VENDIDA (COMPLETA) romance Capítulo 21

Raquel Martínez.

— Hola.

Lo saludo, dándome cuenta de los notorios golpes que le adornan el rostro, son tres que están tornándose en tonos más oscuros que resaltan por su pálida piel. Uno que le tiene hinchado el ojo izquierdo, otro en su pómulo derecho y el último no tan llamativo en el labio. Sin contar su ceja rota.

— Demonios, Zack —murmuro apenas lo veo.

— Esto no es nada —se apresura a decir—. En unos cuantos días desaparecerán.

— ¿Te duelen mucho? —una pregunta estúpida, porque de solo verlo hasta a mí me duelen.

Me siento a su lado.

— No mucho.

— Erick es un salvaje, no debió golpearte así.

— Tampoco me dejó tan mal.

Y ambos sabemos que miente, de sólo ver su rostro es algo obvio y puedo asegurar que también tiene hematomas bajo la tela del suéter que cubre su torso y brazos, pero guardo silencio.

Ni pensar que Erick salió sin un solo rasguño de esa pelea.

— Yo... lo siento, es mi culpa el que estés así —bajo la cabeza—. Si tan solo Erick no nos hubiera visto...

— No es tu culpa, así que no te lamentes por nada, ¿vale?

Muevo la cabeza en un gesto afirmativo.

— Ahora dime, ¿cómo estás?

— Mejor que tú, eso es claro —hago una mueca, todavía observando los golpes en su rostro—. Deberías ponerte alguna pomada para que la inflamación baje.

— Eso estoy haciendo.

— Bien.

Apartó la mirada de él, admirando una vez más el hermoso sitio en el que estamos.

— Esto es... sencillamente precioso.

— No tanto como tú.

De reojo lo captó mirarme fijamente con una sonrisa plasmada en su rostro, no puedo evitar soltar un pequeña risa mientras siento como mis mejillas se calientan.

— Gracias.

— Oye... —desvío la mirada hacia él—. ¿No crees que la tarde está perfecta para remar?

Sonríe.

— ¿Remar? —repito, levantando una ceja.

— Si —afirma, sonriente todavía—. Venga, sé que siempre te ha gustado eso, vamos.

— Bien.

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Remamos alrededor de una hora o tal vez dos, no lo sé. Para pasar el tiempo estuvimos charlando de temas que salían por si solos o de las tonterías y chistes malos que decía Zack.

Decidimos hacer otra cosa, por lo que volvemos a la orilla y después que Zack amarra el bote en el muelle del lago que está a una distancia un tanto larga de a donde estábamos primero, nos subimos a su coche y él comenzó a manejar.

Tardamos unos treinta minutos, pero llegamos al pequeño pueblo cerca del inmenso bosque.

Zack detuvo el auto frente a una pizzería dicho dueños son italianos por lo que él me cuenta, también dice que sus pizzas son las mejores. Bajamos del automóvil y en cuanto entramos somos atendidos por un chico que nos llevó al otro extremo del lugar donde hay mesas libres.

— ¿Que desean ordenar? —pregunta el hombre, sostiene un libro de notas en su mano derecha y un lápiz en su izquierda.

— Una pizza barbacoa mediana y dos refrescos, uno de piña y el otro de...

Me mira con la intención de que diga de qué.

—De Pepsi, por favor —sonrío, amable.

— Les traeré su orden en unos minutos, con permiso.

Se va, dejándonos solos.

— Tengo una duda y necesito que me la respondas —Zack se inclina, entrelazando sus manos encima de la mesa.

— Te escucho.

— ¿Cómo la has estado pasando hasta ahora?

— Contigo todo se vuelve divertido —confieso, sonriendo—. Así que la respuesta es, de maravilla.

— Me alegra oír eso.

Esboza una sonrisa sin dejar de mirarme, por fracción de segundos sus ojos bajan a mi boca antes de volver a clavar su mirada en la mía color café.

— ¿Mañana podríamos vernos otra vez?

— No sé Zack, recuerda que...

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