¡Se busca un millonario! romance Capítulo 56

POV: Ashley.

La incertidumbre me está matando.

Siento la frialdad de la noche contrastar con mi temperatura corporal. La espera, por saber qué hará William, me da ansiedad.

Me mantengo acostada sobre la cama, con mis ojos cerrados; los nervios por todo lo que quiero suceda hoy son muy intensos y en verdad, no creo que sea buena idea seguir los movimientos de William. Mirando y velando como si fuera un depredador, así lo imagino.

De repente, la cama cede con el peso de algo por uno de mis costados. Inhalo con fuerza para tranquilizar el pulso errático de mi corazón, pero resulta aún peor. Su olor viaja por todos mis sentidos y es como si una droga se apoderara de mi cuerpo. Lo disfruto.

Luego, siento su calor. Su cercanía. El colchón blando y suave se inclina hacia su peso, pegándome a él de forma inevitable. Sin embargo, no abro los ojos. Prefiero sentirlo todo a ciegas, para que las sensaciones sean aún más intensas; para que mis sentidos aprendan a confiar en él.

—Preciosa... —Su voz es un susurro cantado, melodioso.

Jadeo, mis respiraciones se aceleran y ni siquiera sus manos me tocan; solo esas escasas partes en las que nuestros cuerpos tienen contacto por el peso de ambos en el colchón.

—Vamos a jugar.

Aguanto la respiración por un segundo. Entre inhalaciones irregulares y la necesidad de dejar de respirar, creo que me voy a desmayar por falta de oxígeno en el cerebro. Pero otra vez, asiento.

—Relájate. Estás tensa —murmura ronco en mi oreja y muerde con suavidad. Yo salto por la impresión de sentirlo tan cerca.

Casi a la misma vez, cuando todavía intento controlar los escalofríos que su voz me produjo, algo frío sobre mi escote me hace gemir. Abro los ojos de forma inevitable y la mantengo fija en la sábana blanca que ondea por encima de nosotros. Mi primer reflejo es llevar mi mano hasta la zona que quema por el frío, pero la suya me detiene.

—No.

Una orden. Y a pesar de serlo, la suavidad de su voz aterciopelada me hipnotiza.

Lo que supongo es un hielo, se derrite con mi propio calor. Otro le sigue. Y otro. Varios más, hasta que siento un dolor soportable en mis pechos, en mis pezones. El dolor que demuestra mi necesidad de él.

Acerca su rostro al mío y deja besos cortos y lentos sobre mi mejilla, en la comisura de mi boca, sobre mis labios. Coloca un dedo bajo mi barbilla y obliga a mi cabeza a inclinarse hacia atrás. Ahora, mi pecho y mi cuello quedan expuestos a él.

Su boca caliente chupa ahí donde mi piel está mojada. Con una mano retira un tirante de mi vestido; luego el otro. Con mucho cuidado y lentitud torturadora va bajando, hasta que de un tirón expone mis pechos al frío de la noche.

Exhalo con rapidez.

Su boca ahora está sobre mis pechos expuestos, sus dientes juegan con mis pezones, a morderlos y chuparlos como si fueran un dulce caramelo. Mis gemidos de placer salen desde el fondo de mi garganta, roncos y guturales. Inevitables.

—Deliciosos.

Escucho su voz y me erizo, aún más al sentir la frialdad del vacío que deja cuando se levanta de mi lado.

—Shhh, preciosa. Ahora vuelvo —murmura, cuando un jadeo decepcionado se me escapa.

Trago saliva y asiento. Espero. Y la espera me mata. Escucho el sonido de hierro siendo arrastrado y frunzo el ceño. Parece una silla.

Luego silencio.

—Quítate el vestido.

Otra orden, ronca. Y otra vez, yo hago lo que dice.

Cuando me levanto ligeramente para sacar el vestido por mis pies, veo a William sentado en una silla, justo frente a la cama. La mirada que me está dando lanza cuchillos que punzan sobre mi piel y me provoca escalofríos. En su mano tiene la botella de champagne y me fijo también que, en una pequeña mesa al lado de la cama, están las fresas cubiertas de chocolate.

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POV: William.

«Voy a explotar». Pienso mientras la observo.

Su cuerpo completamente desnudo ahora. Sus abultados pechos que se mantienen erguidos y el vértice entre sus piernas. No puedo dejar de mirarla. Mi sangre hierve y la suya me llama. Sus apetitosos labios se abren para mí.

Ella también me desea.

Detalla mi ubicación, la posición recostada de mi cuerpo contra la silla, la botella entre mis manos; el cuenco de fresas a su lado. Sus ojos se vuelven dos pozos de chocolate fundido, ardientes y deseosos. Se relame sus labios y yo sigo el movimiento de su lengua.

—¿Estás dispuesta a todo? —pregunto, seductor.

Ella no duda. Asiente. Y mi sonrisa, una de completa satisfacción, se dibuja en mis labios.

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