—¡Ah!
Se oyó un grito.
José parecía haber adivinado que iba a gritar y la tapó la boca con su mano.
Él bajó ligeramente la cabeza y soplaba aliento caliente sobre su oreja. En ese momento, al sentir que la mujer en sus brazos temblaba violentamente de miedo, sonrió y dijo:
—¿No te dije que te quedaras quieta y aún corriste? ¿Tan mal educada?
—Suéltame, por favor...
Daniela no tenía el valor de darse la vuelta y mirarle. Su espalda estaba siempre tensa como una cuerda.
José se acercó a su oído y soltó una suave carcajada. Se quitó las gafas de sol, revelando sus ojos helados pero amorosos.
—Daniela, ¿sabes que los hombres tienen un deseo especialmente fuerte de conquistar a las mujeres que los rechazan?
Daniela se estremeció, apretó los dientes y le refutó:
—¿Qué crees que debo decir? Ante el acoso de un desconocido, ¿no debo gritar y luchar, sino que someterme?
—Resulta que, tanto si luchas como si me obedeces, sólo hay un resultado.
—¡Entonces, seguiré luchando!
La respuesta de esta mujer sorprendió a José. En el siguiente instante, sonrió y dijo:
—Pero, también no sabes que los hombres suelen vejar con más fuerza a las mujeres que les gusta resistir. Al igual que anoche, te...
—¡Ah!
Daniela gritó y se negó a escucharle hablar de nada sobre la noche anterior.
¡Se estaba volviendo loca!
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