Relatos eróticos romance Capítulo 1

Cierro los ojos y vuelvo a abrirlos sin creer lo que estaba viviendo. El Sol de la mañana había desaparecido, teniendo una oscuridad inmensa por todo el planeta Tierra, excepto mi habitación.

Sé que es complicado empezar así, pero así es.

Hace una semana que el Sol se había transformado en ser humano, y toda la sociedad lo buscaba, pero ¿quién iba a imaginar que ahora mismo se encuentra en mi habitación?

Me quedo callada, mirando como ese ser ardiente solo con su presencia, se encuentra sentado en la ventana de mi cuarto, mirándome sonriente mientras yo no doy crédito a lo que estaba viendo.

—T-tú... —es lo único que pude articular, cuando mi garganta se quedó sin voz.

Brillaba muchísimo, como un Sol mañanero hiciera presente de la nada. El Sol estaba en mi cuarto, el Sol estaba delante de mí.

—Hola, Hye. No te asustes que no muerdo. —dijo sonriente. —A no ser que tú quieras, claro.

No sé por qué está presencia me estaba atrayendo, como un planeta a su astro. Era su mirada tan penetrante de color oro, que me dejaba sin aliento con solo mirarme.

El Sol estaba en la ventana, pero en un abrir y cerrar de ojos se encontraba al lado mío, agarrándome del cuello.

—Puedes llamarme Hobb, preciosa. —Sus manos no ardían en mi cuello, de hecho, era una sensación cálida que me embriagaba.

Pero aunque tuviera esa sensación tan reconfortante ante mi, tenía miedo. Tenía miedo de aquel chico tan apuesto. Nunca lo había visto, nunca había presenciado al Sol tan cerca, pero me atraía de sobremanera.

Quería que solo fuese mío, que me perteneciese.

—Hye, mi dulce Hye. —acercó su rostro a mi cuello donde tenía su mano, y aspiró el aroma que desprendía. Yo empecé a temblar, y no supe que hacer así que lo único que hice fue quedarme estática en el sitio.

—No me hagas daño... Por favor... —dije en un susurro. Aunque fuera el Sol, nadie me decía que fuera bueno, nadie me aseguraba que estaba a salvo de este ser.

—No te haré nada, pero si que te haré mía.

Ante lo que dijo, me quedé muda, no sabía a lo que se refería, pero sé que nada bueno se trataba. Los nervios hacía que sintiera un vaivén en el estómago que me hacía marearme.

Maldita sea, parezco una estúpida sin hacer nada.

Mi aliento se volvió más pesado cuando acercó sus labios a mi cuello y empezó a dar pequeños besos en este.

No podía permitir que el Sol ni nadie me tratase así. Tenía que hacer algo. Pero su atracción...era demasiado atrayente.

—Quiero que gimas mi nombre, Hye. Que me trates como tú amo. —y seguidamente, chupo todo mi cuello hasta llegar a mi oído donde susurro un pequeño gemido, lo que hizo que me estremeciera y los pelos de me pusieran de gallina.

Y ante eso, cualquier locura, se fue de mi mente y sumisa, hice lo que me ordenaba el Sol. El Sol ardiente que me atraía.

—Sí...amo. —dije en un susurro, y el rápidamente se puso encima de mí. Yo estaba boca arriba en la cama y sus ojos amarillentos me teletransportó al universo mismo.

—Así me gusta. Ahora serás mi sumisa, maldita imbécil. —tuve miedo cuando me insultó de esa manera, pero su voz ronca hizo que cualquier atisbo de pudor, se fueran al carajo.

—Sí amo. —volví a repetir, como si un disco rayado se tratase. No sabía qué hacer, estaba dominada ante el Sol. Era su sumisa.

Empezó a besarme y a dejar castos besos en mis labios, donde una de esas veces me mordió con fuerza el labio inferior, que hizo que gimiera fuertemente. A mis 22 años de edad, jamás había sentido así, se sentía tan caliente...tan ardiente todo.

Seguidamente, me quitó la camisa de pijama que tenía y empezó a besar mis pechos al desnudo. Tampoco es que tuviera atributos grandes, pero parecía que él lo estaba disfrutando.

Metió un pezón en la boca y empezó a chuparlo como si su vida dependiera de ello, como si fuera lo más importante. Yo no pude evitar retorcerme de placer.

Maldita sea, esto se sentía tan bien.

—Ponte a cuatro patas y di "guau, guau". Vamos.

Y aunque tuviera mucha vergüenza, la excitación era aún mayor, lo que sin rechistar, le hice caso e hice lo que me dijo.

—Guau Guau. —Saqué mi lengua y moví mi trasero como perrito, para meterme más en el papel.

Me volví a incorporar y el me cogió de los hombros para darme un beso brusco y placentero donde las salivas y las lengua hacían contacto.

—Sol... —es lo que dije cuando agarró mis pechos, en un gemido.

—Te dije que me llamaras Amo, perra mala. —dijo y seguidamente me dió un azote en el culo, lo que hizo que diera un respingo del dolor.

—Lo siento, amo. —Dije y lo miré a los ojos arrepentida. Lo que él me dedicó una sonrisa, más bien traviesa.

—Ahora baja y chupame la polla. Vamos. —dijo autoritario lo que me hizo sentir tan sumisa, que en cualquier momento podría correrme de la excitación.

Baje cómo me indicó, y empecé a chupar el pene como había visto en algunos vídeos porno, primero la punta, en círculos y después me metí su miembro en mi boca, donde empecé a meterla y a sacarla, sintiendo de por medio alguna que otra arcada porque llegase a mi garganta.

—Buena perra, así me gusta. Sigue... —dijo, y cogió mi cabeza haciendo que tratase aún más profundo soltado saliva por doquier.

Agarré sus testículos, y empecé a masajearlos.

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