Relatos eróticos romance Capítulo 4

Iba caminado sin rumbo fijo, mientras sujetaba fuertemente el asa de mi mochila. Risas eran presentes cada vez que daba un paso y burlas también.

Soy el típico chico nerd que sabaca buenas notas, pero a cambio de eso no tenía ni un solo amigo. Pero lo que ellos no sabían era que era un muy buen chico.

Salí del instituto, y rendido, fui a una cafetería para tomar algo y verla. Con mis 16 años de edad, me sentía desamparado. Pero mi única salvación era salir y ver a aquella mujer rubia con ojos azules que me había seducido desde el primer día que la vi. Con aquellas curvas y aquel vestido blanco ajustado.

Era una diosa. Una diosa perfecta y hermosa.

¿Quién no se ha enamorado alguna vez de alguien mayor? ¿O sentido atraído? Y si no lo habéis hecho, es porque no habéis conocido aquella mujer que mis ojos devoraba.

Fui y me senté en una mesa cualquiera, y efectivamente ahi se encontraba ella, con aquel vestido blanco del trabajo, con un delantal negro.

—¿Que desea?

Al ver que aquella mujer me había hablado, me atraganté y no sabía que pedir, hasta que pensé en pedir un zumo de melocotón. Aún no podía beber alcohol, así que tenía que dar una buena impresión a aquella chica.

—Un zumo de melocotón.

Ella lo anotó y se fue igual de rápido que vino, con sus patines para que fuera todo más veloz.

Estuve bebiendo aquel líquido anaranjado, y estuve estudiando con mi computadora, hasta que llegó la hora de cerrar. Me levanté, y cuando estaba dispuesto a irme, escucho un grito.

—¡Déjame en paz! —era aquella chica que estaba siendo intimidada por unos hombres.

—Anda, ven con nosotros, lo pasaremos bien. —dijron y empezaron a reírse.

No había nadie para ayudarla excepto yo. Así que cogiendo todo el valor posible, con mi delgaducho cuerpo, fui a donde se encontraban ellos y los miré desafiante.

—Dejadla en paz si no queréis que llame a la policía.

—¿Y este imbécil? Vete con tu mamá, anda. —empezaron a reír y agarraron a la chica de la muñeca.

Ella intentaba zafarse, pero no podía ya que los dos hombres eran muy corpulentos y en consecuencia, muy fuertes.

Con todo el valor que podía, les di una patada en la entrepierna a uno y el otro intentó golpearme pero la chica les dio con la silla que tenían al lado.

Y seguidamente llamé a la policía. Lo más rápido que podía. Hasta que llegaron estuve cuidando de aquella joven.

—¿E-estás bien? —dije dubitativo, sin saber que decir más. Me sentía muy nervioso.

—Sí. Todo gracias a ti pequeño. —sonrió y me revoloteó el pelo.

Estuvimos hablando un poco más, hasta que me enteré que tenía 23 años y vivía muy cerca de mi casa. Algo que fue de mi agrado, ya que no nos llevábamos tantos años, y porque podría verla más a menudo.

Y así fue.

Desde ese día estuvimos hablando mucho más y nos veíamos todos los días, ya que ella me llevaba al instituto, en vez de coger el bus todas las mañanas. Algo que estaba muy agradecido.

Cuando cumpla 18 años la pediré salir. Solo tengo que esperar.

Dos años después

Había pasado una semana desde mi cumpleaños, donde Matilda, la chica, había sido invitada a mi 18 cumpleaños. Éramos prácticamente vecinos, y por suerte tenía libre aquel día.

Me estaba llevando en el coche, cuando cogí el suficiente valor para decírselo. Para pedirle salir.

—Matilda... ¿Puedo preguntarte algo? —dije dubitativo. Estaba realmente nervioso. ¡Me iba a declarar!

—Si, claro. Dime pequeño. —dijo para después aparcar y estancionarse en el parking.

—Yo... Quería decirte que...

Y cuando iba a declararme, ella recibe una llamada, por la cual tuvo que coger y cortó todo el valor que había sostenido. Yéndose como el viento.

—Lo siento, Mark. Tengo que irme. —suspiré y negué con la cabeza.

—No pasa nada.

—Luego dime lo que me tenías que decir, ¿Vale? Ahora ve al instituto, y saca buenas notas y pásalo bien.

Asentí y me bajé del coche.

Y de nuevo, risas e intimidaciones se hacían presente. Matilda no lo sabía, pero era intimidado en el instituto. Era un conejillo de indias para los abusones.

Terminó en instituto y como era de esperar, Matilda se encontraba esperando.

—Hola, Mark. —dijo sonriente, y comenzó a conducir. —¿Qué era lo que tenías que decirme?

—Yo...

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