¡Se busca un millonario! romance Capítulo 7

POV: Ashley.

«No puedo dormir»

Hasta hoy, mi obsesión por el señor O' Sullivan no me había quitado el sueño. Tal vez, sí algunos minutos antes de caer rendida, mientras aliviaba un poco mis necesidades pensando en él. Pero nada preocupante. No como ahora, que no he sido capaz de cerrar los ojos, aunque tengo claro que debo levantarme en solo dos horas. Su voz es adictiva, aún más si le imprime ese tono bajo y seductor que usó para hablar con Steph. No conmigo.

De seguro se llevó una decepción enorme al saber que era yo quien le hablaba, noté en su respiración que le alteró la situación. Pero bueno, no hay remedio.

No sé por qué diablos él la tomó de esa forma conmigo, tampoco la razón por la que me dijo algunas palabras que me emocionaron y me hicieron creer que le interesaba. Todo cambió cuando me pidió mi libreta, su rostro se contorsionó de furia al leer algo que había escrito. Aunque, ahora que recuerdo, no era mi libreta, era una de las que tomé de la encimera. Sabrá Dios qué fue lo que vio y pensó que yo había sido la autora.

«Es que ni suerte tengo», pienso, agobiada, mientras intento relajarme un poco. Lo que sea que a él le molestó, lo llevó a querer salir con mi amiga, mi mejor amiga. Y ella...a ella también le gusta. No puedo negar que me duele su posición, pero William no está interesado en mí y no pretendo privar a Steph de vivir un amor como los que desea.

Cierro los ojos y pienso en él. Me daré el gusto de hacerlo solo por hoy. A partir de mañana, o más bien, a partir de hoy, alejaré mis deseos por ese chico hermoso de ojos azules y sonrisa sincera.

Sueño con su voz cuando por fin logro conciliar el sueño. Y me parece una misión casi imposible cumplir lo que me propuse. Será muy complicado olvidarme de él, si no he podido hacerlo desde que lo conocí.

(...)

Mi día empezó temprano, al final, dormí menos de dos horas y ahora ando en modo zombi, intentando no dormirme mientras estoy en clases. Cada pocos minutos, me enfado con el señor O' Sullivan, él tan fresco nadando en sus millones y yo aquí, intentando atender y entender una aburrida clase, con un aún más aburrido profesor, por haberme desvelado pensando en él.

Mis clases terminan poco después del mediodía y voy corriendo a casa para ayudar a mi madre con el almuerzo y los preparativos de mi hermano, antes de que comience mi turno en la cafetería, a las tres de la tarde. El apartamento queda bastante cerca de la facultad, por lo que no pasa mucho tiempo y yo estoy atravesando las puertas del viejo edificio.

Al entrar, el olor a humedad y herrumbre me recibe. Por más que ya lleve tres años y medio viviendo en este horrible lugar, no me acostumbro a estos olores. Cada vez que atravieso estas puertas, que están a punto de caerse, pienso una y otra vez en todo el esfuerzo que estoy haciendo yo sola para lograr mantenernos a todos. Por más que no me guste este sitio, es lo único que puedo pagarme por el momento. Entre la facultad, los estudios de mi hermano y la enfermedad de mi madre, es muy difícil estar dándose lujos que ni al caso.

Llego al segundo piso y voy hasta el final del pasillo. Tomo un pequeño respiro mientras busco las llaves dentro del bolso, me cuesta trabajo encontrarlas entre tantos libros y cuadernos, pero no puedo pagarme un casillero para dejar los libros en la universidad, así que cargo con ellos a todos lados. Cuando por fin la encuentro, entro con apuro, ya voy un poco atrasada con todo lo que debo hacer.

—Hola. Ya llegué —anuncio a todos, aunque es innecesario, puesto que la casa es bien pequeña y con solo abrir la puerta ya hice el ruido suficiente para que todos supieran.

Cierro la puerta detrás de mí y dejo el bolso sobre el sofá. Me acerco a mi madre, que está en la cocina, intentando preparar algo para que me dé tiempo almorzar esta vez.

—Hola, hermosa —saluda mi madre, volteando a verme para darme dos besos—. ¿Cómo te fue hoy?

Me asomo a la cazuela para ver qué está preparando, el olor que llena mi sentido del olfato es maravilloso.

—Uff, mamá, que delicia —digo, cerrando los ojos para saborear la mezcla de olores de las especias—. Todo fue bien, un poco de sueño, pero nada a lo que no esté acostumbrada.

Hablo de espaldas a ella, mientras tomo un cucharón y pruebo el guiso; cuando me giro, ella me mira con angustia. Rebobino en mi cabeza y me arrepiento de haberle dicho eso.

—Ash, creo que es hora de que te tomes un descanso. Estás presionándote mucho, mi niña —murmura, con voz triste y una mirada llorosa.

Mi madre está enferma. Hace poco más de tres años le descubrieron un tumor en las partes blandas. Por aquel entonces, vivíamos con mi padre, Samuel Moon. No éramos ricos, pero realmente nos alcanzaba para vivir cómodos y darnos unos cuantos lujos. Yo recién comenzaba la universidad cuando todo esto se descubrió. En medio de todo, mientras mi madre llevaba a cabo los tratamientos, yo tuve la suerte, o la desdicha, de sorprender a mi padre con una de sus compañeras de trabajo. Y no precisamente, trabajando.

Cuando lo enfrenté, solo supo decirme que las expectativas de vida de mi madre eran muy bajas y que él, en algún momento, necesitaría rehacer su vida. En ese momento supe, en verdad, que la traición puede venir de cualquier lado y que la puñalada puede herirte o puede matarte. Yo decidí que solo provocaría un rasguño.

Con el dolor de mi alma me fui de esa casa, donde supuestamente había vivido feliz, en compañía de mi familia, por tantos años. Por supuesto, mi madre vino conmigo y mi hermano también. A partir de ese día, me hice una promesa, una que, hasta hoy, tres años después, sigo cumpliendo.

«Yo seré su fortaleza, así me esté muriendo de agonía, seré para ellos lo que necesiten. Al costo que sea».

Encontré este apartamento y con algunos ahorros que tenía, pude pagar los primeros dos meses de renta. Mi madre, que tenía una pequeña cuenta de ahorros de sus años de trabajo, asumió los gastos que le quedaban del tratamiento. Pero desde el momento en que yo logré conseguir empleo en la cafetería de Adelfa, decidimos mantener ese dinero en el banco, como una garantía en casos de emergencia. Yo me ocupo del diario, rezando cada día para que mi madre no tenga una recaída.

A mi padre, no lo hemos vuelto a ver. Y por gracia y obra del Señor, mi madre se ha recuperado estos últimos años, aunque no puede llevar una vida normal, como ella quisiera.

—Todo está bien, mamá —aseguro, a la vez que me acerco para darle un abrazo enorme. Su preocupación por mí, es normal, pero ya me acostumbré a ser yo la que se preocupa por todos—. Solo fue un desvelo, no podía dormir con tantos pensamientos dándome vuelta en la cabeza.

Clarissa Write me mira con el ceño y la boca fruncidos, buscando en mi expresión alguna señal de que estoy mintiendo o que algo me preocupa. Y aunque sí tengo en qué pensar, no es que tenga mucha importancia, tampoco. Mi obsesión no es algo que quiera compartir.

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