¡Se busca un millonario! romance Capítulo 13

POV: Ashley.

Puedo fingir que no me importa, pero la verdad es que sí lo hace. Ver a Steph en esas condiciones, me hace querer gritar de frustración; por decepción, por dolor o simplemente, por irritación.

«¿Qué código me obliga a mí a soportar esto?», me pregunto, cuando un extraño sentimiento se apodera de mis pensamientos.

La rabia va subiendo conforme la muevo y ella, nada; ni se inmuta. Cuando pasan diez minutos y ya yo soy consciente de que estoy perdiendo mi tiempo, es como si una ola de genio se apoderara de mí. Salgo de la habitación, como alma que lleva el diablo, para reclamarle al dichoso millonario el estado de mi amiga. No es mi intención, pero la puerta de la habitación donde está mi “no tan amiga” por ahora, se cierra con demasiada fuerza, provocando un estruendo que me hace brincar. En el pasillo, camino con rapidez hasta su puerta y toco con el puño, con bastante intensidad. Me cruzo de brazos y mi pie derecho rebota, en una señal inequívoca de impaciencia. Al ver que se demora, resoplo y extiendo mi mano para volver a tocar, pero me quedo en el aire, cuando la puerta se abre.

Y nada…nada en el mundo, podría haberme preparado para soportar estoica lo que tengo en frente.

Un William muy mojado me recibe, con una toalla rodeando sus caderas. Mientras sacude sus cabellos con sus dedos, siento cómo algunas goticas caen sobre mí, pero en realidad, no me importa; estoy demasiado ensimismada admirando su escultural torso, bronceado y húmedo.

Mis ojos se mueven con lentitud por cada músculo esculpido de su abdomen y peligrosamente cerca de la zona baja que cubre la toalla. Siento mi boca salivar y mi corazón latir más rápido de lo normal. Mis manos cosquillean con las ganas de rozar al menos su brillante piel e interceptar con mis dedos alguna de esas gotas que se adhieren a su cuerpo.

—Eh…hola —tartamudea William, confuso tal vez por mi presencia en la puerta de su habitación.

Reacciono y, en medio de mi despiste, me quedo mirándolo a los ojos, sin saber qué carajos debo hacer ahora.

«¿Qué vine a hacer?», pienso, con el cuerpo y la mente ausentes de sensatez. Él alza una ceja inquisidora, al notar mi evidente distracción.

Carraspeo y sacudo mi cabeza, para desenfocar lo que tengo delante y bajo la cabeza, avergonzada. No es necesario mirarme al espejo para verificar que mis mejillas ahora están al rojo vivo, porque siento el calor subirme a la cabeza.

—¿Querías algo? —pregunta él, rompe el hielo en esta tensa situación en la que yo ya no tengo cara para exigirle explicaciones o, siquiera, culparlo del estado de mi amiga.

«Yo tampoco hubiera dudado con semejante espécimen masculino», declaro, dándole una ojeada otra vez, a su estampa. Por supuesto, con la cabeza gacha solo me alcanza para verlo de cintura para abajo.

Y…¡wow!

«Que pies más hermosos tiene», aseguro, si es que a los pies de un hombre se les puede decir “hermosos”.

Me decido a responderle antes de que mis ojos se dirijan inevitablemente a donde no deben. Levanto mi cabeza y preparo mi mirada amenazante, pese a que mi rostro aún arde con vergüenza; pero tengo que cumplir lo que vine a hacer aquí.

—Solo quería preguntarte, ¿qué carajos le hiciste a mi amiga? —replico, con malas formas.

Vuelvo a mi posición no conciliadora y pongo mis brazos en jarra, esperando una explicación que no llega. Él solo se encoge de hombros.

Y, por supuesto, eso me hierve la sangre. En medio de todo lo que siento y las ganas que tengo de estrangular a Steph por mil razones, siento la necesidad de defender su honor, por muy irónico que eso parezca.

—¿Qué pretendes con mi amiga? ¿Era tu intención que se emborrachara para traerla a tu casa? —pregunto, con la voz una octava por encima de mi tono normal—. Para que al final, cuando tu pequeño amigo decide que está satisfecho, la dejes tirada en una cama apestando a alcohol y me llames a mí, la amiga que ni sexo tiene, para que venga a buscarla y cumpla una misión imposible. No podías despertarla, pero como quieres sacarla de aquí, estás dispuesto a todo.

La rabia que sentía antes, ahora se siente más intensa. Es una mezcla de indignación por la actitud de estos dos y por mi comportamiento hace unos segundos atrás.

Mi pecho baja y sube sofocado, resultado de la diatriba de palabras sin sentido que acabo de soltar. Tal vez, debería considerar poner filtros del cerebro a la lengua, al parecer no tengo y están conectados. Por la expresión de William, con el ceño fruncido y una respiración más o menos errática, creo que algo no le gustó mucho.

Pero que se joda, si no le gusta que le canten sus verdades, ese es su problema.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Se busca un millonario!