Una loba para el mafioso romance Capítulo 4

—Don, ya todo está listo para su regreso —anuncia el encargado de su seguridad desde el otro lado de la puerta.

—En minutos estoy contigo. —Su voz ronca le informa muy bien a su hombre de seguridad lo que él hace ahora mismo—. Vamos, nenas —les ordena a las chicas que se comen su polla.

Ya que no puede joderlas, le toca recibir un oral para su despedida.

Ambas chicas se esfuerzan por hacer llegar al Don, quien tiene su cabeza echada hacia atrás mientras lleva su habano a su boca.

—Así, nena. —Aferra su mano derecha en el cabello de una de las chicas, incitándola a ir más rápido y provocando que se ahogue con su polla.

Jadea y deja salir un bajo gemido cuando su espeso esperma sale hasta llenar la boca de la chica que empieza a toser por lo ocurrido.

Suspira, para nada complacido, y la aparta. Toma un pañuelo y limpia los restos de su esperma de su polla, la cual acomoda dentro de su bóxer y procede a subir sus pantalones. Agarra su chaqueta y sale de la habitación.

Se encuentra con su hombre de seguridad.

—Vamos, Fer, que no quiero estar un segundo más en este lugar.

—Como diga, Don. Sígame. —Lo guía por los pasillos hasta llegar a la parte trasera de la mansión.

Una hilera de jeeps blindados espera por el Don. Abren la puerta. Cuando el Don está dentro, los jeeps se ponen en marcha hacia el aeropuerto.

El Don toma una de sus caras botella de licor y echa en un vaso una buena cantidad. Lo ingiere sin hacer ningún tipo de mueca ante el ardiente picor que provoca en su garganta.

—Don —llama su escolta. Hace una seña para que hable—, el joven Alexandro le ha mandado un regalo a Sicilia.

Sus cejas se fruncen porque ya imagina de qué se trata.

—Bien. Cuando llegue, reviso. Si es una buena mercancía la mandaré a Franco para que la ponga a producir dinero —le argumenta a su escolta.

Más que su escolta, es su mano derecha.

(...)

El viaje a Sicilia es en total calma.

El Don suelta un suspiro cuando está en su mansión y después se dirige a su habitación para tomar un baño y tal vez una siesta. Por otro lado, Kara despierta con un horrible dolor de cabeza. Su mirada recorre la recámara; nada le es familiar. Trata de recordar qué pasó. Nada, solo tiene lagunas en su cabeza. Su vestido aún se conserva y no siente nada extraño en su cuerpo que le dé aviso de que fue abusada. Eso la hace respirar tranquila.

Se levanta de la cama para acercarse a la puerta y descubre que no tiene el seguro colocado. Sale de la habitación y halla un enorme pasillo. Se concentra en escuchar los sonidos y captar los olores. Logra atrapar el olor de un… ¿alfa? Su ceño se frunce y decide seguirlo. Si está en la casa de un alfa debe ser por algo.

Los alfas nunca se llevarían a un omega porque saben que son débiles e inútiles. Claro, al menos quieren divertirse con la omega, ya que saben que es sumisa y susceptible a sus hormonas masculinas, más cuando el alfa se excita.

Sus pasos la guían hasta un pasillo donde solo hay una puerta.

Nerviosa, sujeta el pomo de la puerta y la abre para ingresar a la habitación, la cual huele a un alfa, pero el olor no es como el de los alfas que ha visto.

Su cuerpo le pide que corra, pero su parte omega la impulsa a estar cerca de un alfa. Lo necesita. Es hora de aparearse para tener cachorros.

Kara no quiere eso. Ella quiere una vida común y corriente, como la de los humanos. Por ese motivo se fue de su manada, en la cual era repudiada por los demás. Es la vergüenza de sus padres, que son una enorme generación de betas. Ella fue esa mancha que dañó la trayectoria, como si tuviera la culpa de elegir lo que la diosa dispuso para ella.

Pasos se acercan.

Se queda paralizada en medio de la estancia.

El Don sale del baño y seca su cuerpo desnudo. Se tensa al sentir la presencia de otra persona en su dormitorio. Su mirada recorre el pequeño cuerpo cubierto por un vestido rojo. Frunce sus labios y su ceño.

—¿Quién mierda eres tú? —ladra furioso porque alguien que no es la ama de llaves está en su habitación. Kara se encoge en su lugar y agacha su cabeza en total sumisión—. Te hice una pregunta. —Da pasos fuertes hacia ella.

La agarra del brazo con brusquedad y fuerza.

Un pequeño gemido lastimero sale de sus labios.

—No soy nadie —suelta temerosa y sin mirarlo a los ojos, cosa que lo enfurece más.

Odia que la gente no lo mire a los ojos mientras habla.

—Mírame a los ojos cuando te hable. —Aprieta su agarre sobre el brazo de Kara, el cual ya tiene los cinco dedos de su gran mano pintados en su piel.

—Sí, alfa.

Esas palabras lo dejan descolocado, dado que es la primera vez que alguien lo llama de esa manera. Cuando él tenía diez años fue la última vez que oyó ese apelativo.

—¡¿Quién mierda eres?! —Su grito, casi gruñido, inundó la habitación.

Kara tembló bajo su agarre.

Por extraño que suene, a él le gusta la sumisión de la joven.

—No soy nadie, alfa —solloza con miedo.

Él frunce el ceño al oler las perlas saladas que salen de los ojos de la pequeña chica. Arruga sus labios e intenta calmarse.

—¿Cómo te llamas? —Prueba con otra pregunta, pues la chica no capta la interrogante «¿Quién eres tú?».

—Kara —susurra.

Él asiente.

Pasos apresurados se escuchan en su pasillo, luego unos toques en la puerta.

—¿Don? —indaga su mano derecha desde el otro lado de la madera.

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