Un disparo en mi corazón romance Capítulo 34

Mirando hacia arriba, Yolanda sonrió torpemente y explicó tartamudeando:

—Escucha... No es como lo que piensas...

Después de mascullar un buen rato, finalmente se le ocurrió una excusa:

—¿No necesitas quitarte los pantalones cuando duermes? ¿No es incómodo acostarte llevándolos?

«¡Qué pena! Solo faltó un poco para ver sus piernas.»

Jairo la miró fijamente, respiró profundamente para calmarse y volvió a abrocharse el cinturón.

—Vale, olvídalo si no lo necesitas. Buenas noches.

Yolanda se apresuró a acostarse en un rincón de la cama y se acurrucó para estar lo más lejos posible de él.

«¡Madre mía! Es realmente avergonzado.»

Yolanda no pudo conciliar el sueño hasta que rompió el alba.

En realidad, el asistente Stefano había llegado a la pequeña posada a la madrugada. Tan pronto como llegó, mandó remolcar el Maybach estropeado para la reparación y traer un Bentley.

Por seguridad, Stefano se quedó fuera de la posada haciendo guardia nocturna hasta que amaneció.

El sol de la mañana entraba por la ventana y se derramaba por toda la habitación.

Yolanda abrió los ojos somnolientos. Le dolía un poco la cabeza a ella porque había dormido muy poco anoche.

Stefano llamó a la puerta para traerles la ropa para cambiar. Yolanda, que había conocido a este asistente de Jairo antes, tomó la ropa de su mano y le dio las gracias.

Después de arreglarse brevemente, los dos abandonaron la posada. Mientras tanto, el asistente Stefano había estado esperando respetuosamente fuera durante mucho tiempo.

Jairo miró de reojo a la mujer, quien tenía un aspecto cansado con ojeras pesadas.

Y preguntó burlonamente:

—¿Qué? ¿No has dormido bien noche?

Yolanda levantó la vista y contestó sin buen humor:

—¿Cómo es posible que yo haya podido dormir bien contigo cerca?

Ni ella misma se dio cuenta de que las palabras que acababa de pronunciar eran muy íntimas a los oídos de otros.

Jairo se quedó momentáneamente sin palabras sin saber qué decir para refutar.

En cambio, Stefano, avergonzado, bajó la cabeza pensando que los dos estaba desmotrando los afectos públicamente.

Luego él le entregó una bolsa, que contenía sándwiches, café, leche tibia, a su jefe y dijo:

—Señor, por favor tome algo de desayuno primero.

Dicho esto, Stefano les abrió la puerta de coche. Jairo y Yolanda tomaron asientos traseros.

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