Relatos eróticos romance Capítulo 2

Miradas se compenetran entre susurros y gemidos.

Nuestras palabras son filtradas entre las sábanas. Quería que me diera más. Quería sentir más.

Y desperté.

Miré aturdida a un lado y al otro, viendo que estaba atrapada y atada en aquellas cuatro paredes. Gritaba y gritaba y nadie me escuchaba. Llevaba un mes encerrada, acorralada y secuestrada.

—¿Hay alguien ahí? —y de repente escuché pisadas huecas acercarse a mi cuarto.

Deseaba que no fuera él.

Pero obviamente era él, era el único que la hacía visitas.

Un paso, otro paso. Y sentía como mi piel se estremecía, haciendo que soltase un gemido ahogado.

Que no sea él. Por favor.

Cerré los ojos y al abrirlos me lo encontré en el marco de la puerta, con un traje negro y una camisa blanca ajustada que marcaba sus pectorales. Un maldito dios.

Sin decir nada empezó a acercarse hacia mí. A paso ligero pero sin pausa, su cuerpo se hacía presencia dentro del cuarto. Se agachó a donde yo me encontraba atada, y me cogió de la barbilla y sonrió ladeado.

—Hola, preciosa. —dijo con su voz ronca, y yo solo sentí como mi piel se erizaba aún más. 

Con solo verlo, unas ganas de besarlo invadían mi cuerpo. Con solo mirarlo, quería tocar su cuerpo, desnudo delante mía. Pero ¿cómo puedo pensar así de mi secuestrador? Me sentía culpable, de pensar así,  mientras que mi familia estaba buscándome, pero era inevitable. Este secuestrador no era como uno cualquiera, era amable, y cuidadoso conmigo. Mi prototipo ideal de chico, que me hizo caer rendida a sus pies. Un hombre que me creaba éxtasis con solo mirarlo, lujuria con solo sentir su piel sobre la mía. ¿Quién podía quitarme estos pensamientos impuros sobre él?

El se acercó a mí y dejo un beso húmedo sobre mis labios, haciendo que yo gimiera. Estaba desesperada, deseosa de sentirlo dentro de mí. Pero, ¿quién pediría a su propio secuestrador, "hazme tuya"? No podía evitarlo.

—Hola, Daniel. —Le llamé por su nombre y le sonreí. 

Un grave error, ya que me miró con cara desafiante, me agarró de las dos muñecas y me las alzó por encima de mi cabeza, dirigiendo su mirada en mí. 

—No vuelvas a llamarme así, ¿entendido? 

—Perdón, amo. —Le dije como le gustaba que le llamasen, y el me miró con superioridad, sin soltarme las muñecas. 

Me sentía indefensa, sumisa. Me sentía suya. 

—Así me gusta. —Soltó mis manos y se dirigió de nuevo a la entrada, encerrándome y quedándome sola de nuevo en aquellas paredes. Pero mi corazón iba acelerado, estaba pesado y sentía como mi parte íntima palpitaba. Con solo su presencia hizo eso en mí, no quiero imaginar lo que haría dentro de mí.

Y no pude aguantar más.

Y como pude, bajé mi mano derecha a mi entrepierna y empecé a acaricirme el clítoris, haciendo que arqueara mi espalda. No podía evitar pensar en aquellos brazos musculados, en aquella barbilla varonil, y esa mirada penentrante llena de autoridad. Empecé a moverme más rápido. Hasta que introducí dos dedos dentro de mi coño humedo. Maldita sea, esto se sentía tan bien.

Aunque las cadenas no me dejasen hacer muchos movimientos, era ideal para poder tocarme.

NARRADOR OMNISCIENTE:

Por otra parte se encontraba Daniel mirando las cámaras, observando como Samanta se estaba tocando, mientras gemía su nombre, lo que no pudo evitar que su miembro se pusiera erecto. Ella no sabía que había cámaras en aquella celda, pero sin duda fue la mejor idea que había tenido Daniel. 

Sintió como su aliento se volvió más pesado, y viendo aquello, bajó sus cremallera, y seguidamnete su pantalón con sus calzoncillos, para empezar a tocar su polla.

Era grueso y largo, perfecto para cualquier chica. Arriba, abajo, arriba, abajo. Empezó a moverse viendo aquellas escenas. Samanta era tan perfecta, tan caliente, que no pudo evitar soltar un gruñido al ver como ella se tocaba fuertemente. 

—Joder... —Es lo único que pudo decir, para después correrse y ver como la joven tenía orgasmos múltiples.

Y lo que era mas satisfactorio, era que era todo gracias a él. Y lo sabía. Su mirada de lujuria cada vez que lo miraba la delataba sin lugar a dudas. Pero tenía que esperar más, tenía que esperar que ella misma lo pidiera. Tenía que eperar a que ella le dijera que si podía hacerla suya. 

Después de ver aquellas imagenes, volvió de nuevo a dirigirse a la habitación con un poco de comida. Quería verla en persona, como esos mofletes estaban sorojados y su respiración entrecortada. 

—H-hola, Daniel. —Dijo Samanta al verlo entrar. 

—Hola, preciosa. —Dijo dejando la comida, y acercandose a ella, para verla de cerca. —Te ves preciosa. Y aún más cuando gemías mi nombre.

Samanta al escuchar aquello abrió los ojos como platos, y no pudo evitar morderse los labios. La había descubierto. ¿Ahora que pasaría? Abrió la boca con sutileza e intentó decir algo, pero sus palabras no salían, se sentía cohibida.

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