Una loba para el mafioso romance Capítulo 6

Cuando el Don está en su habitación, va hasta su baño y entra en la ducha. El agua fría recorre su enorme cuerpo desnudo mientras trata de pensar en otras cosas y no en los tormentosos sollozos de la loba.

—Hago lo que quiera. Su cuerpo me pertenece —suelta como si fuera un mantra.

Sus emociones son confusas. Una parte muy profunda dentro de él le grita que lo que acaba de hacer no es correcto, pero otra parte de su cuerpo se siente satisfecha por dominar a la loba. Él está acostumbrado a tomar lo que quiere en cualquier momento sin necesidad de que otros digan que está mal. Nunca necesitó que otros se metieran en su vida. La única persona que escuchaba sin dudar está a varios metros debajo de la tierra.

Cuando vuelve a estar satisfecho, sale de la ducha, toma una toalla para secar su cuerpo y va hasta su armario. Saca un pantalón corto deportivo y una musculosa.

Camina hacia la cocina, donde su ama de llaves termina de darle una última pasada a un bistec, se dirige a la nevera y saca el jugo de naranja.

—Don, deje eso, yo le sirvo.

Niega. —Sigue con lo que haces.

Minerva vuelve a la estufa y él se sirve el jugo.

—¿La señorita Kara bajará a cenar con usted?

Se tensa al escuchar el nombre de la loba.

—No —suelta serio y Minerva asiente—. Necesito que mañana temprano una ginecóloga esté aquí con métodos anticonceptivos.

—Como diga, Don.

Sale de la cocina y se dirige al comedor a esperar su cena.

Ya está cansado de detener su placer y no poder acabar dentro de la loba.

El teléfono suena, el cual agarra sin mirar quién le llama. Establece una pequeña discusión con la persona del otro lado de la línea y cuelga con un humor de perros.

Minerva le sirve su cena.

Come de mala gana y se marcha a su habitación sin ganas de ver a otros, tampoco desea hablar.

(…)

Kara termina de lavar su cuerpo quitando con asco los restos de esperma.

Las perlas saladas que salen de sus ojos se pierden con la lluvia artificial. Siente un ardor en su espalda por los azotes que le dio el Don en su espalda. Se siente humillada, ultrajada y como si fuera un estúpido juguete sexual. Bueno, ya lo es. El Don se lo dejó claro cuando le dijo que solo está en esa enorme casa porque su agujero lo complace. Cuando deje de ser útil la mandará a otro lugar peor que este.

Sale de la ducha y recuerda que no tiene nada qué ponerse. Suspira derrotada. Se acerca a la puerta y le pone seguro. Se va a la cama y cubre su desnudez con las colchas.

El sueño llega en cuestión de minutos y queda sumergida en la oscuridad.

(…)

Unos persistentes toques en la puerta la traen de vuelta a la realidad.

Suspira.

—¡Voy! —Sale de la cama y abre la puerta.

Minerva está del otro lado.

—Kara, te he dicho que no puedes tener tu puerta con seguro —regaña.

—Lo siento —susurra.

Minerva hace una mueca e ingresa en el dormitorio cuando Kara se echa a un lado.

Desde aquella noche en la que el Don la tomó sin su permiso coloca seguro a su puerta con miedo a que entre y la obligue otra vez.

—Sé los motivos por los cuales lo haces. Lo entiendo, pero el Don no está en la mansión desde ese día.

Al otro día, cuando despertó, necesitaba liberar su mente y contarle a alguien lo ocurrido, por lo tanto, se desahoga con Minerva. Ella la mira con pena.

—Lo siento —murmura y le da un abrazo maternal.

Kara llora con desconsuelo sobre su hombro.

Ese mismo día la ginecóloga inyectó a Kara con uno de los métodos anticonceptivos más efectivos. Su parte omega sabe que eso no será suficiente para evitar un embarazo en una noche de celo que tenga el alfa.

Kara está preocupada por eso y espera poder evitar esa noche de celo.

—¿Dónde está? —curiosea.

Minerva elevas sus hombros.

—No lo sé. Nunca sé dónde está el Don —responde—. Te dejaré hacer tus cosas. Tengo que hacer algunas diligencias antes de que el Don regrese.

—¿Vendrá hoy? —El miedo fluye por sus venas.

—Tal vez. El Don nunca dura mucho tiempo fuera de casa. Lo máximo que ha durado fuera son dos semanas.

— ¿Sabes el nombre del Don?

—No, nadie sabe. Solo su mano derecha sabe esa información —contesta con sinceridad.

El nombre del Don es una incógnita para todos sus trabajadores y socios. Nadie sabe de su vida privada. Es como si solo existiera el Don y no una antigua historia detrás de su nombre.

Qué equivocados están todos, pues detrás de todo eso hay una enorme historia.

—Entiendo —musita.

Minerva se retira de la habitación y la deja sola.

Esta semana para la loba ha sido en completa tranquilidad por no tener que ver al Don. Su miedo por él ha crecido y no cree sentirse cómoda ante su presencia. No quiere saber las consecuencias por no ser susceptible a él. Su parte omega le teme al Don.

La loba toma un baño y se coloca la ropa que trajo Minerva.

Aún no tiene ropa en el armario.

Suspira.

Sale y lleva los trastes sucios a la cocina. Minerva le ha dicho que no necesita hacer eso, pero es su único entretenimiento en la enorme mansión. No se le permite salir ni al jardín trasero. Deja los trastes en el lavadero y se marcha a la sala. Se queda quieta por unos ruidos de autos fuera de la mansión. Su curiosidad no le permite moverse de donde está y decide quedarse.

Los omegas son débiles y su curiosidad puede llegar a ser muy grande tanto que pueden poner su vida en peligro solo porque algo les llamó la curiosidad.

Las puertas de la mansión son abiertas por Minerva y por ellas entra una linda chica vistiendo un ajustado vestido negro que no deja nada a la imaginación. Sus caderas de infarto resaltan por la tela, sus pechos no son tan grandes y sus largas piernas son cubiertas por unas botas largas de tacón alto.

Sus miradas chocan y se miran con total curiosidad.

La invitada camina hacia Kara y le da una sonrisa.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Una loba para el mafioso