VENDIDA (COMPLETA) romance Capítulo 24

Raquel Martínez.

Las palabras salen por si solas de mi boca, claramente sorprendido Erick abre sus ojos como dos grandes faroles, lo veo abrir su boca dos veces, pero las dos veces la cierra de golpe sin poder articular palabra.

No puedo evitar sentirme arrepentida al instante en que lo digo, pero ya es demasiado tarde como para poder retractarme o lamentarme.

— ¿No vas a decir nada? —cuestiono ante su silencio.

Él permanece en silencio y niega con la cabeza varias veces a la vez que termina de bajar los escalones restantes. Se da la vuelta y lo veo ir a la licorera a servirse un trago el cual se lo toma todo de un solo golpe.

— No tengo nada que decirte —habla, finalmente.

Deja el vaso de cristal sobre la barra y se vuelve hacia mí dándome una mirada que me hace sentir tan diminuta como una pequeña hormiga.

— ¿No?

— No —afirma—. ¿Acaso crees que me comeré el cuento de qué lo estás a estas alturas?

— Pero si es la...

— No, ¡cállate! —demanda, enojado—. Esa ridiculez no es más que una mentira tuya.

Arrugo el gesto por lo antes dicho por él. ¿De verdad cree que estoy mintiendo?

— ¿Una mentira?

— Si, Raquel, una mentira —dice—. ¿Qué ganas diciéndome eso? ¿Que es lo que realmente quieres, ah? ¿Mi dinero? ¿Quieres enamorarme, robarme y huir después?

Mi boca se abre formando una pequeña O ante sus palabras.

Lo mataré, juro que lo haré.

Aprieto mis puños hasta que mis nudillos se tornan bancos, la rabia se toma todo mi sistema. ¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede si quiera insinuar que soy como su ex-prometida? El es un hijo de puta, pero nunca le haría eso y me enfurece el que crea lo contrario.

— ¿Repetir la historia? —sigue—. ¿Eso es lo que quieres?

Bajo los escalones restantes, me acerco a él hasta estar frente a frente y estrelló la palma de mi mano en su mejilla con una sonora cachetada que lo hace tambalearse.

— ¡De ti no quiero absolutamente nada! —lo empujo y golpeó su pecho—. ¡Y no estoy mintiendo, imbécil mal nacido!

— ¡No te creo!

— ¡Me importa una mierda si me crees o no! —increpto—. ¡Allá tú si tus malditos miedos no te dejan darte cuenta que lo estoy!

— Es que no, tú no... no puedes...

— ¿Qué no puedo? —bufo, riendo sarcásticamente—. Pero si ya lo estoy Erick, ¡ya te quiero! Si pude y me arrepiento de hacerlo, me arrepiento tanto porque tú no eres más que un egoísta que solo piensa en sí mismo, no eres más que un pobre niño que se oculta bajo grandes paredes de acero porque teme que le vuelvan a ver la cara de pendejo... Sin dudas tú no mereces ni mi cariño ni nada...

— Eso no... Raquel...

— Erick —lo llama una tercera voz en la sala. Desvío mi mirada hacia ella y veo como la arrastrada se acerca al ojiverde—. ¿Me llevarás o no al aeropuerto? Debo estar ahí antes de una hora.

— Sabrina ahora no —gruñe, apretando la mandíbula.

— Erick por favor, no tengo a nadie más quien pueda llevarme.

«Pide un taxi» Digo para mí misma.

— Ve y cámbiate rápido —responde él, sin embargo—. Te esperaré en el auto.

Clavo las uñas en las palmas de mis manos tratando de contener la rabia al saber que se irá con ella aún sabiendo que no hemos terminado de hablar.

Veo como la pelinegra sonríe de oreja a oreja y sube por las escaleras moviendo sus caderas de forma sensual al caminar, mientras el ojiverde sale de la casa dando un fuerte puertazo.

Me doy media vuelta y me dirijo a la cocina para salir al gran patio trasero, una vez afuera me lanzo en las tumbonas que están frente a la piscina.

Me siento realmente mal, así no espere que fuera su reacción y lo único que deseo en este momento es estar entre los brazos de mi madre, ella si sabe cómo hacer que me sienta mejor.

Apoyo mi mejilla en mis rodillas y abrazo mis piernas con mis brazos, mi vista está borroso por las lágrimas, pero aunque quiero echarme a llorar como siempre me niego a hacerlo. «No merece mis lágrimas» Me repito.

Algo vibra dentro del bolsillo de mi pantalón, mi celular. Lo saco y veo que me ha llegado un nuevo mensaje.

"Joel:

Te espero en la cafetería a unas cuadras del parque.

9:01 a.m."

Cuando me levanté le pedí que nos viéramos, necesito distraer mi mente, más ahora con la reacción de Erick al saber mis sentimientos hacia él.

No le respondo, guardo el celular y salgo de la casa encontrándome con el chófer afuera apoyado del coche leyendo el periódico.

— Buen día Marcos.

— Buen día —respondo, sonriendo—. ¿Desea que la lleve a algún sitio?

— Si, a la cafetería cerca del parque que está por aquí cerca.

— De acuerdo —me abre la puerta trasera del coche—. Suba.

Le sonrió sin mostrar mis dientes y me subo como lo indica para después ver como él se sube y pone en marcha el auto.

[×××]

— Llegamos —avisa Marcos deteniendo el coche frente a una cafetería—.  ¿Quiere que la recoja más tarde?

— No, tomaré un taxi —abro la puerta y me bajo cerrándola detrás de mí.

Cruzo la calle con precaución mirando a ambos lados, entró a la cafetería donde la mayoría de las mesas yacen ocupadas por distintas personas.

Con la mirada busco a mi amigo entre las personas y no tardo en encontrar su cabellera oscura en una mesa al fondo, no me ha visto ya que tiene la vista clavada en su celular así que voy hasta él sin dudarlo.

— Joel —lo llamo, haciendo que desvíe la mirada a mí.

Sonríe al verme.

— Raquel —dice, levantándose del asiento y dándome un cálido abrazo—. Cuánto te extrañé.

Me da un beso en la coronilla y se separa de mí.

— Yo también —le doy una sonrisa de medio lado.

— Siéntate, por favor —me pide, volviendo a sentarse.

Muevo la cabeza y tomó asiento frente a él.

Le hace señas a un empleado del lugar y este no duda en acercarse.

— Dígame —dice el chico, sacando una pequeña libreta del bolsillo de su delantal.

— La señorita quiere ordenar.

El mesero clava los ojos en mí.

— Un capuchino, por favor —le sonrío.

— En seguida.

Se marcha y solo es cuestión de pocos minutos para me traiga el capuchino que recibo dándole las gracias y se vuelva a ir.

— ¿Te ocurre algo? —me pregunta mi amigo—. Te noto como un poco desanimada.

Sacudo la cabeza en un gesto de negación.

— ¿Segura? —vuelve a preguntar.

— Si —miento—. Te tengo una buena noticia.

— ¿Cuál?

— Me voy de la casa de Erick.

— ¿Cómo? —arruga el gesto—. ¿Hablas en serio?

— Si —sonrío—. Tome la decisión hoy y mal por él, pero no pienso seguir viviendo en la misma casa que ese imbécil.

— ¿Te hizo algo?

Callo al recordar lo sucedido está mañana, la rabia se mezcla con la tristeza al recordar cómo eligió irse con su zorra envés de esperar, por lo menos, a que terminaramos de hablar.

— Si te hizo algo —concluyó.

— Eso no importa.

— No, claro que importa Raquel —pone su mano encima de la mía sobre la mesa—. Y si quieres puedes contarme lo que sucedió.

— No quiero hablar de él.

— Bien —dice, y agradezco que no insista mas—. ¿A dónde vas a ir?

— No sé, pero tengo el dinero que mia padres me dejaron así que después veré qué hago...

— Puedes ir a mi departamento, es grande y no tengo problema con que te quedes ahí.

— Gracias, pero prefiero no incomodarte.

— No lo harás.

— De igual forma, prefiero quedarme en un hotel mientras tanto.

— Como quieras.

Pasa una hora y estamos camino al centro comercial más cerca, mientras platicábamos en la cafetería Joel me propuso ir a ver una película al cine así que no dude en aceptar.

Mi amigo deja el auto en el estacionamiento del centro comercial y nos adentramos hasta el piso dónde está el cine.

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