Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 10

—¡Darás a ese niño en adopción y es mi última palabra! —exclamó mi madre furiosa, en un grito.

—¡Que no lo haré! —grité de forma estrepitosa—. ¡No voy a vender a mi hijo! ¿O es que tu si lo harías? ¿Me habrías vendido o a Angie solo por no ser una madre soltera?

Mi madre me miró con sus ojos llenos de mucha rabia y enfado. Se notaba indignada e irritada, era como si mis palabras hubiesen tocado la fibra más arraigada de su cólera, y casi de forma instantánea, su mano rozó mi mejilla con fuerza e ímpetu, pasando sus dedos de forma vigorosa por cada milímetro de mi piel; casi arrastrándola a su paso.

La calentura rápidamente se esparció por toda el área de mi mejilla afectada y giré mi cara con lentitud, mis cabellos se pegaban a mi rostro debido a las lágrimas, pero intenté ser fuerte y reponerme del dolor ante aquella bofeteada.

—Jamás vuelvas a repetir eso —dijo temblorosa, a causa del enfado y me señaló con su dedo índice, para luego agregar—: Además, yo no soy una cualquiera como tú.

La rabia y la decepción empezaron a correr por mis venas y mi respiración se entrecortó. Me sentía humillada, iracunda e impotente, pero también frágil y vulnerable ante su mirada triunfante de haberme herido. Tomé una bocanada de aire y traté de controlarme, no podía llorar y tampoco desatar mi rabia.

—¿Cómo eres capaz de llamar así a tu hija? — intervino mi padre, lanzándole una mirada de enfado y se acercó para abrazarme.

Esa escena se repetía en mi cabeza a pesar de haber transcurrido ya quince días de esa discusión. Lo último que recuerdo, fue a mi padre gritarle a mi madre, y encerrarse en una habitación, de donde salieron una hora después, y pedirme disculpas por su comportamiento, una petición bastante falsa, para mi criterio.

Los días se me hacían interminables e incómodos en su presencia, era realmente una sensación desagradable tener que convivir con ella, a pesar de sus promesas de que cambiaría conmigo. Lo peor era ver como a mi hermana si la trataba bien y le aplaudía sus logros, mientras a mí solo me dirigía miradas de reproche y fastidio; y una que otra vez había insinuado que debía buscar a James para que se hiciera responsable del bebé.

—¿Te has puesto a pensar en lo que van a decir cuando te vean entrar? —preguntó aquella mañana por tercera vez—. ¿Qué piensas decir?

Estábamos sentados desayunando, o intentando, porque con sus reclamos y miradas molestas, el hambre no me llegaba.

—Mamá —reprochó Angie, bajando su taza de café y luego haciéndole una mueca en el aire para que entendiera que debía guardar silencio.

—No voy a callarme, cielo —le dijo a Angie y luego dirigió su vista nuevamente hacia mí para agregar—: Quizás eso te haga cambiar de opinión.

Resoplé y dejé la tostada en el plato.

—No sé cómo hacerte entender que no voy a cambiar de opinión. Que hablen lo que quieran hablar y ya, y si no les gusta, pues es simple, que se tapen los ojos y no me vean —dije de mala gana y tomé mi maleta—. Que disfruten su desayuno, porque yo prefiero irme que seguir aguantándote.

Los días habían pasado y mi vida seguía igual de caótica y sin remedio a la vista. Estaba por ir a mi primer día de clases de mi último semestre, pero tenía compañeras que eran unas arpías y que estaba segura dirían algún comentario sarcástico y burlón; pero no les daría el gusto de verme derrotada.

Con mi comentario me gané una mirada reprobatoria y ofendida de mi madre, pero ya no podía seguir escuchando sus tonterías cada mañana; era horrible vivir ahí, era como si yo fuese la oveja negra de la familia, la vergüenza de los Graze, pero no tenía donde ir, no tenía ni había logrado conseguir un empleo. ¿Qué más podía hacer que seguir viviendo bajo el mismo techo?

—¿Qué pasó? ─ preguntó Mell, con preocupación apenas me vio subir al auto─. Traes una cara horrible. ¿Estás bien?

De no haber sido por ella y Angie, mi hermana, ya me habría desplomado seguramente, ellas eran mi apoyo, el único que tenía en ese momento tan difícil. Armábamos pijamadas y salidas al parque y al cine para estar lejos de mi madre lo más que pudiéramos; pero en algún momento volvía a chocar con mi realidad.

—Ya sabes; mi mamá y sus comentarios —respondí con fastidio, entorné los ojos y me puse el cinturón, que ya me apretaba un poco debido a mi vientre más grande de lo normal.

—Amanda se pasa. Nunca me ha caído bien y menos por todo lo que te hace vivir cada día, supongo que es un infierno —aportó mi amiga, encendiendo el auto al tiempo que miraba con enojo hacia la puerta de mi casa.

—¡Es horrible! No soporto seguir viviendo con ellos, siempre tienen algo que decir, qué si qué dirá la gente, qué si no tengo marido, qué si estoy muy gorda ¡Ni siquiera me dejan comer en paz! —resoplé molesta y dejando caer mi cuerpo en el respaldar de asiento—. Me estoy volviendo loca de vivir en ese infierno, Mell.

—Te he dicho que te vengas a vivir conmigo —murmuró con dulzura—. Te ahorrarías muchos problemas que ya veo venir.

─No quiero incomodarte, pero muchas gracias. Eso sí, te aseguro que, si ahora es un infierno, después será peor. Mi plan es conseguir un trabajo ahora y poder tener un lugar donde vivir cuándo nazca el bebé —comenté y peiné mis cabellos sueltos, para luego meterlos en el moño que recogía mis ondas.

—Bella, ya sabes que tienes a disposición mi casa —insistió con una media sonrisa.

—Gracias Mell, no sé qué haría sin ti —agradecí, devolviéndole la sonrisa y le lancé un beso el aire.

En media hora estábamos en la universidad, y al bajarme del auto, las miradas se posaron en mí. No era bonito sentir las murmuraciones y susurros cuando caminaba hacia mi salón de clases, pero tomé toda la fuerza interior que pude y continué, hasta llegar y tomar mi puesto habitual.

—¿Cómo ha estado eso de qué no te casaste? —preguntó Analida, una chica de nuestra clase, con fama de chismosa.

—Sí, ¿qué sentiste cuándo no llegó tu novio? —preguntó otra compañera de clases, en voz tan alta que llamó la atención de los demás—. Seguro pasó como en las películas, me hubiera gustado estar allí.

—Sí, pero ¿qué pasó contigo y tus curvas ¿Estás gorda o estás embarazada?

—Es cierto, Bella, ¿Qué te ha pasado? Parece que un huracán te pasó por encima.

—¿Cuántos días lloraste?

—¿Tendrás un hijo? —preguntó Víctor desde un extremo del salón, él era uno de los chicos más deseados de nuestro grupo y más de una andaban detrás de sus músculos y de su dinero—. Ay no, ya te dañaste la juventud.

Esas y otras preguntas me mareaban, estaban todas mis compañeras alrededor en busca de información para cotillear entre ellas. Si era cierto que supuestamente yo estaba preparada para responder a todas esas chismosas, pero a la hora de la verdad, no me sentía de la mejor forma para responderles.

—¿Qué pasa aquí? —cuestionó Mell, que había vuelto del baño—. ¡Basta!

Resoplé y escondí mi rostro sobre mis brazos cruzados en el pupitre de la silla.

—Bella no se siente bien. Déjenla, par de chismosas —interrumpió mi amiga, apartándolas de alrededor de mi silla─. Necesita aire.

—De seguro, la embarazó y se fue —concluyó una de las chismosas—. Lo típico, comió y se fue.

—¿Ahora serás madre soltera? —volvió a preguntar otra, enarcando una ceja—. Wao, la inteligente y reina del baile de Navidad del año pasado, Bella Graze, embarazada y soltera.

—¡Ya, basta! —exclamé en un alarido. Ya no podía seguir conteniéndome, sentía mucha rabia de ser juzgada, de ser humillada y de ser criticada solo por haber amado con todas mis fuerzas a alguien—. Ustedes son unas chismosas, ¿quieren tener de qué hablar? Pues sí, me abandonaron en el altar, me dejaron plantada, luego me enteré que estaba embarazada y sí, seré madre soltera y con mucho orgullo. ¿Saben por qué? Porque esto le puede pasar a cualquiera, ahora fue a mí, pero mañana o pasado pueden ser ustedes.

Todas me miraban asombradas, incluso los chicos se habían unido, me miraban con curiosidad.

La profesora entró de pronto y todos volvieron a sus lugares, aunque no me quitaban la mirada de encima y seguían comentando en voz baja. Fue la peor clase de mi vida, parecía que la profesora era yo, porque todos me miraban esperando noticias o alguna reacción para después tener de qué hablar por los pasillos.

—Bella, hiciste muy bien en ponerlas en su lugar —felicitó Mell, dando un sorbo a su jugo de naranja, en el receso.

Miré hacia uno de mis lados y rápidamente distinguí como un grupo de chicas de primer año, miraban mi vientre e incluso, hacían bromas en forma de dramatización, imitando una propuesta de matrimonio, y mirándome directamente para que supiera que era contra mí. La inmadurez se notaba a leguas.

—No estoy segura, Mell. Me siento confundida, creí que hacía bien, pero ahora todas se burlan —mascullé algo incómoda y tapé mi rostro con ambas manos, pero Mell las retiró de inmediato.

—Claro que hiciste lo correcto, en algún momento se iban a enterar, y tienes toda la razón, es algo que le puede pasar a cualquiera, además, no tenemos por qué negar a mi sobrina —opinó con expresión seria, pero un destello en sus ojos se reflejó cuando mencionó a mi bebé.

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