¡Se busca un millonario! romance Capítulo 26

POV: Ashley.

—Es guapo el tal William —comenta mi madre, en cuanto el susodicho sale detrás del médico. Me mira con una ceja enarcada y espera mi respuesta con una sonrisita.

—Pues sí, madre, pero ya no digas nada más, capaz que te escuche —murmuro. Ruedo los ojos irritada y miro hacia la puerta.

—¿Por qué ruedas los ojos? Es la verdad —replica mi madre. Sus palabras me provocan una pequeña sonrisa. Sí, ruedo los ojos por todo y al parecer, es bastante evidente. William es muy observador—. ¿Por qué sonríes ahora?

Niego con la cabeza con una sonrisa de medio lado. Me entretengo doblando la sábana blanca que está sobre la cama para disimular mi expresión azucarada.

El tiempo pasa en silencio y yo espero a que William entre de nuevo para pedirle que hablemos. Sé que él salió detrás del médico para saber más sobre el diagnóstico; yo lo habría hecho, pero anoche mi madre y yo no hablamos sobre su estado y creo que hubiera sido un mal momento. Durante la noche pensé mucho en lo del seguro y en la deuda que tendremos que asumir; lo más lógico es que yo deba buscar otro trabajo. Si lo encuentro, tendré que hablar con Adelfa y pedirle que me deje trabajando solo los fines de semana; de no aparecer nada, no sé qué voy a hacer.

—Ashley —llama mi madre. Levanto mi cabeza para mirarla. Sus ojos están marchitos y rodeados por una sombra gris—. ¿Cuándo vamos a hablar claro?

—Mamá yo... —Me quedo sin voz, sin palabras o simplemente, no puedo seguir.

—No necesitas adornar la verdad, hija, yo sé lo que tengo —murmura, con seriedad—, lo he sabido siempre. Yo conozco mi cuerpo y mis límites. Llevo meses sintiendo como empeoro.

Me duele escuchar sus palabras y me culpo por haberme mantenido ciega todo este tiempo.

—¿Por qué no me dijiste mamá? —pregunto, con mis ojos aguados y haciendo un puchero, para evitar llorar—. Podríamos haber iniciado este proceso desde antes. Yo sé que me mantengo ausente entre la universidad y el trabajo; que la mayoría de los días nos vemos poco más de diez minutos y siempre ando corriendo. Pero pensaba que estabas mejor, solo con esas ocasionales fatigas y pérdida de energía —murmuro, con un dolor infinito recorriendo todo mi cuerpo—. Tenía que estar más atenta. Lo siento tanto.

Lloro, ya no puedo aguantar más los espasmos de mi cuerpo y me rompo por completo delante de mi madre.

—No, Ash, no...Shhh —pide mi madre. Se sienta en la cama y me atrae hacia ella. Me abraza y pasa su mano por mi espalda, intentando calmarme—. Nada de esto es tu culpa, mi niña. Tú solo has sido mi ángel guardián todos estos años. Tú y tu hermano son mi razón de vivir.

—Yo voy a hacer de todo, mamá, para que puedas mejorar —prometo, sorbo por la nariz y limpio mis lágrimas. Mi madre tiene sus manos rodeando mi rostro y me mira con orgullo—. Si existe una posibilidad, yo voy a luchar para que la tengas.

—Lo sé, mi niña —asegura—, yo sé de lo que eres capaz; pero te voy a hacer una petición.

Asiento y la miro a la espera.

—No te me pierdas en el camino —pide y yo cierro los ojos—, no lo sientas como una obligación, porque nunca lo será; el día que decidas rendirte, ese día lucharé aún más con lo poco que tengamos. No te presiones, porque yo nunca lo haré. Y por último...nunca pierdas la fe. Eso es lo único que, en los peores momentos, nos puede sostener.

Asiento a sus peticiones, pero ella continúa.

—Tampoco pierdas la oportunidad de vivir tu vida —continúa y me mira con amor—, yo vivo orgullosa la mía, porque te tengo a ti que eres una guerrera; a tu hermano, que es un hombre especial. Ustedes son mi mayor regalo. Y yo deseo verlos felices.

Bajo la cabeza y pienso que eso será un poco más difícil de cumplir. Mientras mi madre tenga una posibilidad, yo viviré por y para ella.

—Te amo, mamá —declaro, abrazándola nuevamente.

—Te amo, mi niña.

Unos golpes en la puerta llaman nuestra atención. Me separo y limpio mis mejillas, antes de pedir que pasen.

—Buenos días. —Entra Steph, seguida de Christopher y de William.

—Buenos días. —Camino hasta ellos y le doy un pequeño abrazo a mi amiga. Luego me acerco a mi hermano y lo abrazo también—. ¿Cómo pasaste la noche?

—Bien, hermanita —responde y besa mi mejilla. Siente la humedad y frunce el ceño, pero no dice nada. Antes de ir a saludar a mamá, me dice al oído—: Después hablamos de eso.

Asiento y él va hasta un lado de la cama. Steph lo sigue y yo levanto mi cabeza, para encontrarme con la mirada de William.

—¿Puedo hablar contigo? —pregunto, nerviosa.

Él se sorprende, lo puedo ver en su expresión, pero asiente y me señala la puerta, para que salgamos. La abre y yo camino hasta su lado, la cercanía me produce escalofríos y más aún con lo que pretendo pedirle. Él pone su mano en mi espalda y me guía hacia fuera. Cierra la puerta una vez que ambos salimos.

Caminamos en silencio para encontrar un lugar donde hablar tranquilos. Decido ir a la cafetería del hospital y se lo hago saber.

—¿Por qué no vamos, mejor, a la cafetería de la otra cuadra? Así puedes desayunar a gusto y podemos hablar tranquilos —pide y yo lo pienso, pero me da cosita dejar a mi madre—. Está con tu hermano y con tu amiga, no va a suceder nada y yo... necesito decirte algo.

Lo pienso un poco más, dudosa; pero mis tripas suenan en el momento menos indicado y él termina sonriendo.

—Vamos, anda —dice y me guía con su mano en mi espalda, otra vez—, volveremos pronto.

Me dejo hacer porque, en estos días, necesito a alguien así, que tome decisiones por mí y que me lleve de la mano. Justo como está haciendo William ahora mismo.

(...)

—Bien, ya te alimentaste y creo...que bastante bien —dice William y mira divertido todos los platos que tengo al frente.

Ruedo mis ojos y bajo la cabeza, me quedo así mientras una sonrisa medio avergonzada se abre paso en mis labios. Pasan los segundos y él no habla, cuando alzo los ojos, su rostro está tranquilo y me mira fijamente. Extiende una mano y con su dedo índice, toca el hoyuelo que se forma en mi mejilla.

—Me gusta hacerte sonreír —dice y el roce de su dedo me provoca un sudor frío que sube por el centro de mi espalda—, y acabo de descubrir, también, que me gusta tocarte.

Por supuesto, mis mejillas se encienden y mi cara arde. El ríe de puro gusto. Carraspeo, para concentrarme y él, aleja su dedo de mi rostro.

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