Seduciendo a mi padrastro romance Capítulo 10

Aquella noche, ignoraba que sería mi última ahí y que Jürgen sería testigo de todo. Iba a ir a la cocina cuando escuché a dos empleadas hablando de mí, Jürgen que había llegado por un bocadillo, se quedó en silencio, rabiando.

—Una lisiada, eso es la señorita.

—Pobre, pero ya nada hace aquí, ¿será que va tras el jefe?

—Sería la única explicación, su madre ya no está, nada hace aquí.

Me llevé las manos a la boca y gemí con pánico. Di un paso atrás tropezando con Jürgen, este puso sus manos en mis brazos y los frotó para darme tranquilidad, apoyó su boca contra mi cabeza y me dio un beso.

Luego me abrazó y entonces lloré. Horribles sonidos salían de mí, la ira, desesperación, tristeza. Las dos empleadas salieron y al verme llorar y observar la furia de Jürgen retrocedieron asustadas. Llamaron al médico de la familia quien me aplicó un sedante suave para que me calmara.

Cuando desperté supe que no podía quedarme, me puse ropa abrigada, tomé mi bolso y tras escribirles una nota, empecé a salir. Al llegar a la sala descubrí que todos los empleados estaban en la biblioteca, eso me servía para que no notaran que me iba. Jürgen y Dominic estaban furiosos.

— ¿Cómo se atrevieron?

—Lo sentimos señor…

—Ya saben lo que pasa con quienes me traicionan o faltan al respeto.

Al salir a la calle me golpeó el frío, eran más de las 2 de la madrugada. Debía esconderme a prisa porque si Jürgen encontraba la nota, iría tras de mí. El sonido de dos disparos rompió el silencio de la noche y corrí.

Mi primera noche en la calle fue muy dura...brutal y no digo que las que le siguieron a esa no lo fueron. Pero esa fue una en la que la aplastante realidad de lo que me esperaba cayó sobre mí. Pensar en regresar fue tentador, pero ya no tenía derecho a buscar su protección. Así que me dediqué a caminar y caminar.

La segunda noche encontré un callejón, tenía un contenedor grande de basura y cuando las temperaturas empezaron a bajar me metí dentro. El olor era nauseabundo, pero era relativamente cálido.

Unas semanas después me encontré a María, una de las cocineras de mi papi quien me miró con lágrimas en los ojos.

—Isabella mi niña, ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde vives?

—En la calle. Es tan duro María, porque los hombres quieren…bueno tú sabes.

—Te vienes conmigo a la casa.

—No puedo, María. Debo irme, diles que los amo y que los extraño.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Seduciendo a mi padrastro