Relatos eróticos romance Capítulo 10

Al terminar de leer aquello, no podía creer lo que había presenciado. Esto no podía ser verdad, por culpa de la madre, Ana se estaba marchando de mi lado. Aunque, por otra parte de mí sintió alivio al ver que Ana aún me seguía amando.

Pero esto no podía acabar así. Jamás Ana me dijo que su madre fuera homofóbica y de mente tan cerrada, ¿qué más cosas no me habrá contado?

Con fuerza, agarré el teléfono de mi amada y de un brinco, salté de la cama para ir corriendo en dirección a dónde se había ido mi chica, mi preciosa y hermosa chica. No podía perderla.

—¡Espera! —no sé por qué gritaba, si ella ya no se encontraba aquí, ya era muy tarde. Habían pasado más de veinte minutos desde que se marchó.

Apresurada, cogí un autobús, en dirección a casa de Ana. Aunque su casa se encontrase a escasos diez minutos de la mía, tenía que darme prisa.

Tras cinco minutos de trayecto, llegué y corriendo, fui a la puerta de su casa. Llamé con todas mis fuerzas, insistiendo, hasta que escuche unos pasos venir.

—¿Quién...? —y antes de que pudiera decir nada más aquella persona, entré a la fuerza a la casa. Como un toro bravo.

Miré fijamente a Ana, que se encontraba con los mofletes rojos. Seguramente de haber llorado. Lo que hizo que mi corazón se rompiera en mi pedazos. Imaginarla llorar era lo más doloroso para mí.

—¿Qué haces aquí? —dijo despectiva. Intentaba sonar ruda, pero su voz indicaba lo contrario. Estaba temblando y le salió una voz más aguda de la normal.

—Vine a buscarte. —argumenté apresurado.

—Vete.

—No me iré, Ana. Ya lo sé todo —extendí mi brazo y le entregué el móvil que aún no había dejado de sujetar desde que salí de la otra casa.

Ella miró mi brazo, y el ceño fruncido apareció en su cara. Sutilmente revisó los bolsillos de su pantalón, viendo que estaban vacíos, a lo que en efecto reflejo. abrió los ojos con sorpresa.

—¿¡Por qué miraste mi móvil!?

—Yo... Lo siento. Sé que es tu privacidad, pero sonó y al ver que estaba en el chat de tu madre, me dio curiosidad. —agaché la cabeza, sumisa. Algo muy raro en mí —Pero ya lo sé todo. No te vay...

Antes de que terminara la frase, ella me interrumpió:

-Si ya lo sabes, debes saber que es lo mejor. No puedo desobedecer a mi madre. Lo lamento.

—¡Pero te amo! ¿No hay alguna solución? -estaba desesperada. No podía perder al amor de mi vida, no así. No por culpa de terceros.

-No creo que haya ninguna solución... —dijo Ana algo decaída.

-Yo... -es lo único que conseguí decir, cuando unas lágrimas traviesas aparecieron por mí rostro. Solté toda la respiración, que se encontraba caliente y densa.

Sin previo aviso, la abracé. La abracé como si mi vida fuera a depender de ello. La acaricié del pelo, y ella me sostuvo con fuerza, mientras escuchaba gemidos de lamento. Me aparté un poco de ella, la agarré de los mofeltes y la besé. Mi beso era apasionado, pero dulce al mismo tiempo. Ella me correspondió, pasando su lengua por mis labios.

Quería que este momento nunca terminara. Pero era tarde, tenía que separarme de Ana.

La sostuve de la espalda baja, y me separé para coger aire.

-¿Dónde está tu madre?

-Se fue a comprar. Tardará un rato. ¿Por qué?

-Quiero hacerte el amor, por última vez... -susurré y ella me sonrió.

-Hazme el amor, Anastasia.

Y automáticamente yo, la agarré del cabello, echándolo para atrás, haciendo que su cabeza hiciera lo mismo, dejando espacio en el cuello. Bajé y la dejé besos húmedos por toda la zona, recorrí todo su cuello, hasta llegar a la oreja, donde la chupé y escuché un gemido por parte de Ana.

-Vayamos al salón. -dije autoritaria, y excitada.

Ella solo asintió y entre besos fuimos al salón que se encontraba prácticamente al lado de la entrada.

La tumbé en el sofá, y me puse encima de ella. Sus ojos se volvieron cristalinos, tal vez por la excitación, algo que me encantaba.

Recorrí mi mano por todo su brazo, y después me dirigí a sus pechos. Los agarré y empecé a masajearlos, haciendo círculos. Eran blanditos y además no llevaba sujetador. Un punto a mí favor. Y de repente, ella gimió. Sabía que sus pechos eran un punto débil.

-Me encantas... -la dejé un casto beso en los labios, y seguidamente la quité la camisa, dejando al descubierto sus hermosos pechos.

Su forma era muy excitante para mí, no eran unos pechos redondos, sino en forma de pera, más asequible para poder chupar y meter a la boca.

Tras esos pensamientos, involuntariamente, acerqué mi cara a sus pechos, los junté y rebocé mí rostro en ellos. Y después me metí el derecho en la boca. Empecé a hacer círculos en él con mi lengua. Lo que hizo que Ana sujetara mi camisa con fuerza.

-Ah... -dijo Ana a lo que me prendió de sobremanera.

-¿Ah...? -mordí mi labio y la agarré del cuello.

-Mgh. -susurró con los ojos cerrados. Y tras eso, mi poca cordura se fue al traste y sin previo aviso metí un dedo por dentro del pantalón, encontrándome una zona bastante húmeda.

-Estás tan mojada... -empecé a meter y sacar mi dedo de su vagina.

Ella arqueó su cabeza en signo de placer. A lo que yo empecé a hacerlo más rápido, introduciendo dos dedos en su coño.

Hasta que de repente, alguien llamó a la puerta. Hice un chasquido de fastidio, y separé velozmente mis dedos de su entrada. A lo que Ana soltó un jadeo.

-¿Quién será? -dije cabreada.

-Mi madre no puede ser, ella tiene llaves. -argumentó Ana aún algo sofocado por el placer.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Relatos eróticos