Un disparo en mi corazón romance Capítulo 6

—No, Eustacio, nunca he pensado en deshacerme de ti. He reunido suficiente dinero para tu rehabilitación, por favor no te rindas. Todo te saldrá bien y tengo la certeza de que puedes levantarte —Yolanda se inclinó lentamente frente a él, mirándolo con los ojos llenos de firmeza.

Después de escuchar las palabras de la mujer, le faltó poco a Eustacio que se le ablandara el corazón, pero de repente cambió de idea y puso una mueca aún más fea.

—¿Pensarás haber terminado tu trabajo después de que me levante de la silla de ruedas? ¿Y dejarás de sentirte culpable y te quedarás aliviada?

—No es así. Te lo estás pensando demasiado.

Eustacio, quien parecía estar agitado, de repente, la arrastró a Yolanda en su abrazo, se agachó con la intención de besarla en la boca y dijo:

—Entonces dámelo. Te deseo ahora mismo.

—Eustacio, no hagas eso —ella esquivó sus besos.

Enfadado, la empujó violentamente al suelo y gritó con una voz chillona:

—¡¿Por qué me rechazas?! ¡¿Por qué no quieres casarte conmigo?!

Yolanda se quedó angustiada hasta la médula por la actitud de este hombre. Y le dolía mucho todo el cuerpo por su empujón fuerte, y ya estaba realmente cansada después de dos años enteros.

Lo que ya había sucedido no se podía cambiar.

¿Quién sabía lo que ocurriría en el futuro?

A estas alturas, Yolanda no podía hacer más por él que darle todo lo que tenía.

—Eustacio, vamos al hospital mañana, ¿de acuerdo?

Sin embargo, el hombre, con una expresión sombría, se empujó la silla de ruedas hacia su habitación y cerró la puerta de golpe sin responderle nada.

Hubo un momento en el que Eustacio vaciló y casi quiso confesarle a Yolanda que ligarse con esas mujeres pasajeras era un fingimiento, y que solo estaba enfadado porque a ella no le importaba ni un poco su traición.

Ella no entendía lo mucho que la quería, y el miedo que tenía a perderla.

En realidad, Eustacio tenía mucho miedo de que ella abriera la boca diciendo que ya no lo quería más y que lo abandonaría.

No obstante, él no era estúpido, y sabía mejor que nadie que Yolanda no lo amaba. Tal vez ella le tuviera la conmiseración o sentimientos de culpabilidad a él, pero en cualquier caso, no le sentía el afecto que él quería. Tanto ahora como dos años atrás, era él mismo quien siempre había estado amándola ciegamente.

Pero ahora ya no le quedaba nada, y realmente no podía vivir sin ella.

Al ver que Eustacio se encerró en su propio cuarto, Yolanda se levantó y se agachó para recoger los añicos de los platos.

Estando distraída, de repente sintió un dolor punzante en el dedo, y al volverse en sí se dio cuenta de que se había cortado accidentalmente, y se vio que la sangre surgía lentamente de la herida.

En ese momento, el teléfono le vibró indicando notificación nueva.

Lo sacó y con su dedo manchado de sangre desbloqueó la pantalla.

Era un mensaje de texto, que mostraba que 50 mil de euros había sido transferido en su cuenta por ese hombre llamado Jairo Figueroa. La escena de reclamar certificados de matrimonio con él en el Registro Civil, y el apuesto e indiferente rostro suyo aparecieron en su mente. La intuición de Yolanda le decía que ese hombre altivo estaba fuera de su alcance y que no debía meterse con él, pero ella necesitaba urgentemente dinero para cubrir los gastos médicos de Eustacio.

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