VENDIDA (COMPLETA) romance Capítulo 13

Tres semanas después.

Raquel Martínez.

Estoy en mi habitación sentada en posición de indio sobre la cama mientras miro un programa sobre animales y quito las vendas de mis antebrazos. Ya las heridas han cicatrizado de forma correcta así que no tiene caso usar más vendaje, y para mí suerte las marcas de las cortadas no son tan visibles, debes acercarte mucho para que se noten unas cuantas.

Sigo en la casa en medio del bosque, después del funeral de mis padres Erick decidió que nos quedaríamos un tiempo más ya que estar apartada del ruido de la ciudad según él me haría bien y no se equivocó, este lugar me ha servido para pensar, razonar y sobrellevar la muerte de mis difuntos padres.

En la casa ahora estoy solamente con Sandra quién se encuentra abajo probablemente limpiando, mientras que Erick salió por la mañana sin decir a donde iba, pero imagino que está en su empresa.

Empiezo a aburrirme en cuestión de segundos así que decido bajar al despacho que el ojiverde tiene acá en buscar de algún libro para distraerme.

Una vez entro al despacho tomo del estante el libro del escritor Paulo Coelho llamado El peregrino. Y subo otra vez a mi habitación donde me acuesto en la cama dispuesta a comenzar a leer, pero a mitad de la página siete escucho mi celular sonar así que dejo a un lado el libro y llevo mi mano a la mesita de noche donde reposa para tomarlo.

— Que maravilla más maravillosa —digo al contestar—. ¡Al fin te dignas en llamarme!

— He estado ocupado con el negocio familiar, discúlpame —dice al otro lado de la línea.

— Te las acepto sólo por eso.

— Vale. ¿Cómo estás?

— Mejor, acabo de quitarme las vendas y no se notan mucho las cicatrices.

— No me refería a eso, Raquel.

Un suspiro se escapa de mis labios.

— Su muerte me sigue doliendo como si todo hubiera pasado ayer. Los extraño.

— Yo sé que sí —dice mi amigo—. Y créeme cuando te digo que solo es cuestión de tiempo para que sepas sobrellevar de un todo su muerte y su recuerdo ya no te duela tanto porque nada es para siempre Raquel. Todo tiene una fecha de expedición; el dolor, el amor, la tristeza. Nada es para siempre y el que te sientas así no será la excepción.

— Eso espero —suspiro.

Dos golpes en la puerta de mi habitación llama mi atención justo cuando cambiamos de tema de conversación y él empieza a quejarse de lo cansado y estresado que está y del dolor infernal que tiene en su espalda por lo incómoda que es la habitación de huésped de la casa de sus padres donde se quedó dos días.

— Joel te llamaré más tarde, tengo que colgar.

— Vale, adiós.

Cuelga la llamada y por mi parte apagó la pantalla de mi celular antes de dejarlo sobre mi regazo.

— Pasa.

La puerta se abre y veo entrar a Sandra con una cesta de ropa en sus manos.

— Perdone si la interrumpí, solo vine a traerle su ropa limpia.

— Si quieres déjala en una esquina...

Sandra hace caso omiso a mi pedido y se encamina al armario, deja la cesta en el suelo y comienza a colocar la ropa ya doblada en su respectivo sitio.

La veo hacer su trabajo hasta que termina, recoge la cesta ahora vacía y cierra la puerta del armario.

— Si necesita algo no dude en llamarme —dice—. Estaré abajo...

— No, quédate por un momento por favor, ven —le doy palmadas al sitio vacío frente a mí indicándole que se siente.

Necesito contarle esto a alguien o estallaré antes de lo pensado.

Sandra estos días ha estado muy al pendiente de mí y la considero ya una amiga así que no veo el por qué de no contarselo a ella.

— Pero es que debo...

— Sandra necesito confesarte algo, por favor.

Ella mira la puerta y luego me mira a mí dudosa antes de suspirar, dejar la cesta a un lado en el suelo y sentarse frente a mí en la cama.

— La escuchó.

— Vale, no estoy del todo segura de lo que te diré, pueda que solo este confundiendo las cosas. Aún así necesito que prometas que no lo sabrá nadie más.

— Me esta asustando —confiesa—. Pero se lo prometo.

— De acuerdo —tomo una bocanada de aire para después soltarla, llenandome de valor para decir aquello en voz alta por primera vez—. Yo... llevo todas estas semanas sintiéndome extraña, no sabría explicarte bien cómo porque no hay palabras para describir lo que estoy sintiendo...

— ¿Es algo malo? —inquiere.

Sacudo la cabeza en forma de negación.

— Al contrario, supongo.

— No estoy entendiendo.

— Es que... creo que... qué estoy empezando a sentir cosas...

— ¿Por Erick? —termina por mí, dejándome sorprendida.

Muevo la cabeza en forma afirmativa porque aunque hay una parte en mí que se niega a aceptarlo, sí, Erick en estas semanas sin darme cuenta ha estado escarbando en lo más profundo de mi ser y se ha adueñado de una parte de mi corazón sin querer.

Tal vez solo estoy paranoica o puede que esté confundiendo todo como lo he dicho antes, no sería la primera vez que lo hago puesto a que me resulta fácil confundir lo que siento.

Quizás solo siento agradecimiento hacia él por todo lo que ha hecho por mí en este tiempo, y lo confundo con cariño.

— ¿Cómo lo supiste? —pregunto, arrugando el gesto.

— Ha sido muy obvia —se ríe—. La forma en como lo mira, en como sus ojos le brillan con adoración pura al verlo o al hablar de él. Sin mencionar la felicidad que transmite siempre que él no se comporta como todo un patán con usted.

Sus palabras me hacen fruncir el cejo.

¿La forma en que lo miro? ¿Adoración pura? ¿La felicidad que transmito?

Estoy grave, eso es seguro.

— Y usted no le es indiferente, si lo fuera no la hubiese tratado como lo ha hecho estos días.

— Solo lo ha hecho para que me sienta mejor.

Ella niega con la cabeza como si no entendiera.

— A Erick no le interesa el bienestar de nadie que no sean sus padres, su hermana o sobrino. Y el que se preocupe por ti como lo hizo cuando supo que te habías cortado, que se quede contigo durante toda la noche para que no te sientas sola, que te escuché y el que no se quisiera separar de ti todo este tiempo deja mucho de que hablar.

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