Sin Darnos Cuenta romance Capítulo 8

He ido a trotar por la playa, a andar en bici, en fin... he hecho una rutina de ejercicio bastante exigente para intentar sacar todo lo que llevo dentro, pero no ha funcionado. No dejo de pensar en lo hijo de puta que soy por lo que ha sucedido esta mañana. Yo sé que Jordana me ha dicho que no pasaba nada, pero vamos... decirle que quería acostarme con mi ex cuando acababa de estar con ella en la cama; eso es de un nivel de cinismo que ni creas. Lo peor de todo es que no tengo ni la más mínima idea de cómo controlar todo esto que me sucede.

Regreso a casa en mi bicicleta y al llegar frente al edificio la veo a ella bajándose de un auto color negro, y a los pocos segundos, veo a un hombre de cabello oscuro bajarse del mismo vehículo y para mi sorpresa, este hombre la abraza «¿Quién es?» Me pregunto a mí mismo y me quedo observando.

Ella se despide de él con un largo abrazo y luego entra al edificio. Una vez que veo que el auto se aleja, no dudo un segundo y cruzo la calle rápidamente para luego entrar al edificio detrás de ella —¡Dana!— Le exclamo antes de que llame al elevador.

Ella voltea y al verme sonríe —¿Ejercitando?— Pregunta al ver la bici.

—Algo así, ¿me acompañas al depósito para guardar la bici?— Le pregunto y sin más ella emprende camino hacia el pasillo donde está el depósito. —¿Quién era él?— Pregunto sin más y ella me mira extrañada.

—¿Acaso me estabas espiando?— Pregunta confundida.

—No. Te vi por casualidad cuando llegaba.— Me explico.

—Ya. Para tu información, él es el arquitecto del hotel y me alcanzo aquí porque tuve que llamar al auxilio por mi auto.—

—¿Qué le paso a tu auto?— Averiguo.

—Un neumático.— Se explica.

—Vale, la manera que te abrazo no parecía la de un arquitecto a la diseñadora de interiores.— Comento y me arrepiento de mis palabras apenas salen de mi boca.

Abro la puerta del depósito intentando restarle importancia, pero ella claramente no me deja pasar mi metida de pata —¡¿Disculpa?! Franchesco, ¿Qué es esto?— Me pregunta desde la entrada del depósito.

—Nada. Lo siento, soy un imbécil... es que siempre te he cuidado de los idiotas que se te puedan acercar, pero ahora todo es tan diferente...— Intento explicarme.

—Sí, lo sé. Siempre has sido mi amigo celoso y protector, pero creo que como dices tú, algunas cosas han cambiado y debemos entenderlo. De no ser así yo te hubiese hecho una escena esta mañana cuando apareció Cintia.— Me dice sin apartar su mirada de mí.

Dejo la bici en su sitio, y luego voy hacia ella y la tomo del brazo para hacer que entre al depósito. Cierro la puerta detrás de ella y cierro con llave del lado de adentro para que nadie pueda entrar. —Lo sé, y he sido un imbécil por haberte hablado de lo que ella me provoco. Lo siento Dana, yo no quiero lastimarte, pero es que no sé ni qué rayos me sucede.— Le confieso mientras que voy acorralando su cuerpo contra la pared.

—Franchesco, no me lastimas.— Me dice acariciando mi rostros con sus manos después de haber dejado su portafolio en el suelo.

—Sé que dices que no te lastimo, pero yo siento que lo hago. Además, no sé... no quiero que estés con otro hombre que no sea yo... no quiero compartirte con nadie.— Admito mientras que una de mis manos levanta su pierna y voy acariciando su muslo por debajo de la falda que lleva puesta.

Su respiración esta agitada, mi cuerpo la reclama... —Franchesco, yo no voy a estar con nadie mas mientras este en esta situación contigo... no creas que soy una cualquiera.— Me dice sin apartar sus ojos de los míos.

—Lo siento... no quise decir eso... es que me vuelvo irracional cuando te tengo así.— Le expreso y sin más preámbulos comienzo a besarla haciendo que la temperatura incremente al punto de que sienta que me quemo.

Sus expertas manos bajan mi pantalón corto a la vez que baja tan solo un poco mi bóxer. Las mías en cambio, suben su falda y muevan lo justo y necesario su braga para enredar su piernas en mi y así entrar en ella como si no hubiese mañana.

Me muevo en ella de manera incesante e intentando saciar todo lo que nuestros cuerpos reclaman. Ella se aferra a mis hombros y contiene el sonido de sus gemidos ya que cualquier vecino que pase por aquí podría escucharnos. Es tan excitante lo que estamos viviendo que siento que voy a morir de placer en cualquier instante. Es salvaje... y es de esa misma manera en la que ambos nos venimos a la par y nos quedamos mirando, intentando comprender que fue esto.

No entiendo porque, pero ella ríe mientras que la coloco sobre el suelo y luego subo mi bóxer y pantalón. Ella se acomoda la ropa y luego se apoya contra la pared intentando recuperar el aire. —Definitivamente ha sido el mejor polvo de mi vida. Uno con prisas, pero justo lo que necesitaba— Dice entre risas y me contagia.

—El mío también...— Le confieso —Ha sido demasiado excitante y créeme que cada vez que venga a buscar mi bici me acordare de ti.— Le digo y luego la beso una última vez.

—Vamos antes que llegue alguien.— Dice tomando su portafolio y así sin más vamos hacia nuestro piso como si nada hubiese sucedido en este lugar.

[…]

Al día siguiente

Me levanto de la cama y voy directamente hacia la cocina, muero de hambre «Es extraño que yo me haya levantado antes que ella» Pienso mientras que comienzo a preparar el café «¿Se habrá ido y no me di cuenta?» Miro hacia la sala y veo que su portafolio y bolsa sigue allí en el sofá donde los dejo anoche.

Me sirvo la taza de café y camino hacia la puerta de su habitación. Golpeo la puerta y no responde. Solo escucho su toz «¿Se ha enfermado?» Sin dudarlo, entro a su cuarto y la veo hecha un ovillo en la cama y cubierta con su tímida sabana.

—Dana, ¿Qué sucede?— Le pregunto mientras me acerco a ella y al tocarla noto como está ardiendo de fiebre. —Pero ¿Cómo te has enfermado así si ayer estabas bien?— Pregunto y creo que es a mí mismo.

Ella sigue tosiendo y con su mano intenta alejarme —No quiero contagiarte.— Dice y no puedo creer que hasta en estos momentos este pensando de esta manera.

—Llamare al médico de la familia para que venga a revisarte.— Le digo y voy rápidamente por el móvil.

Llamo al doctor Franco y una vez que quedamos en que en una hora estará aquí, voy al baño y empapo algunas toallas pequeñas en agua fría. Entro nuevamente a la habitación y le ayudo a acomodarse mejor en la cama. —Ven.— Digo y me siento a su lado para poder colocarle una de las toallas que he traído en su frente.

—Franchesco, de verdad... vete... te enfermaras.— Se queja.

—¿Cómo me voy a ir? Deja de quejarte y permíteme que te cuide.— Le regaño.

La observo detenidamente y no me gusta verla así. —¿Quieres un té?— Le pregunto mientras acomodo su cabello.

Ella asiente y sin más me levanto de su lado. —Ya regreso. No te quites eso de la frente, el doctor llega en un momento.— Le advierto y como puede asiente.

Preparo el té fingiendo ser un experto, y luego regreso a la habitación. Nuevamente me siento a su lado y la observo mientras se toma lentamente el té que le he preparado. Me quedo en silencio a su lado y solo acaricio su rostro mientras que esperamos que llegue el doctor.

[...]

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