Sin Darnos Cuenta romance Capítulo 1

Otro día más de esos donde no quiero levantarme de la cama. La alarma sigue sonando y yo lo único que quiero es lanzar mi móvil por el aire y que se estrelle contra una pared para que deje de sonar ese ruido molesto, pero no puedo; si rompo mi móvil estaré incomunicado y Amanda me matara. Asique, ya que la primera opción no es viable, estiro mi brazo sin quitar la almohada que esta encima de mi rostro y silencio el molesto ruido.

Detrás de la ventana de mi habitación el mundo sigue girando, marcha el mes de junio y se supone que debería de estar feliz, en tres meses mis primeros dos cuadros ya estarán disponibles para que el publico pueda verlos y en cinco lanzare la obra completa, pero no, no estoy feliz.

¿Cómo voy a estarlo cuando hace una semana encontré a mi novia con otro en la cama? Es el simple hecho de recordarlo y sentir la misma rabia que sentí en ese instante en el que abrí la puerta, de la habitación del piso que compartíamos juntos y la vi desnuda moviéndose encima de ese imbécil que ni conozco y gimiendo de placer.

Quito la almohada de encima de mi rostro y observo a lo lejos aquella pequeña cajita de felpa color roja apoyada sobre mi escritorio. Allí dentro estaban mis ilusiones; está el anillo con el cual le pediría que se convirtiera en mi esposa y la madre de mis hijos, pero todos esos planes se han ido a la basura, al igual que mi ánimo. Solo queda seguir respirando y vivir con un corazón roto.

Me giro sobre la cama y me quedo boca abajo con mis brazos estirados debajo de la almohada. No pienso levantarme de aquí en todo el día y mucho menos le hare caso a esa alarma la cual todas las mañanas me avisa que es hora de mi rutina de ejercicio. Cierro mis ojos y me dejo llevar por mi mente a un mundo donde no existe nada más que mi resentimiento hacia Cintia. Soy un hombre despechado, es así de sencillo.

Estoy en mi mundo, hasta que de repente escucho la puerta de mi habitación abrirse y a los pocos segundos el peso de un cuerpo sobre mi espalda me hace quejar. —¡Franchesco!— Exclama esa voz que tan bien conozco, aunque hoy se escucha un poco diferente, «¿ha estado llorando?»

—Jordana...— Digo sin ánimo y ella se deja caer a mi lado haciendo que mi espalda se sienta aliviada.

Sin que me quede otra opción, me giro hacia el lado donde esta ella y abro mis ojos lentamente para adaptarme a la luz. Al mirarla me encuentro con su cabello castaño atado en una coleta, y sus ojos color miel enrojecidos. Hago un paneo general de ella y el verla con un pantalón corto de jean y camiseta holgada color blanco llama mi atención, este no es el tipo de ropa que usa mi mejor amiga.

En realidad, Jor era la mejor amiga de mi hermana Tamara y es prácticamente una más de la familia Balestrini. Pasaba en casa muchísimo tiempo y lo sigue haciendo. Puedo decir que la conozco desde que tengo 18 años. Han sido tantos los momentos que hemos vivido juntos , que poco a poco nos hemos convertido en amigos inseparables; cosa que ha llevado a que ahora sea yo quien sea su mejor amigo y que Tamara me recrimine el haberle robado a su mejor amiga; aunque sé que es broma. Jordana y Tammy siguen siendo muy buenas amigas, pero la mayoría del tiempo la pasa conmigo.

—Me engaño.— Sentencia y se abraza a mí.

Su pelo me hace cosquillas y debo acomodarlo —¿Qué?— Pregunto bastante confundido y aun dormido.

—Mauricio, es un imbécil...— Explica entre sollozos.

—Explícate.— Le pido y es que en verdad todavía estoy un poco confundido.

—Fui a buscarlo esta mañana y lo vi saliendo de su piso en bóxer con una mujer. Me escondí para ver que sucedía y vi como se besaban, pasaron la noche juntos.— Resume angustiada.

—Bienvenida al club de los engañados.— Comento sabiendo perfectamente cómo se siente.

—Tengo rabia... lo odio...— Se queja mientras su llanto aumenta.

—Eso se llama despecho Dana.— Le aclaro.

—Sí, estoy despechada.— Afirma —¡Tres malditos años le di!— Exclama.

—¿Y yo? Yo le di cuatro años a ella.— Añado.

—Somos dos despechados...— Comenta acomodando su rostro para verme.

—¿Habrá un grupo de apoyo para despechados?— Inquiero intentando hacer una mala broma en este momento.

—No lo creo.— Dice triste.

—Debería... así como para los que sufren algún vicio que es difícil salir… para nosotros será difícil superar esto.— Explico sin animo.

— Fran yo no quiero estar así... Hagamos nuestro propio D.A..— Me dice y no entiendo nada.

—¿Qué?—

—Despechados anónimos.— Me dice entre lágrimas.

—¿Y engañados?— Añado.

—También... puede ser de despechados y engañados... ayúdame Franchesco, se mi padrino de despecho, no dejes que me deprima por ese imbécil... no dejes que mi corazón me haga sufrir por encapricharse con él. Yo no soy así.— Me pide y por primera vez una tímida sonrisa se dibuja en mi rostro.

—Solo si tú eres mi madrina de despecho. Yo tampoco quiero sufrir por ella, pero ya ves que soy idiota para cuestiones del amor.— Propongo y ella extiende su mano con la clara intensión de estrechar la mía.

—Trato hecho, nos apoyaremos el uno al otro para no caer en depresión, ni en sus falsas disculpas, ni palabras bonitas que nos enreden.— Expresa firme.

—Suena como un plan madrina.— Digo y es increíble que en medio de este caos seamos capaces de apoyarnos el uno al otro.

—Padrino...— Señala mirándome —El primer consejo que le doy como madrina es que se ponga de pie y salga de este cuarto. Como integrante del grupo de despechados anónimos le pido a mi padrino que me apoye y me haga pasar un día increíble en la playa olvidándome de toda la mierda que tengo en la cabeza.— Sentencia mirándome como un cachorrito herido y no puedo más que asentir.

Si hay una habilidad que tiene Jordana es de poder convencer a quien quiera de lo que quiera.

—De acuerdo... vamos...— Afirmo y me levanto de la cama para alistarme sin poder creer que finalmente si me levantare de esta cama.

—Te espero.— Dice sin levantarse de la cama.

Sacudiendo mi cabeza a causa del poder de convencimiento de mi mejor amiga, entro al baño para comenzar un día diferente a pesar de que había dicho que no lo haría.

[…]

Caminamos por nuestra playa favorita, una de esas que poca gente conoce hasta que encontramos un sitio cerca del mar que nos agrada a ambos y dejamos nuestras cosas sobre la arena. Lo que más nos gusta de aquí, es que nunca hay nadie; es nuestra playa como le decimos nosotros. Este paisaje ha sido testigo de muchísimas conversaciones entre los dos y se ha enterado de alguno que otro secreto nuestro.

Estiro la toalla de playa sobre la arena y me acuesto en ella boca arriba para dejar que los rayos del sol peguen en mi cuerpo y me relajen. Ella hace lo mismo y se acuesta al lado. Tenemos nuestros Ray Bans puestos para proteger nuestros ojos del sol y cualquiera diría que somos hermanos o algo así; tenemos los mismos lentes de sol y es que los hemos comprado juntos.

—Franchesco...— Dice interrumpiendo el sonido de las olas del mar.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Sin Darnos Cuenta