VENDIDA (COMPLETA) romance Capítulo 4

Raquel Martínez.

Despierto por culpa de mi celular el cual lleva minutos sonando.

La alarma... Olvidé quitarla.

Estiró mi mano con pereza hasta alcanzar el celular en la mesita de noche y quito la molesta alarma, dejando después el móvil en su sitio.

Vuelvo a dejar mi cabeza sobre la almohada y cierro mis ojos con la intención de dormir otro rato más, pero desisto en hacerlo cuando dieron unos toques a mi puerta.

Suspiro levantándome resignada de la cama, me coloco mis pantuflas rosas y camino hacia la puerta.

— Buen día —saluda la mujer frente a mí con una sonrisa cuando le abro.

— Hola Claudia —bostezo inconsciente. — ¿Qué sucede?

—Solo vengo a avisarle que el joven Erick la espera en el comedor para desayunar con usted.

— ¿Ahora?

Claudia asintió.

—Pero está demasiado temprano, además no tengo hambre.

— Él siempre desayuna a esta hora —dice. — Y no tiene mucho tiempo por lo que me ordenó que hiciera que bajarás sí o sí.

Suspiro derrotada.

— Bajaré en unos minutos.

— No tarde.

Cierro la puerta encaminándome al cuarto de baño dentro de mi habitación, una vez dentro cepillo mis dientes y me doy una ducha con agua fría para acabar con el sueño que cargo encima.

Ya vestida con short de jeans, una blusa de tirantes amarilla y unos zapatos converse blancos bajo al comedor.

Sentado en la cabeza de la mesa está Erick con su plato intacto frente a él, me acerco limitándome a darle sólo los buenos días y me siento en la silla que está a su derecha.

Poco después dejan un platillo frente a mí y ambos empezamos a comer en completo silencio.

— Iré a trabajar —avisa él, rompiendo el incómodo silencio que se creó momento atrás. — Y cuando llegue quiero verte lista que saldremos.

— Como digas —digo sin interés.

Cuando acabamos de comer una empleada se encargó de recoger los platos y los vasos donde tomamos jugo. Erick sin decir nada se marchó a su trabajo para mí suerte, no tendré que verle la cara hasta la tarde cuando vuelva.

Aburrida de no estar haciendo nada, subo a mí habitación para ver alguna película, pero cambio de opinión al decidir mejor ir a caminar así que de un dos por tres me cambio lo que tenía puesto y me pongo ropa deportiva.

Recojo mi cabello en una coleta alta y agarro mi celular con los auriculares conectados al mismo. Bajo a la planta de abajo avisándole a Claudia que saldré a caminar, al principio se niega en dejarme salir, pero logro convencerla poco después.

Camino sin rumbo alguno mientras Not In The Same de 5 Seconds of Summer entra en mi sistema auditivo, tarareo la canción hasta que termina y empieza otra canción del mismo grupo musical.

Troto sin detenerme hasta que llego a un parque a unas cuantas cuadras de la zona donde vivo ahora; alrededor veo a mujeres ejercitándose, a niños jugando entre sí, a hombres paseando a sus mascotas o con sus parejas y uno que otro grupo pequeño de adolescente charlando sentados en los bancos.

Camino a un banco que está bajo la sombra de un gran árbol que tiene atrás, me siento a observar todo a mi alrededor mientras sigo escuchando música.

Paso más de veinte o quizás treinta minutos ahí sentada sin hacer nada más que revisar mi celular de vez en cuando o mirar a las personas que se pasean frente a mí; siento que una persona se sienta a mí lado poco después, no me inmuto en mirar quien es hasta que toca mi hombro.

Giro mi cabeza a la izquierda y veo a un chico sonriéndome.

— ¿Sí? —pregunto levantando una de mis cejas.

— ¿Puedes decirme la hora? —dice el chico. — Mi celular acaba de apagarse.

Lo miro dudosa por un momento.

Es apuesto, sí, su piel es blanca, su cabello negro con rulos que caen sobre su frente, tiene ojos café y por sus brazos definidos deduzco que se mantiene en forma. Tampoco se ve mayor, aparenta tener tal vez mi edad o un par de años más a lo mejor

— Claro —enciendo mi celular y veo la hora. — Son las diez y media.

— Gracias —sonríe. — Soy Joel, por cierto...

— Raquel —me presento, amable.

— Siempre vengo a este parque y es la primera vez que te veo —comenta. — ¿Eres nueva en la zona o...?

— Sí —afirmo, interrumpiendolo. — Me mudé ayer.

— Eso explica mucho —murmura, asintiendo. — Iré a una heladería cerca de aquí, si gustas puedes acompañarme.

— Lo siento, pero ni siquiera te conozco —soy sincera—. No puedo aceptar tu invitación.

— No pasa nada —asegura, todavía sonriendo.

Lo pienso detenidamente.

Es mejor ir a comer helados que ir a encerrarme a esa casa en la cual no quiero estar ni por equivocación.

— Pensándolo mejor... —él me mira espectante—. Sí me gustaría ir.

— ¿Eres bipolar o algo? —bromea.

Sacudo la cabeza en forma de negación riendo.

— Debo empezar a haber nuevos amigos, los que tenía están lejos de aquí así que... —me encojo de hombros.

Y es tan cierto, mis únicos amigos —que no son tantos— ahora se encuentran fuera del país disfrutando sus vacaciones con sus respectivas familias y desde entonces ninguno se ha encargado de comunicarse conmigo, y aunque yo sí, no me responden.

— Bueno, entonces vamos —dice él levantándose del banco.

Copio su acción y caminando fuimos a una heladería cercana la cual está dos cuadras más adelante del parque.

Entro con el pelinegro y nos sentamos en las mesas cerca de la pared de cristal que nos permite ver a las personas que pasan o cruzan las calles cerca de ahí, o a los automóviles que pasan en la carretera.

Un chico rubio —empleado del lugar— se acerca a nosotros al poco tiempo de haber entrado y pedimos helados; uno chocolate con oreo para mí y otro de fresa con vainilla para él. El rubio se retira después dejándonos solos.

Aprovechamos para hablar de cualquier cosa que se cruzaba por nuestra mente, y poco después el rubio se acercó de nuevo con nuestros helados, uno en cada mano.

— Aquí tienen — dice dejando las copas de helados frente a nosotros. — Disfrútenlo.

— Gracias — respondemos Joel y yo al unísono.

El chico se marchó, dejándonos otra vez solos.

Seguimos hablando como lo veníamos haciendo hace un momento y, a decir verdad, el pelinegro resultó ser un agradable y simpático, me inspiro confianza cosa que rara vez suele pasarme. Y por ello, espero que seamos amigos.

Mi tarde se basó en comer helados y platicar con el extraño que ya no es tan extraño de varios temas diferencia hasta que noto que es demasiado tarde.

«Cuando llegue quiero verte lista que saldremos» Cito las palabras del ojiverde durante el desayuno.

«¡Demonios!» Me levanto del asiento al ver la hora en mi celular, falta un cuarto para las cinco...

¿Tanto así me distraje hablando con Joel que no fuí consciente de la hora?

— Joel, debo irme.

— Entonces vamos, te acompaño hasta tu casa.

Hizo un ademán para levantarse, pero sacudo la cabeza.

— No es necesario —le aseguro, y dejo un beso en su mejilla. — Nos vemos.

Salgo de la heladería a paso apresurado.

«Debo llegar antes que él» Pienso.

Le dí la tarde libre a mi chófer así que busco mi coche estacionado en el lugar de siempre, me subo dejando el maletín en el asiento del copiloto y manejo con rumbo a mi casa.

Llego después de veinte minutos, paro el automóvil frente a la casa y me bajo cerrando la puerta luego. Entro a la casa y avanzo en dirección a las escaleras, subo al segundo piso de la casa y camino a la habitación de Raquel para indicarle que si no se ha arreglado que lo haga de una vez.

Frente a la puerta de su habitación doy tres toques, en ninguno me abre así que termino abriendo la puerta yo encontrándome con la habitación vacía.

— ¿Raquel? —la llamo.

No recibo respuesta.

Voy a su baño en el cual toco la puerta antes de abrirla al no escuchar nada, y tampoco está.

Salgo de su cuarto y recorro casi toda la casa en busca de ella, entro a las habitaciones de arriba, voy a mi despacho, al patio, a la cocina, a todas partes, pero ella no está por ningún lado cosa que me hace enojar de un dos por tres.

— ¡Claudia! —grito al pie de las escaleras— ¡Claudia ven aquí!

Ella aparece frente a mí segundos después.

— Dígame.

— ¿Donde demonios está Raquel? —espeto, furioso.

— En... en su habitación.

— ¿Ah, si? ¡Entonces explícame por qué no la ví cuando fui por ella!

Su rostro se volvió pálido en cuestión de segundos, y empezó a tartamudear incoherencias.

— Cállate —le ordeno— Te lo preguntaré una vez más y por tu bien espero que no mientas. ¿Dónde está...?

— ¿Me buscabas? —dice a mis espaldas.

Giro sobre mi propio eje, y hundo mis cejas en un gesto de confusión al pasar mi mirada por su cuerpo, detallando lo que trae puesto.

He de admitir que le sienta bien la ropa ajustada, le reluce de una manera basta bien sus curvas.

Aparto la mirada de su cuerpo rápido, enfocándome en sus ojos color café que son igual de hipnotizantes que su cuerpo con las proporciones perfectas, a mi opinión.

— ¿Dónde estabas? —pregunto molesto.

— Salí a caminar, y me quedé en el parque a unas cuadras de aquí. —se encoge de hombros.

No le respondo, y giro mi cabeza hacia la mujer de cuarenta y seis años que está a mi lado atrás.

— Creo que te dí una orden.

— Lo sé, señor.

— ¿Y por qué no la cumpliste? —enarco una ceja— Claramente te dije que no la dejarás salir.

— No la trates así —la defiende Raquel— Ella no sabía que salí.

Suspiro, pasando las manos por mi rostro.

— Ve a arreglarte —le ordeno. — Te quiero lista en treinta minutos máximo.

Ella obedeció, y subió las escaleras hasta el segundo piso.

— Que esto no se repita otra vez, Claudia —le advierto.

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