Si es destino estar contigo romance Capítulo 34

Al día siguiente, Yolanda se levantó con ojo morado. Era la primera vez para ella en salir de casa en muchos años y descansar en una cama desconocida, por eso no había dormido bien en toda la noche.

Ella quiso mucho ir a Lucrecio durante la noche, pero pensó que también debía estar muy cansado, así que se obligó a pasar sola para no perturbar su descanso.

—Yolanda, ¿dormiste bien anoche?

Lucrecio entró en su habitación y la vio lavarse. Al ver su ojo morado a través del espejo, fue consciente inmediatamente de que no la había considerado bien.

—Lucrecio, ¿podré salir con esta apariencia? —dijo Yolanda.

—Claro que sí, no te preocupes. —le consoló Lucrecio.

Sólo entonces Yolanda recuperó algo de confianza. Siempre creía en las palabras de Lucrecio y nunca había dudado de ellas.

El lugar donde se celebraba la boda estaba un poco lejos, y como era un suburbio en que no había semáforos y cuya carretera era lisa, así que Yolanda volvió a dormirse tumbada en los brazos de Lucrecio.

Cuando se despertó, nadie excepto a ella estaba en el coche y tenía puesta la chaqueta de Lucrecio. Se bajó del coche y miró a su alrededor sintiendo tanto la curiosidad como el miedo.

Parecía ser un jardín trasero, alrededor del que no había nadie. Ni sabía a dónde ir, así que sólo pudo encontrar un columpio para sentarse con la chaqueta puesta suya.

Se balanceaba suavemente y empezó a jugar con el columpio. Pero estaba tan descuidada que no sintió a nadie venir por detrás de ella.

De repente, alguien le empujó por la espalda y el columpio aumentó de repente su amplitud de mover, Yolanda entró en pánico e instintivamente se agarró a la cuerda, porque era muy posible que se cayera.

—¿Quién es? ¡Bájame!

Sus mejillas se sonrojaron y ella sintió la ingravidez y el temor.

—¿De dónde eres? ¡Dilo! ¡Dime y te dejaré bajar!

Una voz masculina astuta junto con una risa burlona llegó desde detrás de ella.

—¡Te lo diré si me bajes!

Tan pronto como quería darse la vuelta para ver de quién se trataba, fue de nuevo empujada a lo más alto.

—¡Mi tío es Lucrecio!

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