Tenias que ser tu romance Capítulo 4

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El hombre se le quedo viendo con una sonrisa mientras la lluvia lo empapaba por completo. Sus bellos ojos café brillaban como siempre confirmándole a Paula que era él, Fernando Saramago.

―¿Disculpa?― Respondió él simpático.

―Eres Fernando ¿no?

―Sí, soy yo… ¿Tú quién eres? ― Preguntó y después de escuchar esa pregunta Paula sintió como su corazón se hacía un pequeñito. Ella pensó que al volverle todo sería como antes, que la amistad seguiría sobre todo después de las cartas que le había enviado.

―Soy…― murmuró y a lo lejos escuchó un trueno que cimbro el cielo― lo siento, te pareces mucho a otro Fernando que conozco.

―¡Ah!― Respondió él viendo a la mujer de cabello rubio.

Paula se acomodó la bolsa y miró al otro lado de la acera― bueno, ten más cuidado mientras manejas ¿quieres?, puede que esta sea una ciudad pero la mayoría de las personas manejan despacio.

―Lo siento, lo haré…¿estás segura que no te lastimé?― Preguntó para confirmar.

―Estoy segura.― Respondió Paula y sin decir más atravesó a la acera y continuó su camino.

Mientras se iba el hombre se quedó viéndola por un segundo, no sabía si quería asegurarse de que ella caminara bien o porque de pronto tuvo la pequeña corazonada de que ya la había visto antes.

Paula continuó caminando hacia su casa sintiéndose un poco rara, con una melancolía indescriptible que le hacia pensar que la madre de Fernando había logrado su cometido, no sólo envenenar a todos con habladurías y chismes sobre ella, si no también el que su hijo, su mejor amigo de la infancia, ya no la recordara jamás.

―¿Qué esperabas Paula? ― se preguntó mientras abría la puerta de su casa ―¿qué correría feliz a tus brazos?, ¿desde cuándo eres tan ingenua? ― Se regañó.

Entro a la casa obscura y silenciosa, se quitó los zapatos para dejarlos en el recibidor y caminó escaleras arriba por el piso de madera para entrar a su habitación quitarse la ropa y secarse. En unas horas debía estar de nuevo despierta lista para ir a trabajar y no parar hasta las siete u ocho de la noche. Pasó por la recámara de sus padres y notó que la puerta se encontraba abierta, con cuidado se asomó para saber si todo estaba bien sin embargo, encontró a su padre dormido, sentado sobre el sofá que tenía en la habitación y con una botella vacía de whisky al lado.

―¡Ay Pa!― murmuró mientras ponía dos de sus dedos sobre la muñeca para sentir su pulso, uno de sus peores miedos era que muriera de una congestión alcohólica y que nadie se diera cuenta.

―Estoy vivo.― Murmuró al sentir los dedos de su hija.

―Me alegro.― Respondió mientras lo ayudaba a levantarse.

―¡Déjame dormir!― Gritó cuando su hija lo enderezo y sentó.

―Shhhhh, no grites, es muy tarde y vas a despertar a mi tía y a Eugenia.

―Me vale.― Respondió.

―Ayúdame a pasarte a la cama― le pidió Paula mientras lo levantaba con todas sus fuerzas para que su padre caminara unos pasos y cayera como bulto pesado sobre el colchón.

Santiago de la O vio a su hija de reojo y le sonrió―¿por qué estas tan mojada? ― Preguntó.

―Saliendo del trabajo me agarró la lluvia, pero sólo te dejo sobre la cama me voy a duchar y a cambiar de ropa, en unas horas tengo que ir a la central con Iván para llevar las cosas al almacén.

El padre de Paula cayó sobre la cama boca arriba y rebotando un poco sobre la cama. Su hija le acomodó la almohada sobre la cabeza y le quitó la botella.

―Eres tan buena Paula, discúlpame te lo pido.― Le murmuró.

Ella no respondió nada, su padre casi siempre que estaba ahogado de borracho le pedía perdón por todo lo que pasaba para después soltarse llorando y decir que era culpa de su madre y del engaño, algo que a Paula no le gustaba escuchar porque estaba segura de que no era así.

―Duerme pa.― Murmuró.

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