UN BEBÉ PARA NAVIDAD romance Capítulo 7

Andrea se abrazó el cuerpo, intentando espantar el frío mientras lloraba al verse contra la espada y la pared. Su corazón latía aceleradamente, su mente estaba confundida en muchas cosas menos en la principal: no podía perder a su hija.

Miró a Adriana, dormida en su bambineto en aquel colchón y sollozó desesperada al darse cuenta de que no había otra salida. Podía denunciar a Trembley por acoso, pero en lo que el proceso se concretara ella ya estaría despedida y sin un céntimo. Además de que aquello figuraría en su expediente laboral, y le costaría mucho encontrar un nuevo trabajo donde no le tuvieran miedo a una demanda.

Con mano temblorosa tocó de nuevo a la puerta de su vecina.

—Señora Wilson... sé que esto es demasiado pedir, pero tengo una emergencia en el trabajo. Por favor ¿podría cuidar de Adriana unas horas más?

La señora Wilson se dio cuenta de que algo estaba pasando, así que con gusto se quedó con la bebé.

—Lamento que estés pasando por un mal momento, Andrea. Ni tú ni esta criaturita se lo merecen —le dijo.

La muchacha asintió nerviosa y luego fue otros cinco minutos a su departamento para cambiarse antes de salir. No tenía nada apropiado para salir de noche ni le importaba tampoco. Se puso la misma ropa que usaba para el trabajo y salió a la calle.

No había nada que no fuera capaz de hacer por su hija. No podía soportar el pensamiento de que Adriana no tuviera un futuro mejor que el suyo, así que aunque sintiera que estaba a punto de morir del asco y de la vergüenza, solo apretó el paso para llegar lo más rápido posible.

El hotel que su jefe le había indicado era un lugar muy elegante y exclusivo, y le dio escalofríos al verlo. Sabía a lo que se enfrentaba, pero aún su estómago se revolvió cuando vio a aquel hombre sentado en el bar. Parecía un sapo acomodado y no había dinero ni ascensos que pudieran cambiar su aspecto desagradable.

Cuando Andrea se acercó, él la miró fijamente. Ella detuvo sus pasos, paralizada por el temor, pero él le hizo una señal para que se acercara a él.

—¿No pudiste ponerte algo mejor? —siseó Trembley mirándola de arriba abajo con molestia.

—No vine a una cita ni a conquistar a un hombre —replicó ella—. Vine a resolver un problema, y eso no necesito hacerlo con un vestido elegante que además no tengo.

Trembley la miró con desaprobación, pero luego le hizo una señal al barman, que le sirvió un trago adicional y él lo empujó hacia Andrea.

—Bebe —le ordenó Trembley—. A estas alturas ya deberías haber aprendido a respetarme, Andreíta. No te conviene resistirte, y mucho menos ponerte de bocona, porque cada palabra que no me gusta te la voy a cobrar de la peor manera en esa habitación.

Andrea se estremeció y miró desesperadamente a su alrededor, rogando por un milagro que la ayudara a salir de esta situación. Pero solo había silencio.

Finalmente, Trembley se levantó y se acercó a ella. Su mirada demostraba que tenía todas las intenciones de someterla. Andrea se encogió sobre sí mismo cuando él pasó un brazo alrededor de su cintura y le agarró una nalga.

—Tú y yo vamos a divertirnos mucho esta noche, Andreíta —susurró él mientras los ojos de Andrea se llenaban de lágrimas—. Y te vas a portar muy bien y me vas a complacer en todo lo que yo...

Andrea no pudo contenerse. La arcada le llegó de repente y tuvo que agarrar aquel vaso del que no había bebido para vomitar dentro.

Trembley se separó de ella con asco y emitió un graznido desagradable:

—¿Pero qué demonios es esto...?

—Eso es la prueba de que ni obligada hay mujer que tolere acostarse contigo —resonó una voz potente detrás de él y Trembley se dio la vuelta enseguida para ver de quién era.

Andrea levantó la vista y su corazón hizo un salto al ver a Zack parado ahí, con una expresión sombría y determinada. Él la observó por un instante. Tenía el rostro surcado por las lágrimas y temblaba. Jamás había visto en su vida a una mujer más avergonzada ni humillada, por lo que ahora entendía muchísimo menos sus motivos para hacer aquello.

—Vete de aquí ahora mismo —sentenció mirándola directamente a los ojos y ella hizo ademán de marcharse, pero Trembley la sostuvo de la muñeca.

—¡Tú no te metas en esto, que no es asunto tuyo! ¡Lo que hagamos ella y yo fuera del trabajo es cosa nuestra! —le espetó Trembley.

Zack se acercó a ellos, mirando el puño tembloroso de la muchacha y levantó aquel brazo que Trembley agarraba.

—Tienes diez segundos para soltarla, o la sueltas o decides por dónde te rompo esa mano —gruñó con violencia inclinándose sobre el gordo—. Siete... seis...

Finalmente Trembley la soltó con un empujón y Andrea se tambaleó.

—Sal de aquí. Espérame afuera —le ordenó Zack a la muchacha y Andrea no se lo hizo repetir, pero al llegar a la puerta... tampoco pudo obedecer.

—¡¿Quién te crees, imbécil?! —le espetó Trembley furioso—. ¿Crees que puedes meterte en esto? ¡Esa y yo tenemos cuentas pendientes desde hace tiempo!

—¡Esa es una mujer! ¡Una que no quiere acostarse contigo! ¿O es que ese vaso de vómito no te dijo nada? —replicó Zack con sorna, porque Andrea había tenido la reacción más honesta del mundo.

—¡Ella quiere subir de puesto! Los ascensos cuestan, eso no es una novedad. Ella vino por sus propios pies, así que bien puede con las consecuencias de su decisión —escupió Trembley con desprecio—. Es lo que tienen las zorras arribistas, si quiere ascender, ¿quién soy yo para negarme?

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