¡Se busca un millonario! romance Capítulo 11

POV: Ashley.

El viaje se me hace corto, demasiado corto.

Mis manos sudan y mis pies no se están tranquilos en ningún momento; llevo mis uñas a la boca y por obra y gracia de no sé quién, no termino comiéndolas.

El chófer me mira raro por el espejo retrovisor y, con una sonrisa pacífica, intenta tranquilizarme.

—Ya casi llegamos, señorita —informa—. Pronto podrá verificar que su amiga está en buenas manos. El señor es un caballero y sus principios están bien formados.

Y como yo soy como soy, en vez de tranquilizarme, me pongo peor. Disimulo mi ansiedad con una sonrisa que más parece una mueca. La verdad es que no necesitaba saber que faltaba poco para llegar. Quisiera, en serio, que durara una eternidad y no tener que encontrarme con el susodicho "señor caballeroso" en su propia casa. Debería haber pensado antes de decidirme a seguir esta locura.

Steph es mayor de edad y no rinde cuentas a nadie porque se mantiene ella misma; o bueno, no tanto así; vive conmigo y de lo que yo gano también, pero ese no es el caso ahora. Ella es consciente de las decisiones que toma y de sus posibles consecuencias. Si tomó demasiado, como para terminar borracha en la casa de un desconocido, ya sabrá asumir su papel en todo esto, luego de que se le pase la resaca.

No se supone que yo, su amiga pobre y responsable, rechazada precisamente por el hombre con el que ella se fue de copas, vaya en su busca. Para mí, no puede haber una humillación peor. Tendré que aguantar estoicamente las ganas de gritar, llorar, pelear o maldecir, para poner en mi simple rostro una expresión de cansancio, algo que disimule mi verdadera turbación.

Miro por la ventanilla cómo atravesamos la ciudad. No es primera vez que vengo aquí, pero sí, la primera que lo hago de noche.

«Es hermoso», pienso maravillada, al ver tantas luces, tanta vida, a estas horas de la noche.

Villa Florencia no tiene nada que ver con esto. Y eso que no es de los pueblos menos desarrollados; tenemos de todo, por decirlo de alguna forma: crecimiento industrial, turismo, algunos ricos, muchos pobres; pero nada a este nivel.

A nuestro paso, que se ralentiza un poco por el tráfico, puedo ver los negocios, la vida nocturna de esta ciudad cosmopolita.

Lo miro todo con ojos brillosos, emocionados. A mis veinticinco años, solo he salido una vez de mi pueblo y fue precisamente a este lugar, pero era de día y nubarrones cubrían la totalidad del cielo, por lo que no pude disfrutar de absolutamente nada y tuve que irme para no regresar más.

Mi sueño era estudiar lejos, irme de ese pequeño pueblo del que casi todos se van, pero pocos regresan. Mis deseos se vieron tronchados cuando mi madre enfermó y yo decidí quedarme a estudiar en la universidad local. Luego de eso, mi historia se vuelve aún más complicada. O podría decirse, más simple.

Estudiar. Trabajar. Estudiar. Trabajar.

Un ciclo permanente. Pero que me garantiza, cuidar de los míos a la vez que intento ofrecernos un futuro mejor. Y tal vez, yo termine mis estudios y no haga nada con ellos. Si tengo que trabajar todo el tiempo que sea necesario, en esa cafetería, para darle a mi hermano un futuro justo, lo haré.

«Por él haré siempre mi mayor sacrificio».

Se lo prometí a mí madre y lo hago cada día.

El auto se detiene, me doy cuenta, frente a un portón inmenso que no demora mucho en abrirse. Miro a mi alrededor y me quedo con la boca abierta cuando veo el panorama. Podría decirse que es una villa, porque hay montón de mansiones, club de amigos, restaurantes y al final, casi llegando a la costa, enormes rascacielos.

Abro mucho los ojos y es como si no pudiera dejar de mirar. Comienzan a picarme y me doy cuenta que es de no pestañear; por miedo a que todo sea un sueño. El lujo y la elegancia es evidente en cada esquina. Y yo, al ver mis fachas, me arrepiento mil veces de haber aceptado venir. Mis shorts sencillos y mi camiseta, gritan a cuatro voces, chica pobre y desubicada.

No como Steph, que, aunque ahora viva conmigo, está acostumbrada a todos estos lujos y por eso, no me extraña nada que se haya tirado sin dudarlo sobre la posibilidad de conseguir a William. Después de todo, ella me dijo ayer que necesitaba un millonario.

—Llegamos, señorita —informa el chófer—. Por favor, espere a que yo le abra la puerta.

Al momento, quito mi mano de la manija para abrir la puerta y, avergonzada, espero a que el chófer lo haga. Siento mi corazón retumbar y con un temblor en mis manos, busco el pequeño bolso que traigo conmigo. Cierro los ojos y suspiro, para darme fuerzas.

Mis manos vuelven a sudar y las limpio en mis muslos desnudos, lo que me recuerda mi vestimenta y me hace sentir peor.

«Ya estás aquí, Ashley».

El chófer abre la puerta y yo respiro profundo, ya no hay vuelta atrás. Estoy aquí y no me voy a ir sin Steph. Ella, más que nada, es mi amiga. Y al parecer, me necesita.

Me bajo del auto y doy pasos cortos. Con mis manos pegadas al cuerpo, intento cubrir mi sencillez.

«¿Por qué no me cambié de ropa?», me reclamo internamente. Pero ya es tarde para eso.

Sigo al chófer y atravesamos unas puertas anchas de cristal. El salón que nos recibe es un espacio hermoso, decorado exquisitamente y que puede dar una idea de lo que serán los apartamentos, si se ocuparon tanto de la presentación.

Un guardia saluda a Ricardo y me mira a mí, con curiosidad, demasiada curiosidad. Y no es que mire mi rostro, para nada, es que se toma el tiempo de mirar mi cuerpo por completo. Tampoco lo hace con mirada lasciva, por el contrario, me mira como si fuera un bicho raro.

«Y puede que lo sea», pienso, pero no me detengo a preguntar.

De todas maneras, me pego un poco más a Ricardo que, aunque también es un desconocido, no me sentí incómoda con su compañía, en ningún momento.

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