Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 99

Me miré en el espejo y sonreí de forma involuntaria. Me sentía bonita. Acomodé el gorro bohemio en mi cabeza y me di una rápida mirada de suficiencia, orgullosa de lo que veía en el cristal, mi rostro al fin no lucía tan cansado y las ojeras finalmente habían desaparecido, después de dos meses y medio de maternidad y de luchar contra las crisis de sueño de mi pequeño Alex, todo estaba volviendo a la normalidad.

—Date prisa, princesa —exclamó Alex apresurado y su voz resonó en las paredes del baño porque me hablaba desde la habitación—. Te esperamos afuera. No tardes mucho, ya eres hermosa.

—Ya voy, cariño —respondí y una sonrisa afloró en mis labios al escuchar sus palabras. Me apresuré a terminar de guardar los cosméticos en la maleta y de acomodar las últimas piezas de ropa de mi bebé—. En cinco minutos salgo.

—¿Estás lista? —irrumpió Mell con gran emoción y mirándose en el espejo también apenas llegó.

Me detuve al terminar de cerrar la cremallera de la maleta y la miré. Sus ojos brillaron apenas se encontraron con los míos y asentí emocionada y sonriente. Mi rubia embarazada sonrió y a paso rápido se acercó, luego nos abrazamos con fuerza.

—Nuestro sueño —murmuró separándose de mí y me apretó una mejilla con suavidad, tomó su boina vasca y lo colocó en su cabeza, luego aclaró la voz y pronunció en un mal francés—: Paris, voilà deux mamans sexy bébé.

—¿Qué se supone que dijiste ahí? —cuestioné en un murmullo desconcertado.

—París, ahí te van dos sexy´s baby mom´s —contestó con una amplia sonrisa—. Orgullosa de mi curso en línea.

Dejé salir una risita y negué con la cabeza.

—No lo creo —susurré divertida—. Pero… ¡allá vamos! —Seguía sin poder creer que ese sueño que siempre habitó en mis últimas esperanzas, se estaba cumpliendo.

Terminamos de cerrar las maletas de nuestros productos de belleza y nos abrazamos con mucha alegría y expectativas, salimos del baño para encaminarnos al inicio de una travesía hermosa. Nos esperaba nuestra aventura soñada.

Las dos horas siguientes las pasamos entre el camino al aeropuerto y todos los procesos que debíamos seguir hasta subir al avión. Fue un poco tedioso, pero nada lograba opacar la emoción por ese viaje que durante tantos años había deseado, sin saber que terminaría emprendiéndolo no sola, sino al lado de mis dos príncipes, de mi familia.

—Muero de las ansias por llegar —expresé con ilusión mientras amamantaba a mi hijo, recostada con mi cabeza bajo el brazo de mi novio y miraba las manchas de las nubes pasar por la ventana.

—Ya quiero besarte frente a la Torre Eiffel —murmuró Alex dulcemente, al mismo tiempo que jugaba con mi cabello y lo ondulaba con sus dedos—, y jurarte amor eterno una y otra vez en cada rincón de la ciudad del amor.

Sonreí y le dediqué una mirada dulce y llena de ilusión.

—Este viaje ha sido un súper y maravilloso regalo —musité en voz baja y acariciando la frente de mi bebé que al fin se había dormido—. No merezco que...

—Shhh... —pidió, puso uno de sus dedos en mis labios y luego en un susurro acotó—: Princesa, tú lo mereces todo; mereces esto y muchísimo más. —Tomó mi mano y la besó con suavidad—. Serán días inolvidables.

Me miró fijamente y amé cada milímetro de esa sonrisa tan dulce que sus labios sostenían, pero debía besarla y disfrutarla, así que acerqué mi rostro un poco y uní mi boca a la suya con mucha paciencia y dulzura. Sus labios me acogieron con grandes ansias y necesidad, pero, sobre todo, con todo al amor que residía en su corazón y que hizo vibrar mi alma.

Nos separamos un poco y uní mi cabeza a la de él, recostados en el respaldar del asiento y nos quedamos contemplando el color rojizo del atardecer, una franja señalaba el horizonte y los rayos del sol se ocultaban lentamente, dejando a su paso, un tono precioso en el firmamento y motas de algodón anaranjadas que se veían suaves y mullidas cuando pasábamos entre ellas. Sonreí y noté cómo mi bebé se movía entre mis brazos buscando una mejor posición para dormir, sin dudas, mi compañía era la mejor, así que me sentía, literalmente, en las nubes.

—Familia, hemos llegado a nuestro destino, por favor, permanezcan sentados, y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado completamente los motores y la señal luminosa de cinturones se apague —musitó Mell con voz gruesa y formal desde el puesto frontal.

Escuché sus palabras y me sobresalté asustada. Nos habíamos dormido en el transcurso del viaje. Lo primero que hice fue enfocar mis ojos en mi pequeño Alex y me alivié al ver que estaba acurrucado en brazos de su papá, quien también se había despertado de un respingo.

Restregué mis ojos y prontamente las mismas palabras que habían sido dichas por Mell, fueron repetidas, pero esta vez por los altavoces del avión acompañadas de las indicaciones de preparación para el aterrizaje. Mi corazón dio un pequeño vuelco cuando volví a la realidad y entendí que estábamos sobrevolando la ciudad de mis sueños. En menos de cinco minutos sentimos una fuerte sacudida y luego seguíamos avanzando por la pista de forma rápida hasta bajar la velocidad a una más pausada mientras las instalaciones del aeropuerto pasaban por la ventana y las luces colocadas en la vía brillaban al chocar con el cristal, un par de minutos más tarde habíamos aterrizado y estábamos siguiendo los protocolos para bajar.

Al poner mi pie en el asfalto del aeropuerto de París-Orly, una suave y cálida brisa rozó mi piel y con mi bebé en brazos di un vistazo a mi alrededor. Todo parecía tan hermoso así, iluminado con miles de pequeños destellos tintineantes que hacían un perfecto contraste con el cielo nocturno y su luna creciente. Sentí un brazo rodear mi cuello y un beso tierno de mi novio en la mejilla me hizo regresar a la realidad. Mell y Javi nos esperaban algunos metros adelante con su equipaje para dirigirnos al interior del aeropuerto y luego al hotel que nos acogería esos cinco días de ensueño.

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Mis ojos no podían dar crédito al inmenso edificio que estaba frente a nosotros, con un diseño tan hermoso e histórico que parecía un castillo de algún cuento. Pero mi sorpresa fue aún mayor cuando entramos y mis ojos fueron testigos de cada detalle millonario mientras subíamos a la habitación. Era un hotel de lujo con cientos de comodidades, cristales por todos lados, flores de tonos pasteles importadas adornando cada rincón y una especial decoración con los más altos gustos refinados. Aunque la mejor parte llegó apenas mi novio abrió la puerta de nuestra habitación. Las lámparas de cristal pendiendo del techo, la cama, las cortinas, las alfombras, los muebles y cada detalle hacían un juego tan precioso con el panorama tan iluminado que se nos ofrecía desde el balcón. A unos cuantos metros se erigía la Torre Eiffel, tan perfecta y más grande de lo que pude haber imaginado, era realmente una escena hermosa.

—No puedo creerlo… ¡Esto es el cielo! —exclamé con gran emoción y me senté en el borde de la espaciosa cama, de inmediato sentí la suavidad del colchón como si estuviese sentada en las nubes—. ¿Cuánto costó esto?

Seguía sin poder creer que estaba en un hotel cinco estrellas, el Shangri La Paris era muchísimo más de lo que podía haber esperado o imaginado que sería mi hogar esos próximos cinco días, no sabía cómo lo había hecho, pero esta vez me había sorprendido demasiado, jamás imaginé dormir cinco días viendo la torre Eiffel o despertar admirando las calles pintorescas parisinas, o sintiendo el fresco aire del centro francés con tantas historias y culturas fascinantes.

—Eso es lo de menos, princesa. No hay nada que se compare con el gusto y la felicidad que me hace verte tan feliz —respondió en un susurro dulce—. Además, mi cielo son ustedes y se merecen las nubes.

Se acercó a grandes zancadas hasta mí y me dio un beso suave, luego tomó al bebé para cargarlo en sus brazos y caminó hasta el balcón. Los miré y mi corazón se agitó con fuerza y emoción. Lo acunó y besó su frente antes de ponerlo de frente al maravilloso espectáculo de una noche en París.

—Te amo campeón —le murmuraba con tanta ternura que era imposible no conmoverse al ver esa escena tan paternal—, este es tu primer viaje, tu primera excursión y es… simplemente preciosa. —Señaló hacia la torre Eiffel y sonreí, sus palabras eran tan verdaderas—. ¿Sabes cuál fue mi mejor viaje? —Le dio la vuelta con sumo cuidado a nuestro hijo y lo sostuvo frente a su rostro, mirándolo directo a los ojos, luego en un susurro agregó—: Mi viaje de emociones infinitas al saber que existías, que eras vida y latías dentro del vientre de mamá; ese fue mi mejor viaje.

Se me nubló la vista al escuchar sus palabras. No podía contenerme ante tanta dulzura y ternura. Cada vez que Alex tenía a nuestro hijo entre sus brazos, mi corazón brincaba de alegría y se hinchaba de ternura, y, cada vez que lo contemplaba así, solo podía agradecer a la vida por darme la dicha y el privilegio de vivir una historia de amor tan puro y sincero.

Me levanté y acerqué a ambos, con una sonrisa radiante en mis labios y esta vez fui yo quien lo abrazó por la cintura. Tenía lo mejor de mi vida entre mis brazos y no pensaba soltarlo jamás.

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—Lo cuidan bien, por favor —advertí en una súplica por décima vez aún con algo de inseguridad.

—No lo cuidan bien y les juro que se olvidan de volver a quedarse a cargo de él y menos de Lucía —intervino Mell con rotundidad y mucha seriedad en su expresión y al ver que su esposo abría la boca, lo miró fijamente y agregó en un tono firme—: Esta es la prueba de fuego, Javi. Demuéstrame qué tan buen papá serás con nuestra pequeña.

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