos grandes y turgentes y cómo sería una noche especial y fogosa, se había elegido un escote prominente, pero a la vez sugestivo porque ya que llevaba un encaje color piel que te daba a creer que no solo le cubría sus pechos esa tela blanca, cuando era un todo.

Eligió ponerse unos zapatos taco aguja de color plateado y para el cabello, se lo dejó suelto en tanto el flequillo, negro como la noche, estaba colocado hacía un costado. Como maquillaje, se puso pestañas postizas, un delineado de gato que resaltaban sus ojos cafés oscuros y un rojo fuego en sus labios que podría encender ideas a cualquier hombre o mujer que pasara por la calle.

Una vez que estuvo lista, el timbre sonó y cuando ella abrió la puerta, se encontró con su novio, vestido casi de gala, por el lugar donde iban, y con una flor en la mano. Una rosa roja como sus labios.

- Awww. – dijeron al unísono Cathy y Erika. Lo cierto era que se estaban burlando de lo cursi que podía ser a veces ese hombre, pero aun así le encantaba para ella. Por qué, además, él había sido muy importante para las dos cuando murieron sus padres.

- Basta. – dijo ella riendo a sabiendas de que ese tipo de comentarios lo hacían poner rojo a Mauro.

- Hola amor. – dice por lo bajo y deposita un beso en sus labios.

- Hola vida mía. – contesta ella mirándolo con ojos de enamorada. - vamos porque estas dos dicen cualquier estupidez. – y se van al compas de las risas de su hermana y su amiga que los miran desde la puerta.

- ¡usa condón cuñado! – le dice Cathy y Abril se dio la vuelta para hacerle señas de que cierre la boca conteniendo la risa.

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