¿Tuvimos un hijo romance Capítulo 8

 

Aun así, Helen tenía el mal presentimiento de que Anastasia volvería de pronto a casa y se enteraría de lo que pasó aquella noche. Si eso pasaba, perdería todo y estaría obligada a vivir como antes. Tras pensarlo, se dijo a sí misma que no dejaría que eso pasara. Por eso, cuando Elías la llevó de vuelta a la mansión después de comer, Helen invitó con timidez al hombre a pasar:  —Elías, ¿te gustaría entrar a tomar una taza de té?  —No, gracias, aún tengo cosas que resolver.  —Pero me da miedo estar sola y quiero que me hagas compañía —dijo ella, intentando jugar con la simpatía del hombre al fingir estar asustada.  —Le pediré a Natalia que te acompañe. —Elías sacó su teléfono.  —¡No, por favor! Nada más quiero que me acompañes.  —Pero, de verdad, tengo cosas que hacer en el trabajo. Quizá a la próxima. —Él la miro con gentileza—. Que descanses, buenas noches.  A Helen la decepcionó escuchar la respuesta del hombre, pero su actitud dócil la detuvo de seguir insistiéndole, por lo que asintió con amargura:  —Bueno, está bien.  Al observar el coche de Elías, ella se mordió el labio mientras deseaba poder estar abrazada de él. «¡Juro que algún día será mi hombre! Seré la mujer que todas envidarán», pensó.   Mientras tanto, Anastasia decidió pasar su maravilloso día revisando algunos puntos de venta con Fernanda. Como el tiempo pasaba rápido, ella dio el día por terminado y se fue del trabajo más temprano, alrededor de las 4:30 de la tarde, pensando en que quería llevar a su hijo a casa para que conociera a su abuelo.  Por otro lado, Franco le había pedido a la cocinera de la residencia Torres que preparara la cena para la llegada de Anastasia, pero Noemí se encargó de que la cocinera solo preparara los platillos favoritos de su hija, sin considerar para nada en Anastasia. Pronto, la sirvienta se acercó y preguntó:  —Señora, el señor Torres dijo que los langostinos son los favoritos de la señorita Anastasia, por lo que me pidió que los comprara. ¿Está segura de que no quiere que los cocine?  —Al contrario, cocine los langostinos, pero asegúrese de que sepan picantes, tanto que la zorra desee no haberlos comido —respondió Noemí.  En cuanto la sirvienta hizo lo que le pidieron, Noemí se quedó pensando con rabia en las intenciones de Anastasia tras volver a casa. En su interior, no podía evitar sentir que Anastasia había vuelto para recibir una parte de las riquezas, sobre todo ahora que a Franco le había ido tan bien en la empresa y logró obtener una fortuna que superaba los miles de millones de dólares.  «Mientras yo sea parte de esta familia, Anastasia puede olvidarse de su parte de la herencia».  —Mamá, ¿sabes si Anastasia vendrá a cenar? —Érica entró con frustración.  —Tu papá insistió en que viniera a la cena —contestó, asintiendo con la cabeza—. Yo no pude decir nada al respecto.  —Han pasado cinco años. Me pregunto cómo estará —expresó mientras fruncía los labios.  —¿Qué tan bien le podría estar yendo en la vida? Ni siquiera terminó sus estudios universitarios cuando se fue de aquí a los 19 años. Para mí que volvió solo por la herencia porque le cuesta llegar a fin de mes —gruñó Noemí, insatisfecha.  —No debes dejar que me quite lo que es mío, mamá. Me pertenece todo lo que es de mi papá —dijo Érica con audacia, como si fuera la verdadera heredera de la herencia de su padre.  —Por supuesto, no tiene nada que ver con la herencia para nada —contestó la otra con firmeza.  —De acuerdo, iré a maquillarme y a ponerme mi nuevo vestido. —Tras decir esto, Érica subió las escaleras, creyendo que debía demostrarle a Anastasia que su lugar en la familia Torres era irremplazable.  En cambio, Anastasia tomó un taxi y se dirigió a la residencia Torres con su hijo luego de enseñarle qué debía hacer. Por fortuna, su hijo era un niño inteligente que entendía lo que le dijera ella, derritiéndole el corazón tanto que lo abrazó y lo besó.  —¡Ese es mi niño querido!  En el fondo, sentía compasión por su propio hijo, pensando que tal vez lo tratarían diferente si hubiera nacido en otra familia. Al mismo tiempo, le parecía irónico que su presencia fuera a ser poco acogedora en la casa de su padre.  Entre tanto, de casualidad, Franco se encontraba en la puerta de su casa, ya que había salido de la oficina más temprano de lo normal porque no podía esperar a ver su hija, quien estuvo apartada de él por cinco años. Al poco tiempo, vio que un taxi se acercaba en su dirección y este caminó hacia el coche cuando se detuvo.  Entonces, una señorita esbelta salió del vehículo, quien resultó ser Anastasia; después, salió el pequeño detrás de Anastasia, dejando a Franco atónito por lo que vio. «¿Cómo es que mi hija tiene consigo un niño que parece tener cuatro o cinco años? ¿Será que está…?», pensó él, sin poder evitar sorprenderse.  Mientras tanto, Anastasia miró a su padre, dándose cuenta de lo mucho que envejeció después de cinco años. Por ese motivo, empezó a ser comprensiva con lo que había pasado en aquel entonces, culpándose a sí misma por no haber mantenido contacto con Franco.  —Volví, papá. —Ella tomó a su hijo de la mano y se acercó a Franco. Luego, miró a su hijo y le dijo—: Alejandro, saluda a tu abuelo.  —¡Abuelo! —lo llamó el niño al levantar la vista.  «¿Abuelo?», repitió Franco en su cabeza al haber sido tomado por sorpresa tras oír la voz del niño, mirándolo con asombro.  —¿Este es mi… nieto? ¿Ya tienes un hijo?  —Sí, papá, su nombre es Alejandro y tiene tres años y medio.  Anastasia se negó a decirle la verdadera edad a Franco, ya que quería evitar que su padre dedujera cuándo había dado a luz a Alejandro.  —Tres años y medio de edad y ya es tan alto. —A él le parecía increíble que ya tuviera un nieto tan guapo.  —¡Sí! —sonrió Anastasia.  —Y ¿qué pasó con el padre de tu hijo? —le preguntó Franco.   —Nunca viví con él desde que nació Alejandro —contestó ella.  —Sí, siempre viví con mamá todo este tiempo, abuelo —añadió el niño.  Los ojos de Franco se llenaron de lágrimas al darse cuenta de que no había hecho nada para ayudar a su hija a criar a su nieto, pensando: «Soy un terrible abuelo. Lo peor de todo es que eché a mi hija de la casa hace cinco años».  —¡Yo soy el culpable! ¡Toda la culpa es mía, Anastasia! Por favor, perdóname. Te aseguro que te lo compensaré. —Franco estaba abrumado por el sentimiento de culpa.  —No es necesario. Alejandro y yo nos la hemos arreglado bien. —Anastasia no quería que esto le pesara a su padre.  —¡Pasen! ¡Deja que te abrace, mi querido Alejandro! —Franco se agachó y lo abrazó, pensando que el niño estaba bien alimentado debido a su complexión robusta. Además de eso, le enorgullecía lo guapo que era su nieto, ya que pensaba que Alejandro era el niño más apuesto que había visto jamás.  En cuanto Anastasia entró a la sala con su padre, Noemí vio a su marido cargando a un niño en sus brazos, por lo que, sorprendida, le preguntó:  —¿Quién es ese niño, querido?  —Noemí, este es el hijo de Anastasia. Tuvo un niño mientras vivió en el extranjero —anunció Franco con alegría, mostrando su regocijo por la llegada de su nieto. Al fin y al cabo, su mayor arrepentimiento era no haber tenido un hijo varón, aunque no tenía interés especial en tener uno. Por lo tanto, trató al hijo de su hija como el suyo, pues Alejandro seguía siendo su descendiente de sangre.  —¡¿Qué?! —Noemí quedó atónita al enterarse de que era el hijo de Anastasia.  —Mamá —la saludó Anastasia con frialdad.  —¡Oh, querida! No sabíamos que eras una madre después de cinco años. ¿Por qué no nos contaste nada? —Noemí fingió mostrar preocupación, creyendo que era una jugada necesaria incluso frente a su esposo—. ¿Quién es el padre? ¿Por qué no está aquí?  —Noemí, Anastasia está criando al niño por su cuenta —intervino Franco, recordándole al instante que deje de hacer preguntas innecesarias.  En ese instante, Noemí pensó Anastasia usaría a su hijo para exigir una mayor parte de la herencia, viendo a ambos como una amenaza aun mayor, al notar cuánto amaba Franco al pequeño.  —¡Oh! ¡Una madre soltera! ¡Qué hazaña tan conmovedora y noble! —contestó Noemí con un tono sarcástico.  Al parecer, al intuir lo que indicaba el tono de Noemí, el niño la miró y le preguntó:  —¿Quién es usted?  —Saluda a tu abuela.  —Mi mamá dijo que mi abuela murió hace mucho. ¿Cómo puede ser mi abuela? —preguntó el niño, delatando de manera indirecta las malas intenciones de Noemí con su inocencia y pureza.  —¡Oh, santo cielo, qué niño! ¡Qué maleducado! Anastasia, ¿por qué no lo enseñas a tener modales? ¿Cómo esperas que viva con decencia cuando crezca? —Noemí cuestionó con molestia la crianza.  —La manera en que se comporte mi hijo no es de tu incumbencia —le contestó, defendiendo a su hijo.

 

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