Si es destino estar contigo romance Capítulo 116

Pero no estaba segura de si le gustaba o no.

Porque esto era lo que había sentido por Lucrecio desde pequeña y se había hecho más fuerte, pero complicado a medida que crecía.

—Sí.

Para su sorpresa, Lucrecio respondió tan secamente...

Sentía que su corazón parecía ser roído por innumerables hormigas, lo que le provocó un dolor insoportable. Miró en silencio a los ojos de Lucrecio tratando de encontrar alguna respuesta que quisiera obtener.

Lucrecio estaba tranquilo aparentemente, pero por dentro era como si hubiera pasado por una tormenta. Era evidente que estaba hecho un lío, pero insistía en fingir que no le había ocurrido nada.

Cuando se había enterado de la desaparición de Yolanda anoche, adivinó que ella también conocía el compromiso.

—Antes, quería todo de la familia Castro para mí mismo.

Entre sus delicadas cejas apareció un indicio de dolor.

—Pero ahora, lo hago para protegerte.

Solo cuando se convirtiera en el verdadero sucesor de la familia Castro, podría conseguir las potencias de su familia en otros lugares, además de España. En ese momento, ya fuera Bernardo o Orlando, nadie sería capaz de volver a hacer daño a Yolanda.

De repente, Yolanda tenía los ojos enrojecidos. Cuánta gana que tenía de decir que no quería su protección, que sólo lo quería a él. Pero no lo hizo.

Bajó ligeramente la cabeza. Todavía llevaba la chaqueta que le había dado Hardy, bien abotonada para que Lucrecio no pudiera ver las heridas en su cuerpo.

—Estoy muy cansada.

Yolanda pasó por alto directamente lo que acababa de decir y su tono era insípido.

A Lucrecio se le rompía el corazón y quiso tomarla en sus brazos, pero ella lo esquivó.

—No me toques.

Como estaría comprometido con Carolina, mejor que mantuvieran las distancias ellos dos.

Siempre sentía que aún la trataba como una niña, pero ella ya había crecido.

Cuando llegó a casa, Yolanda volvió directamente a su dormitorio sin decir una palabra. Sólo entonces se quitó la chaqueta de Hardy y se dirigió al espejo para mirarse y se quedó congelada durante mucho tiempo.

Estaba sucia, desordenada y fea al extremo.

Se le rasparon el pecho y la zona por debajo de la clavícula, y las heridas eran algo graves.

Sólo este momento se dio cuenta de que realmente le dolía mucho las partes donde se habían herido.

Se abrió la puerta de la habitación y Lucrecio entró.

Yolanda se puso la chaqueta inmediatamente y dijo con indiferencia:

—¡Fuera!

Lucrecio notó vagamente mediante su chaqueta desordenada que su ropa adentro parecía estar rota, no pudo evitar fruncir el ceño seriamente y preguntó en voz baja:

—¿Qué le ha pasado a tu ropa?

—¡No es tu asunto!

Yolanda lo expulsó con exasperación.

—¡No quiero que te metas en mis asuntos!

Lucrecio no la dejó en paz. Su fuerza era varias veces superior a la suya y le quitó la chaqueta con un fuerte tirón.

Entonces vio que su ropa estaba arruinada en varios lugares, dejando al descubierto las cicatrices en su piel blanca como la nieve.

Yolanda se sintió tan molesta y avergonzada por su mirada que subconscientemente extendió la mano para cubrirse la piel. Como resultado, aspiró profundamente y gruñó, porque le dolía tanto.

La frialdad que contenían los ojos de Lucrecio era como un témpano de hielo milenario y su rostro se había endurecido al extremo. Pudo ver que eran abrasiones.

—Ven aquí.

Se adelantó a gran paso y la levantó en sus brazos.

—¡Ah!

¡Yolanda se tembló de dolor!

Lucrecio se sobresaltó, en este momento se dio cuenta de que su espalda también estaba herida y incluso era peor que la parte delantera.

Las heridas de Yolanda hicieron que le surgiera el dolor en su corazón. Lucrecio siempre había cuidado de ella con muchísimos cariños y nunca había dejado que le hicieran daño. Recordó que la primera vez que ella se lastimó fue cuando se torció el tobillo durante los exámenes de ingreso a la universidad. Ya se quedó muy angustiado en ese momento, pero ahora sucedió esto...

Sus ojos estaban inyectados en sangre furiosa. Originalmente tuvo en cuenta su hermandad con Orlando, pero ahora no había manera de que pudiera ser amable con él.

En cuanto a Bernardo...

Tarde o temprano, tendría que dejarlo irse al infierno en mil pedazos.

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