¡Se busca un millonario! romance Capítulo 59

POV: Ashley.

«Maldito», reclamo mientras me río de mí misma.

Veo como Will sale de la habitación, dejándome más caliente que una estufa y como toda una enferma sexual. Mi estómago vuelve a gruñir y es cuando reacciono; voy hasta la maleta y guardo el dichoso aparato vibrante de goma y recojo todos los condones que están sobre la cama.

«Maldita Steph».

Esta vergüenza que acabo de pasar es por culpa de ella. Por más que luego deba agradecerle algo, según William, jamás le daré el gusto para que su ego crezca más.

Regreso al baño y busco el albornoz, dudo mucho que él haya ido a cambiarse si vino a mi habitación vestido así, por lo que no creo que esté fuera de lugar. Me desenredo un poco el cabello, aunque me cuesta hacerlo, dado que ya se secó demasiado y me quedaron muchos nudos de nuestros asaltos. Ruedo los ojos cuando me observo en el espejo, con el pensamiento de qué más puedo hacer para provocarlo.

—Es que soy tonta —hablo conmigo misma, una vez escucho de nuevo mi estómago.

Salgo de la habitación y busco a Will con la mirada. No está en el salón, pero las puertas del balcón están abiertas y las cortinas blancas de hilo ondean con el viento. Voy hacia allí.

Él está sentado de espaldas a mí. A su lado, sobre la mesa, un mini buffet nos espera. Se me hace la boca agua, pero quiero demorar un poco más la alerta de mi presencia; quiero admirarlo. En una mano tiene un periódico y en la otra, toma a sorbos de una taza de café. Sus sexys labios se pegan a la porcelana con lentitud y yo detallo cada mínimo movimiento, embobada. Me recuesto al marco de la puerta con los brazos cruzados sobre mi pecho.

De repente, Will levanta su cabeza y mira hacia el frente. Luego la gira con lentitud, hasta que se encuentra con mis ojos. Sonríe. Una sonrisa hermosa, de dientes blancos y parejos; sincera.

—¿Desde cuándo estás ahí, acosadora? —pronuncia la última palabra con sensualidad y barre con sus ojos por mi cuerpo. Mis mejillas se ponen coloradas al instante, sin embargo, no me muevo—. Ven aquí, para que sean mis dientes los que muerdan tus deliciosos labios.

Lo suelto al instante, ni cuenta me había dado que estaba mordiendo mi labio inferior. Voy a su encuentro un poco mortificada, pero es más fuerte el hambre que tengo. Él observa divertido todos mis pasos y los movimientos que hago antes de sentarme a la mesa.

—Come, preciosa —pide, con una sonrisa de medio lado.

Sin dudarlo tomo un croissant y le doy un trago a mi café. Saboreo la espuma que se queda en mis labios y cuando siento calor en mi rostro, levanto la mirada y me encuentro con sus ojos brillantes y más oscuros.

—Las miradas pesan —digo para molestarlo, pero de una forma retorcida, le da vuelta a la situación.

—Lo sé, acabas de demostrar la teoría hace unos minutos.

Tan arrogante como suena, continúa tomando su café y mueve su mirada al periódico. Yo abro la boca, en un intento de parecer indignada, pero él me ignora olímpicamente. Ruedo los ojos y sonrío, porque es obvio que tuvo razón. Recupero mi taza de café y desayuno con gusto. Por segundos siento la mirada de William sobre mí, pero trato de no ceder. Sé que lo hace porque parezco vagabundo hambriento, mientras engullo casi todo lo que está sobre la mesa. Pero qué voy a decir, la intensa noche me abrió el apetito.

—¿Te gustaría dar otro paseo por Roma? —pregunta, una vez hemos terminado de desayunar—. Ya llamé a Mauro, tendrá los preparativos del vuelo listos para mañana temprano, así que debemos aprovechar el tiempo que nos queda aquí.

Me quedo pensativa. Adoré recorrer Roma con William, cada lugar al que me llevó lo guardo como uno de los momentos más especiales. Pero tengo claro también, que quiero tener una conversación con William; en un lugar serio y tranquilo.

—¿Podemos...podemos ir a algún lugar privado? No sé, donde podamos hablar con tranquilidad —murmuro cohibida. Mantengo mi cabeza gacha, esperando su respuesta.

Sus dedos tocan mi barbilla y como cada vez, mi cuerpo se estremece con su tacto. Hace presión para levantar mi cabeza y nos miramos a los ojos. Los suyos muestran preocupación.

—¿Te sucede algo? —pregunta, con expresión entristecida.

Yo sonrío un poco y pongo mi mano sobre la suya, que ahora apoya su palma en mi mejilla.

—No, no pasa nada —aseguro y alzo los hombros, cuando agrego—: Solo quiero aclarar algunos términos, entre... nosotros.

Muerdo mi labio otra vez, cuando con un dedo hago un gesto entre él y yo.

William suspira y luego sonríe, aliviado.

—Creo que tengo una idea de lo que quieres. Hagamos algo —dice—, nos quedaremos en el hotel lo que queda de día y en la noche, te llevaré a un lugar tranquilo para hablar, sobre lo que sucede entre... nosotros.

Repite mi gesto del dedo y ríe coqueto. Asiento, con ojos brillosos y me llenan las ganas de besarlo otra vez. Al parecer soy muy evidente, porque William se levanta de su asiento y viene hasta donde yo estoy. Toma mi mano y me obliga a ponerme de pie. Yo me dejo hacer, como si fuera una marioneta. Sus dos manos rodean mi cuello y sostienen mi cabeza, inclina la suya hacia un lado y baja poco a poco su rostro, hasta juntar nuestros labios.

Lo que empieza como un casto y sensible beso, se convierte en ardiente deseo. Menos de un minuto después, los albornoces caen al suelo del salón y hacemos el amor en cada superficie que encontramos en el camino a la habitación. Su cuerpo se acopla tan fácilmente al mío, sus manos recorren cada centímetro como si pertenecieran a mi piel y me hacen sentir todo a la vez.

No hablamos. No al menos con palabras. Todo queda dicho, con los espasmos de nuestros cuerpos.

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POV: William.

No hubiera querido salir jamás de esta habitación.

El jacuzzi, mi cama, la ducha...y todavía hay tantos lugares en los que puedo hacerla mía. Pero ni modo, hay que ponerse serios de una vez.

Cuando le dije que la quería, no fue por un impulso del momento tan intenso que estábamos teniendo; fue la pura realidad. Quiero a Ashley desde que supe que iría cada día de mi vida a verla a la cafetería de Adelfa; solo por observar sus hermosos y sinceros ojos. Su presencia en mi vida ha sido más que reconfortante; con ella soy feliz. Una felicidad que pensé me sería vetada.

Cuando se vive en el mundo que yo vivo, es muy difícil encontrar sinceridad. Y no es como que yo tuviera la intención de fingir que no me importa. Si no encontraba a alguien que valiera la pena, me pasaría mi vida, soltero y de cama en cama; por más que deseara algún día ser padre y tener mi propia familia.

Me miro al espejo y termino de acomodar el esmoquin sobre mis hombros. Reservé en un lugar especial, para que podamos cenar tranquilos y conversar sobre todo lo que tenemos pendiente.

«Yo le dije a ella que la quería, pero no obtuve respuesta». No al menos una verbal. Su cuerpo había explotado a mi alrededor y sus espasmos se sintieron más absorbentes en ese momento; pero en sí, de su linda boca no salió un —yo también te quiero—.

Suspiro, mis nervios comienzan a salir y trato de mantenerlos a raya. Coloco la pajarita y abrocho el último botón de mi camisa. Cuando pretendo salir de la habitación, reviso mi teléfono y tengo una llamada perdida de mi amigo Larry. Me extraña que aparezca, porque no son fechas significativas; así que le envío un mensaje diciéndole sobre mi ubicación actual y luego guardo el celular.

Salgo de una vez y espero a Ashley en el salón. Habíamos acordado estar listos justo a las ocho, miro mi reloj y aún faltan unos cinco minutos. Voy hasta el balcón, para no estar constantemente mirando hacia su puerta; así puedo relajarme. Me paro frente a las barandillas y meto mis manos en los bolsillos de mis pantalones; como todo un filósofo, admiro las luces de toda Roma y pienso en lo que será de mi noche.

Un ruido me hace voltear y lo hago con rapidez. Ahí está ella.

Vestido rojo, ajustado a su escultural cuerpo y que marca cada maldita curva. Su cabello recogido en una coleta baja y un maquillaje sencillo, justo como es ella.

«Hermosa».

—Estás... estás... impresionante.

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