Tenias que ser tu romance Capítulo 29

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Paula se quedó en silencio. No podía creer lo que su tía le estaba diciendo, es más, no le creía en absoluto.

―¡Estás loca!, eso no es verdad.

―Lo es― aseguró Francisca― siempre te quejas de que ninguno de nosotros te dice la verdad, así que te la digo directamente, tú y Fernando son medios hermanos, siempre lo supimos, nunca te lo dijimos.

―¿Lo supimos?, ¿quienes?, ¿quieres decir que mi padre lo supo todo el tiempo y no me dijo nada? ― preguntó Paula enojada.

Francisca sonrió, luego se acercó a Paula para acariciar su cabello lacio y dorado y se mordió los labios ― claro que si, pero era evidente que no creerías esta noticia de los labios de un borracho, ¿o sí?, por eso te lo digo yo, eres media hermana de Fernando y nuestra insistencia en que dejes de estar cerca de él ha sido del todo nula, así que espero que con esto te quede claro que no debes estar cerca de él.

Paula se encontraba asombrada, ¿cómo era posible que después de años le confesaran una situación como esta?, su padre estaba terriblemente enojado con su madre cuando ella murió, seguro le hubiese dicho algo en su despecho.

―No te creo― volvió a repetir la chica alejándose de su tía.

―Bien, no me creas, ¿por qué no vas a casa de Minerva de Saramago y le preguntas? ― le sugirió Francisca.

―No, le iré a preguntar a mi padre, él jamás me mentiría.

―Eso es lo que crees, tu padre te ha mentido toda tu vida ¿qué te hace pensar que hoy te dirá la verdad?, sobre todo cuando está borracho y recostado sobre su cama, adolorido de la golpiza que le pegaron los usureros.

Paula, sin prestar atención, subió las escaleras que llevaban hacia el corredor de las habitaciones y abrió la puerta del cuarto de su padre para encontrarlo recostado sobre la cama con el rostro inflamado, el cuerpo adolorido y dos botellas de tequila al lado.

―¡Papá!― habló firme Paula.

Don Santiago no reaccionó, se encontraba completamente ahogado de borracho, y no sabía ni siquiera quién era la persona que le estaba hablando en este momento.

Paula lo movió un momento para ver si esto hacía que él reaccionara, pero lo único que recibió fue una queja y de nuevo ronquidos que olían a alcohol.

―¡Por qué nunca estás cuando te necesito!― Expresó enojada. Paula volteó a ver a Francisca que se encontraba recargada sobre el marco de la puerta, con una sonrisa cínica donde se notaba que estaba disfrutando del momento― iré a hablar de frente con Minerva de Saramago porque esto no se puede quedar así.

―¡Ve!, hija mía, ¡ve!, te juro que es verdad, jamás te mentiría, o ¿sí? ― dijo su tía.

Paula la miró a los ojos ― creo que llevas mintiéndome toda la vida tía ― respondió.

Paula salió del cuarto totalmente furiosa. No podía creer lo que su tía le había dicho, era una total incoherencia. Ella y Fernando no se parecían en nada, ni siquiera físicamente, no tenían ni un rasgo que pudiese unirlos. Así que decidida a saber la verdad, salió de su casa, tomó el primer taxi qué pasó y sin titubear pidió que la llevaran a casa de los Saramago para poder aclarar esta mentira de una vez por todas y así probarle a su tía que estaba equivocada.

Atravesó la plaza llena de gente, después entró por los caminos que llevaban hacia la calle donde se encontraba esa lujosa casa que cada vez que iba le traía grandes recuerdos, y al llegar se percató que la camioneta del padrastro de Fernando no se encontraba por lo que eso quería decir que Minerva se encontraba sola y eso era justo lo que ella deseaba.

―Gracias― le agradeció al chofer tan sólo se bajó. Paula se dirigió hacia el portón de madera y tocó tres veces, fuerte, para que la escuchara Hortensia la mujer del personal de limpieza.

Minutos después ella abrió sonriente y al ver a Paula se sorprendió ―¡qué haces aquí Paula! ― le advirtió ― ya sabes que a la patrona le molesta que vengas.

―No me importa, ¿dónde está la patrona? ― preguntó mientras se abrió paso entre Hortensia y la puerta para poder entrar.

―¡Ay Paula!, está con la señorita Natalia en la sala planeando todo lo de la fiesta.

―Mejor― respondió y, entrando por la cocina, se dirigió hacia la sala donde inmediatamente Natalia le echó un vistazo y le anunció a Minerva que ella se encontraba ahí.

―¡Paula!, ¡qué gusto!― fingió Minerva.

Esta vez Paula no fue tan cordial como lo había sido en el local, por lo que su rostro no reflejaba más que un enorme coraje por lo que estaba pasando.

―¡Es que usted jamás se da por vencida!, ¿cierto? ― Preguntó mientras Minerva la veía fijamente a los ojos.

―Pero Paula, ¿de qué estás hablando?

― No sólo le basta con inventar rumores sobre mí y mi madre, enloquecer a mi padre con todo lo que “según” dicen sobre mí, si no que ahora está diciendo que Fernando y yo somos medios hermanos, ¡cómo se le ocurre eso! ― gritó.

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