¡Se busca un millonario! romance Capítulo 8

POV: William.

Me levanto con mal genio después de una noche completamente inútil. No pude pegar ojo ni un segundo pensando en la angelical voz de esa chica que me tiene perturbado. ¿Cómo es posible que yo sea tan tonto de seguir obsesionado con ella? Me irrita mi propio comportamiento y comienzo a pensar que tengo algún tipo de enfermedad mental, si continúo tras lo que sé, me hará daño.

«Debo ser masoquista», pienso y ruedo mis ojos.

Decido tomar una ducha bien fría que me traiga a la realidad, para ver si al fin me mentalizo sobre lo que debo hacer. Bajo la ducha, mientras las primeras gotas de agua caen y erizan mi piel, pienso en mi cita de hoy y en las ganas que tengo de pasarla por alto. Imagino varios escenarios en los que podría evitar esta complicación sin sentido, pero ninguno me parece lo suficientemente bueno para asumirlo como justificación.

«Me rindo», pienso frustrado. Tal vez de todo esto salga algo bueno.

Cuando salgo del baño miro mi reloj y veo que voy tarde. Me apuro para vestirme y arreglarme y salgo del apartamento sin desayunar. Sé que yo soy mi propio jefe y que, técnicamente, no llego tarde, pero soy bastante extremista con este tema. Me gusta llegar temprano, siempre. Así como exijo a mis trabajadores que mantengan la disciplina laboral, yo lo hago para no parecer hipócrita.

«No debes exigir lo que no estás dispuesto a entregar tú mismo».

Ese es mi lema. Y hasta el día de hoy, lo cumplo.

Llego a O' Sullivan Enterprises y hay mucho movimiento, tanto clientes como el personal de la empresa, entran y salen del edificio. Algunos apurados, otros hablando por sus teléfonos, la mayoría a tope de trabajo, la minoría aprendiendo de este mundo de negocios.

Es un edificio bastante grande, pero contrario a la ostentación de algunos colegas millonarios, nunca quise que fuera demasiado alto. No necesito un rascacielos para demostrar al mundo mi habilidad en los negocios y para dirigir. Más bien, me concentro mayormente en instalaciones a las afueras de la ciudad, donde tengo mis almacenes y algunas de mis oficinas. Aquí, básicamente residen junto conmigo, los negocios funcionales de mis hermanos, que completan nuestro imperio.

Llego a la oficina y mi asistente, Margot, me espera con un desayuno de la cafetería de unas cuadras más abajo, donde suelo disfrutar de sus delicias. En el camino hasta aquí le comenté que necesitaba hiciera un pedido, cuando me llamó para verificar que todo iba bien y saber si necesitaba cancelar alguna de mis citas.

—Buenos días, señor —saluda, alegre. Me entrega el café y comienza a leer mi agenda del día.

—Buenos días para ti también, Margot —correspondo, cuando termina de hablar, a veces cuando comienza no tiene para cuando parar—. Puedes mantener todas las de la mañana, pero necesito que canceles el almuerzo con el gerente de la constructora y las demás citas de la tarde, tengo una situación personal y necesito salir más temprano hoy.

—Como guste, señor —responde y anota en su agenda.

Paso por su lado para entrar a mi oficina y aún no he atravesado la puerta, cuando escucho que se comunica con el primer cliente.

«Es muy eficiente», pienso, complacido. Debería darle unas vacaciones, se las merece.

La mañana transcurre tranquila y satisfactoria. Todos los negocios que tenía entre manos tengo la dicha de firmarlos o por lo menos, dar un paso de avance. Así que, cuando llega la hora del almuerzo, mis ánimos están por las nubes.

—Margot, puedes irte ya —afirmo, en cuanto salgo de la oficina, portafolio en mano y ajustando mi corbata.

—¿Seguro, señor? —pregunta, emocionada.

—Sí, ya no regresaré más hasta mañana. Sincroniza nuestras agendas y revisa que no haya nada de última hora. Si crees que hay algo demasiado urgente, entonces, me contactas, de lo contrario déjalo pasar —explico y ella abre la boca ante la compenetración que le estoy dando en el negocio—. Otra cosa, necesito que te planifiques unas vacaciones...

Ella ahoga un jadeo, supongo que no acaba de creerse lo que le estoy diciendo.

—En cuanto sepas para cuando las quieres, comunícaselo al Departamento de Recursos Humanos —continúo y ella asiente con alegría—. Tómate los días que necesites y luego regresa con más ganas, te promoveré a directora Logística.

Margot abre la boca y boquea como un pez. No acaba de creerse lo que le dije. La verdad es que llevaba poco más de dos meses evaluando su rendimiento y conocimientos sin que ella supiera mis intenciones. En estos tres años que lleva siendo mi asistente, nunca me ha fallado y conoce, casi tanto como yo, toda nuestra cartera de clientes y servicios. Esa plaza la estaba reservando para ella, si lograba cumplir mis expectativas.

—Solo necesitaría entonces, que cuando regreses, me busques otra asistente —termino y sonrío.

—Por supuesto, señor. No dude que le buscaré una que esté a su altura —promete con seguridad y me agradece por todo, por la oportunidad tan grandiosa que le estoy dando.

Salgo del edificio y pienso qué hacer. Todavía es temprano para ir a la cafetería de Adelfa, generalmente voy sobre las cinco de la tarde y todavía no pasan de la una. A pesar de eso, decido ir hacia allá desde ahora, capaz que me arrepienta después de todo.

«Aunque si me quedo, puede surgir algún inconveniente que me necesite con urgencia», pienso, planeando otra vez excusas que no voy a llevar a cabo.

Ricardo me espera con la puerta trasera del auto abierta y solo pasan unos segundos, antes de incorporarnos a la Avenida. Mi chófer me pregunta hacia donde nos dirigimos y solo le digo el nombre del pueblo, no especifico el lugar.

Durante la media hora que rinde el traslado, voy pensando en lo que se supone le diré a esa chica. A la tal Steph. No es que haya pensado mucho en ella que digamos y creo que me quedaré medio mudo en cuanto la tenga frente a mí. En realidad, ella nunca llamó mi atención y será difícil fingir interés.

Un cartel inmenso que ya necesita reparación, nos da la bienvenida. Villa Florencia es un pueblo pequeño, pero se puede decir que tiene de todo. Desde ricos hacendados, hasta zonas bajas de extrema pobreza. Los recursos están muy mal distribuidos en estos pueblos que rodean la ciudad principal y capital del estado.

Nos acercamos a la zona de la cafetería y le pido a Ricardo que continúe hasta uno de los restaurantes más cercanos, para pedir algo de comida que me mantenga lleno hasta que abra la cafetería. Bien que podría molestar a Adelfa, ella me ha dicho muchas veces que puedo pedirle lo que sea, pero no quiero llegar antes que sus trabajadoras. Por tanto, manejo el plan de esa forma. Almuerzo algo ligero y espero en un parque que queda justo en frente, a que sean las tres de la tarde.

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