¡Se busca un millonario! romance Capítulo 30

POV: Ashley.

—¿Ya estás lista? —pregunta mi madre, al ver que guardo mi celular en el pequeño bolso.

—Sí, ¿por qué?, ¿me veo mal? —insisto preocupada y me miro como puedo.

Llevo unos jeans sencillos y una blusa rosa pastel con un vuelo a la altura de los hombros. Sé que es sencillo, pero no es sólo que no tenga nada más que ponerme entre las cosas que me trajo Steph esta mañana, sino que, es lo más elegante que tengo para ponerme.

—No, hija, te ves hermosa —responde mi madre con una sonrisa—. Solo te decía porque William debe estar al llegar.

Miro mi reloj y sí, le dije que solo me haría falta una hora para prepararme y ya casi se cumple el tiempo. Voy hasta el baño y me miro al espejo. Mi cabello lo recogí en una coleta alta y de maquillaje, solo apliqué una capa de rímel en mis pestañas y un poco de brillo labial.

Me quedo unos segundos de más mirándome. Son pocas las veces en la que hago esto; con tanto por hacer desde que amanece, lo menos que me preocupa es ocuparme de mi imagen. Suelo vestir con blusas de algodón lisas y vaqueros desgastados, nada que ver con la imagen pulcra y elegante que siempre lleva William.

Suspiro profundo y trato de animarme; me da un poco de bajón entender por mí misma las diferencias que tenemos, con casi todo. Y pensar que ahora en su empresa, trabajando para él, tendré que vestir elegante y llevar ropa formal a la que no estoy acostumbrada y que, además, tendré que comprar. Pero, a pesar de todo lo que cambiará mi vida con esta oportunidad, tengo bien claro que no importa cuánto sacrificio signifique, si me garantiza disfrutar a mi madre muchos años más.

—Ashley, tocan la puerta —llama mi madre y yo salgo del baño. La miro confusa porque no escuché en ningún momento que tocaran la puerta.

Mi madre me hace un gesto con su cabeza, para que abra. Alzo los hombros y lo hago.

William está del otro lado, con su habitual traje formal y su porte elegante. Al verme, la sonrisa que se forma en sus labios, se congela.

«Uh, pasa algo», pienso, preocupada al ver que me mira de una forma extraña.

Me fijo en sus ojos y no deja de mirarme, de arriba a abajo y con lentitud. El azul brillante comienza a tornarse oscuro y yo, comprendo al fin lo que sucede. Trago duro y me pongo nerviosa, quiero decir algo, pero no me gustaría romper la conexión.

—Hola, William —saluda mi madre desde la cama y provoca que el susodicho reaccione. De hecho, ambos damos un respingo.

Sacude su cabeza para despejarse y me mira a los ojos, que regresan a su tono normal.

—Buenas tardes...—carraspea y me pide permiso para pasar. Yo me quito del medio, para que pueda hacerlo. Cuando pasa por mi lado, inhalo su perfume y casi caigo rendida a sus pies—. Hola, Clarisse, ¿cómo te sientes hoy?

Intento recomponerme, mientras él habla con mi madre sobre las pruebas hechas hoy. No profundizan mucho en el tema y eso me alegra, porque tuvimos una mañana difícil y recién, estoy recuperando mis ánimos.

—Ashley —llama mi madre y al mirarla, me hace un gesto para que me acerque—, dame un beso y váyanse ya, para que no ocupes tanto el tiempo de William.

—Oh, no, por mí no se apuren —asegura él y me mira, con una sonrisa ladina—, despejé mi agenda para hacer esto y ya luego, será trabajo de Ashley organizarla de vuelta.

Lo miro con falsa indignación y mi madre ríe, antes de intervenir.

—Ah, bueno, entonces no hay problema —dice, riendo.

—No, no lo hay —afirma Will, mirándome ahora a mí—. ¿Nos vamos?

Asiento y voy hasta dónde está mi madre, para darle un beso de despedida.

—¿Estarás bien? —pregunto preocupada.

—Sí, estoy bien y ya Chris llegará en cualquier momento —responde mi madre y rueda los ojos.

Miro a William y me doy cuenta que vio el gesto. Al ver que lo miro, sonríe.

—Al parecer, viene de familia. —Suelto una carcajada y ya sé, que ahora ya no podré rodar los ojos o ver a alguien hacerlo, sin acordarme de él.

Tomo mi bolso y me despido de una vez por todas de mi madre. Salgo de la habitación, con William detrás de mí. No he dado dos pasos cuando siento que su mano toma la mía, para detenerme el paso. Me giro para verlo de frente y nos miramos a los ojos. Al sentir tanta intensidad provenir de él, siento como si mil mariposas revolotearan por todo mi cuerpo.

—Ashley, antes de seguir, necesito decirte algo —comienza y yo no dejo de mirarlo, asiento. Él levanta su otra mano, la que no está sosteniendo la mía y la deposita sobre mi rostro—. Estás hermosa.

Siento mis mejillas arder y como unas cosquillas recorren mi piel. No puedo hacer nada más, que no sea mirarlo.

—Gra...gracias —tartamudeo, cuando recupero mi voz.

Su dedo pulgar se mueve y acaricia mi mejilla. Yo cierro los ojos, para sentirlo todo mucho más intenso.

No sé cuánto tiempo pasa, hasta que siento unas voces y al fin reacciono. Volvemos a separarnos y, al hacerlo, siento como si una corriente de aire frío me rodeara.

—Vamos, tenemos mucho que hacer —dice y extiende su mano; me da la oportunidad de decidir si quiero tomarla o no.

No lo pienso mucho y lo hago; al unirlas, entrelazamos nuestros dedos y nos miramos. Con sendas sonrisas dibujadas en nuestros rostros, salimos de la clínica. Ricardo ya nos espera cuando llegamos hasta su ubicación. Me saluda con un gesto sencillo, pero su sonrisa me dice que se alegra de verme.

—Señorita, ¿cómo siguió su madre? —pregunta, con expresión angustiosa.

—Está mejor, hoy, gracias por la preocupación —respondo, con tranquilidad—, aunque lo peor está por venir.

Él cierra los ojos y asiente.

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