UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 1

ENERO

SEATTLE

—¡¿Cómo fuiste capaz de hacer esto?! —El rugido furioso de Zack Keller detuvo a su novia en la misma puerta de la casa apenas la vio llegar.

Giselle vio una hoja en su mano y ni siquiera sabía de qué estaba hablando, pero jamás lo había visto tan alterado como en ese momento.

—No sé de qué hablas...

—¡Claro que lo sabes! ¡Abortaste a mi hijo! ¡Lo perdiste, a propósito! —la acusó él con rabia—. ¡¿Al menos tenías la maldit@ intención de decirme algo?!

La mujer frente a él se puso pálida.

—¿Cómo... cómo sabes...?

Zack lanzó aquel papel en su dirección y la miró con decepción.

—¿Olvidas que estás en el seguro médico de mi empresa? —escupió él acercándose a ella—. Apenas salió tu apellido en los registros de pago me avisaron. ¡Imagínate mi alegría cuando supe que el seguro había pagado por una prueba de embarazo y luego por una ecografía!

Giselle se alejó de él con la cara roja por la vergüenza, pero Zack no era de los que daban tregua. A sus treinta y dos años, multicampeón de juegos de inviernos, moderadamente millonario y dueño de una de las compañías de representación deportivas más grandes de América, había aprendido a lidiar con cualquier cosa menos con la mentira.

—No es fácil de explicar, Zack... —dijo ella intentando encontrar una excusa.

—¡Sí que es fácil! ¡Estabas embarazada de mi hijo! —le gritó él—. ¡Estabas embarazada y yo como un imbécil me lo callé porque pensaba que estabas buscando el mejor modo de darme una sorpresa! ¡Maldición, incluso llamé a mi padre, a mi padre enfermo al que casi le da otro infarto pero esta vez de la alegría, porque le dije que le iba a dar su primer nieto!

Zack estaba tan decepcionado que el enojo era su única defensa.

—¡No debiste decirle nada! —replicó Giselle—. No era el momento...

—¡Nunca iba a ser el momento porque no planeabas tenerlo y encima ni me lo ibas a decir! —vociferó él con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Era mi hijo también! ¡Yo tenía derecho a saberlo también, Giselle! ¡Y en cambio llego a casa y me encuentro un mensaje de tu doctor recordándote que tenías consulta de seguimiento, pero ¡oh sorpresa! no era el seguimiento de un embarazo, sino el de una intervención por aborto inducido! ¡Perdiste a nuestro hijo!

Giselle lo miró con las mejillas empapadas en llanto.

—No estoy lista para ser madre... soy muy joven, tengo una carrera en la que quiero triunfar... —sentenció mientras se deshacía en sollozos—. Fue una decisión muy difícil para mí, Zack, pero más adelante nosotros podemos...

—¿No estabas lista para ser madre? ¿Fue una decisión difícil? ¿Te crees que soy imbécil? ¡Si hubiera sido difícil al menos estarías deprimida, no te habrías ido de compras para irnos a Cancún! —siseó él con desprecio porque no podía creer que su novia de tres años lo hubiera engañado de aquella manera—. ¡Era mi hijo, al menos debiste decírmelo!

Giselle se limpió las lágrimas y al parecer se dio valor para ponerse digna.

—No, no tenía que hacerlo —sentenció—. Es mi cuerpo, y es mi decisión.

Zack se quedó mudo por un segundo, como si lo hubiera abofeteado con aquellas palabras y luego se acercó a ella.

—Lárgate de mi casa —espetó.

—¿Qué...? ¡Zack...! No puedes...

—¡Sí puedo! —rugió él—. ¡Es mi casa, y mi decisión! Y te quiero fuera de mi casa y fuera de mi vida en una hora.

—¡Zack!

—¡Lo que no te hayas llevado en una maldit@ hora lo quemaré! —le advirtió mientras agarraba su gabardina para salir al frío invierno de un enero en Seattle—. ¡Lárgate!

Se marchó de allí con algo más que el corazón roto. Se marchó con la desesperación de tener que quitarle a su padre enfermo aquella alegría y no sabía cómo iba a hacerlo.

Y para cuando regresó a casa, se dio cuenta de que estaba completamente solo.

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JULIO

VANCOUVER

Andrea abrió los ojos aturdida. Le dolía todo el cuerpo y especialmente el vientre. Se lo tocó asustada y lo encontró plano y vacío.

—¡Ayuda...! —fue lo único que pudo gritar y su voz salió ronca y cascada—. ¡Ayúdenme... por favor...!

Para cuando una enfermera llegó junto a ella ya tenía el rostro bañado en lágrimas y se aferró a su brazo con desesperación.

—¡Mi hija... por favor, mi hija... ¿qué le pasó? Mi bebé...

Por suerte la enfermera estaba preparada para aquella pregunta.

—Su hija está bien, señora Brand —dijo con voz suave—. Está fuera de peligro y ya la han llevado a cuidados especiales. ¿Recuerda cómo llegó aquí?

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