UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 12

Llegó escondida, camuflada, camaleónica y tan silenciosa que cuando escuchó aquel "Andrea" despegó el trasero del asiento como treinta centímetros del susto que se llevó.

—¡Aaaaaaah! —ahogó un grito y luego se agarró de los brazos de su silla, mirando a Zack.

—Así tendrás la conciencia —se burló él—. ¿Es mi impresión o me estás evitando?

—¿Quién? ¿Yo? ¡Noooo! —murmuró ella poniéndose colorada en un solo segundo.

Él se inclinó sobre Andrea y achicó los ojos, porque no podía creer que ella de verdad se estuviera sonrojando como una cría de quince años... pero con comprobarlo no se perdía nada.

—Oye si es por lo del beso, no tienes que ponerte incómoda —murmuró—. Tú tómatelo como un incentivo económico. Esta boquita —dijo Zack señalando a sus labios—, vale diez mil euros.

"Y yo se la besaría gratis", pensó ella pero enseguida esquivó su mirada.

—Ya sé, es solo que estamos en el trabajo, no veo la necesidad de que la gente empiece a murmurar, recuerda que todavía tendremos que convivir con ellos cuando regresemos, ¿no?

Zack asintió conforme pero sabía que la gente igual iba a murmurar cuando los vieran salir juntos a almorzar, otra vez y todos los días que siguieron porque había demasiado que aprender el uno del otro.

El entorno de Andrea era simple: hija única, su madre había escapado de casa cuando ella tenía diez años, su padre la había criado solo, pero en cuanto había visto que era independiente, se había ido a recorrer el mundo en una camioneta traqueteante y hacía más de tres años que Andrea no sabía nada de él.

Él, por otra parte, tenía una familia grande. Eran cinco hermanos en total, pero todavía no había sobrinos a la vista. Los varones eran todos unos buenazos, las dos mujeres eran conflictivas y un poco elitistas.

—¿Un poco? —quiso asegurarse Andrea.

—OK, mucho —admitió él—. Mi padre fue banquero toda su vida, siempre tuvimos una buena posición económica, pero nos criaron con sencillez. Los chicos y yo emprendimos el vuelo temprano, y cuando mi padre decidió retirarse mis hermanas casi se matan por la empresa. Ahora son dos super banqueras que no aprendieron nada de la humildad de mi padre.

—Ya veo —murmuró ella—. Espero que no me la pongan difícil.

—Pues a ti no, en todo caso a mí si no te visto de Prada de la cabeza a los pies —se rio él.

Andrea negó con vehemencia.

—¡No no no no no! Yo no sirvo para esas cosas, a mí me va bien con la ropa normal...

—Lo sé, pero por favor, hazlo por mí —le pidió Zack—. Si mis hermanas se ponen impertinentes contigo entonces yo me voy a poner impertinente con ellas y ahí sí que vamos a arruinar la Navidad, porque créeme ¡yo sé muy bien cómo ser un pesado!

Andrea suspiró y lo pensó cien veces antes de por fin acceder y verlo hacer un gesto de victoria.

—¡Pero solo lo indispensable! —le advirtió.

—Está bien, entonces el sábado en la tarde nos vamos de compras los tres, Adriana tú y yo. Además hay cosas que tienes que aprender... como fingir que te gusta el té de las cinco, por ejemplo.

—¿Vas a intentar convertirme en una dama de sociedad? —preguntó ella espantada.

—Pues lo voy a intentar... porque si te ves elegante y distinguida nadie sospechará de ti para echarle laxante al ponche de mis hermanas —apuntó Zack—. ¿Paso por ti a las dos?

Andrea no había tenido más remedio que asentir, pero el sábado el corazón le dio un vuelco cuando lo vio llegar con un cochecito de bebé que parecía una nave espacial.

—¡Dije "lo indispensable", Zack, lo indispensable! —exclamó.

—¡Y esto es indispensable! ¿Cómo piensas hacer compras con una bebé en los brazos? —rezongó él—. A ver ya deja de protestar y dame a la princesa. —Tomó a Adriana de sus brazos y la instaló como si fuera su pequeño trono—. Eso, tú disfruta, bebé, que yo voy a martirizar a tu mami.

Media hora después entraban a una exclusiva plaza comercial y enseguida Zack puso manos a la obra. Convencer a Andrea de comprarse ropa era Misión Imposible 18, así que disimuladamente Zack iba mandando a las dependientas a cobrar y empacar todo lo que le gustaba.

—¿No pueden ser más bajitos? —preguntó Andrea mirando unos zapatos y cayó sentada en un sofá cuando les vio el precio—. ¿Joder, el Jimmy Choo ese piensa erradicar el hambre vendiendo zapatos o qué? ¡Yo no me puedo poner esto! Es... es mucho dinero, no puedo.

Zack respiró profundamente, porque aunque él necesitaba prepararla, no quería hacerla sentir mal con su situación económica, así que prefirió lanzarse a terrenos menos hostiles.

—¿Y si vamos a comprar ropita para Adriana? —la animó y ella no pudo evitar la sonrisa.

Zack debía confesar que comprar ropa para una bebé también era una experiencia muy interesante, lo que no sabía era que se le iban a ir todas las tuercas. Para cuando Andrea se dio cuenta, ya él se paseaba con Adriana en brazos, tres dependientas detrás, y había comprado media tienda.

Solo hizo falta que una de las asistentes vistiera a Adriana con un mameluquito de Navidad y Zack se derritió como un helado.

—¡Ay por dios si eres la niña más bella del mundo! —exclamó enternecido—. Necesitamos llevarnos más de esos ¿verdad mi vida? ¿Y otro peluche? A ver ¿cuál te gusta? Sabe qué, póngamelos todos, y de esos vestiditos también, y ¿tiene algo con snowboard...?

—Sí, en mamelucos, pero en la ropita de varón —respondió la empleada.

—¡No me importa! ¡Ella es una bebé dura! ¿No es verdad mi amor? ¡Tú vas a usar un mameluquito de Snowboard! —exclamó haciéndole una mueca y Adriana se desternilló de la risa.

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