¡Se busca un millonario! romance Capítulo 57

POV: Ashley.

Asiento.

«Qué más puedo hacer, si la realidad es que soy suya».

Verlo así, tan posesivo, sentir su deseo por mí crecer con cada segundo, cada mirada, cada toque; me vuelve loca, me vuelve adicta. Se supone que debería estar nerviosa, es mi primera vez y sería un comportamiento normal; pero no lo estoy. Al contrario, estoy ansiosa, deseosa y más que preparada para sentirlo dentro de mí.

Me incorporo un poco sobre mis codos, para levantarme y mirarlo con más comodidad. Él está de pie frente a mí, con sus pies ligeramente separados, en una pose masculina y sensual. Sus manos, juegan con la cinturilla de sus pantalones, con la hebilla de su cinturón.

«Está decidiéndose, está esperando a que yo le confirme».

Su boca entreabierta me atrae, con los pequeños jadeos que ya se escuchan en el silencio que existe en este ambiente; su lengua sale a mojar sus labios resecos y mis ojos se dirigen ahí, mi propia boca saliva con deseos desesperados.

—Quiero ser tuya, Will —prometo, con voz baja y excitada. Sus manos se cierran en un puño y respira hondo—. Hazme tuya. Ya.

Sus ojos brillan; en su boca, con lentitud arrogante, se forma una sonrisa, a la vez que sus manos comienzan a desabrochar su cinturón. El tintineo de la hebilla de metal, lanza sensaciones a la distancia, me llenan de ansiedad y expectativas. Cuando abre del todo su pantalón, sus dedos dudan al bajar la cremallera; con su cabeza inclinada hacia abajo me mira. La intensidad de sus ojos azules, viéndome así de esa forma, me provoca escalofríos.

Los deja caer y yo solo tengo ojos para lo abultado de sus calzoncillos. Will nota mi mirada y con una sonrisa ladina, lleva su mano hasta su miembro. Con parsimonia se toca, por encima de la tela de sus bóxers, por toda su longitud.

—¿Lo quieres? —pregunta, con voz ronca y gutural, al observar mi boca abierta.

Asiento. No encuentro la manera de hacer otra cosa, el nudo en mi garganta no me deja.

—Acuéstate —ordena y mis brazos ceden con mi peso. Mi espalda choca contra el colchón que ahora está un poco más frío.

Se quita del todo sus pantalones, que estaban enredados en sus pies. Se agacha un segundo y saca un condón de uno de los bolsillos. Se incorpora, en toda su altura y, con mirada ardiente, se encamina hacia mí, como todo un depredador.

Mi respiración se acelera con anticipación. Aun así, no dejo de mirarlo. Sigo sus pasos, todos sus movimientos. Sus rodillas chocan con la cama y estira sus manos, para ponerlas sobre mis rodillas dobladas. Tiemblo, cuando siento su toque caliente.

—Relájate.

Suspiro, trato de relajarme como él mismo me pide; pero sentirlo tan cerca de mí, otra vez, me hace recordar su lengua ansiosa en mi intimidad y tiemblo de puro gusto.

Me abre las piernas y mira mi mojada abertura. Se saborea. Yo trago saliva, nerviosa.

Apoya sus rodillas sobre la cama y se coloca entre mis piernas abiertas, sube por mi cuerpo hasta que nuestros rostros están alineados. Siento su respiración sobre mi boca y el peso de su cuerpo, caer por completo sobre sus antebrazos, a cada lado de mi cabeza. Intenta mantenerse separado, evitar el contacto entre nuestros cuerpos para generar más tensión.

—Preciosa, eres mía —declara y baja su boca, hasta dejar un beso casto sobre mis labios. Yo lo miro fijamente y afirmo; de eso no hay dudas. Pero lo que sí no esperaba es lo que agrega a continuación—: Y yo soy tuyo. Déjame serlo.

Frunzo el ceño, porque pensaba que eso estaba claro. Por supuesto que quiero que él sea mío, todo esto que estoy sintiendo no puede perderse en medio de affaires y locuras temporales. Mi yo posesivo ruge y quiere gritar que sí, lo dejo hacer, pero en su lugar, levanto mi cabeza y lo beso.

No es un beso casto, ni pequeño. Es el inicio del ardiente infierno que se ha formado entre nosotros.

Su cuerpo se apoya al completo sobre el mío, a la vez que nuestras bocas se unen en un beso sin fin. Mis piernas se enroscan en su cintura y mis manos en su cuello, él se mantiene con sus antebrazos a cada lado de mi cabeza. Su miembro palpita y choca justo donde más lo necesito, pero tengo la ligera impresión de que la acción demorará un poco más. El ritmo lento de nuestro beso, ahora, me lo confirma.

Con una mano, toma las mías y las lleva por encima de mi cabeza. Las mantiene ahí, mientras con la otra baja y toca cada espacio disponible de mi cuerpo, hasta llegar a mi intimidad. Con sus dedos pellizca el botón creciente y un temblor me recorre completa al sentirlo. Las yemas de sus dedos resbalan contra mi piel sensible y se acercan peligrosamente a la zona más necesitada. Gimo, con cada nuevo centímetro, con cada lentísimo avance.

Su boca, ahora pegada a mi oreja, deja salir ruidos y risas roncas, acorde a mis propias frustraciones, como una señal de que es él, quién tiene el control.

Pasan segundos, minutos, en realidad no sé cuántos van, pero sus dedos mantienen la tortura y mis jadeos van en aumento. No es hasta que, sin esperarlo, se introducen lento y con un movimiento seco, que mi respiración se atasca y mi espalda se arquea.

—Shhhh...ya está, disfrútalo. Siéntelo.

Su petición me hace jadear. Lo disfruto sí, mucho. Los movimientos circulares, lentos y cadentes, de sus dedos dentro de mí, me hacen retorcer con ansiedad. No los lleva profundo, solo un poco para que su siguiente invasión no resulte tan incómoda.

Suelto una de mis manos y la llevo a su cabeza, cuando ya la desesperación por sentirlo me está matando. Él me observa, arrogante.

«Quiere que se lo pida. Otra vez».

Sin embargo, ante mi descubrimiento no me siento incómoda, más bien excitada.

—Hazme tuya de una vez, Will —exijo, un "poco demasiado" fuerte y el brillo devastador de su mirada, me hace entender que me estaba trayendo hasta este punto.

—Como quieras, preciosa.

Siento la frialdad de su ausencia, cuando se levanta para bajarse los calzoncillos. Observo con ojos chispeantes, como con arrogancia desliza la tela por sus muslos y su gran erección rebota, al ser liberada de una vez. Con sus dientes abre el paquetico plateado y con experticia se pone el condón.

Ahora sí, comienzo a temblar. Supongo que en algún momento tenían que entrarme los nervios. Muerdo mi labio inferior al sentir otra vez como su esculpido cuerpo se pega al mío. Sus dos manos toman las mías y entrelaza nuestros dedos, colocándolas a cada lado de mi cabeza. Su miembro presiona un poco en mi entrada y yo intento amortiguar mi miedo, mirándolo con firmeza.

Will nota mi temblor. Y es que, es inevitable que lo haga, porque mi torso se sacude con espasmos involuntarios y mis dientes comienzan a castañear. Cierro los ojos al ver su sonrisa.

—Ash, hermosa —llama, pero yo apoyo mi cabeza sobre mi mejilla derecha. Me niego a mirarlo—, mírame, por favor.

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