Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 11

El cielo empezó a nublarse, la noche estaba por caer, veía como el sol se ocultaba poco a poco y a su paso dejaba colores realmente hermosos, esas combinaciones que no se pueden explicar, porque no sabes cómo describir su majestuosidad. Me moví para cambiar mi posición, porque ya me sentía cansada. Me acomodé mejor en la banca, debajo de un frondoso árbol que intermitentemente dejaba caer sus hojas y que volaban con el poco viento que corría.

Estaba frente a una panadería. El olor a pan caliente me hizo agua la boca, imaginarme comiendo un buen trozo de pan con mantequilla acompañada de una taza de chocolate caliente, hizo rugir la fiera de estómago que llevaba y llevaría por siete u ocho meses más.

Saqué mi billetera y conté las pocas monedas y dólares que tenía. En total eran tres dólares con cincuenta centavos, al menos me alcanzaría para comprar algo de pan y una taza de chocolate y calmar un poco el hambre que ya empezaba a fatigarme.

No sabía qué sería de mí y mucho menos donde pasaría la noche, tampoco cómo haría para seguir estudiando. Sabía qué hacía mal en no hablarle a Mell pero no quería molestar más. Ella llevaba poco tiempo de casada y me dolería en el alma si llegaba a tener problemas con Javi por mi culpa; de modo que mientras tanto, debía conformarme con seguir viendo el atardecer bajo aquel gran árbol.

La gente seguía entrando a la panadería y salían con grandes bolsas repletas de pan fresco y caliente. A pesar de que estábamos en verano, siempre hacía algo de frío en las noches y la gente recurría a panaderías por café, chocolate o cualquier bebida caliente para apaciguar un poco el frío. Me apenaba entrar y descubrir que no me alcanzaba el dinero. Así que, seguí dando largas, pero luego de un rato, ya mi estómago no podía más y mi bebé pedía comer.

Me levanté y cargando mi bolso universitario al hombro, con solo dos cuadernos y algunos lápices, crucé la calle transitada, evitando os autos y las personas que empezaban a dirigirse a sus respectivos hogares, después de un día largo de trabajo.

Cuando llegué a la entrada, me detuve. Me sentía indecisa y poco convencida de si era la mejor opción; solo tenía esos tres dólares y no sabía dónde pasaría la noche, quizás debía guardarlos, sin embargo, un rugido en mi estómago me terminó de convencer de que mi bebé imploraba algo de comida.

Puse mi mano sobre la puerta de vidrio y la empujé con algo de fuerza. Rápidamente el calorcito del establecimiento embargó mi cuerpo, adentro estaba un chico y una chica que atendía, eran más o menos de mi edad. Me acerqué a la pared donde estaba la lista de la deliciosa comida que vendían. Leí la pancarta de precios, justo me alcanzaba para el pan, pero no podría tomar el chocolate.

—Buenas noches ¿desea algo? —preguntó el chico con amabilidad, detrás de la caja registradora.

—Mmm... —dudé nerviosa—, quiero una hogaza de pan de mantequilla, por favor.

—Bien —respondió en un murmullo y se dirigió a una puerta para luego, desaparecer por ella. Al parecer era la cocina. Unos segundos después salió con el pan en una bolsa de papel—. ¿Algo más?

—No... solo eso —dije de inmediato y muy apenada, porque ya sentía el calor en mis mejillas—. Gracias.

El chico se quedó en silencio, pero examinó mi rostro, por lo que aparté mi mirada de una forma disimulada hacia otro lado y así evitar que nuestras miradas se encontraran.

—¿Quieres un chocolate caliente? —preguntó con amabilidad y dulzura, seguido de una sonrisa—. Es la especialidad de la casa, puedes pedirlo con malvaviscos o con trozos de cacao, o quizás con galletas de vainilla, o también con almendras, o puedes probar el de…

Bajé mi cabeza y mi corazón empezó a latir con prisa. Empezaba a arrepentirme de haber ido.

—N-no me alcanza —confesé en un murmullo por la vergüenza que me estaba carcomiendo—. No traje dinero suficiente.

El chico esbozó una leve sonrisa y negó con la cabeza con suavidad.

—Es que no te lo estoy vendiendo, te lo estoy ofreciendo —susurró y mi corazón empezó a latir con fuerza al sentir sus manos en mi rostro y con suavidad levantarlo hasta quedar frente a sus ojos—. No me lo niegues, por favor, tómalo como cortesía de la casa.

Sentir el roce de sus manos en mi rostro me hizo estremecer. No me había fijado lo guapo que era, llevaba su cabello algo despeinado, su nariz con rastros de harina, pero sus ojos eran hermosos y, de inmediato, al encontrarse con los míos, noté cómo se perdían en un gigante mar de sensaciones; sin embargo, me alejé con brusquedad, algunos segundos después.

—¿Estás bien? —preguntó desconcertado y sin apartar su mirada de mis ojos—. ¿Todo bien?

—Sí... —respondí en un susurro y con el corazón acelerado—. Estoy bien, gracias.

—Yo no lo creería mucho. Te he visto toda la tarde sentada allá —confesó, señalando hacia la banca de la calle—, estabas llorando así que no creo que todo esté bien. Sabía que entrarías a comprar algo y si no lo hacías yo estaba dispuesto a llevarte algo —prosiguió y miró a un lado de la barra, en dirección a una canasta repleta de pan fresco y algunos dulces que yacía en la superficie, con una nota en color rosado.

—¿Todo... todo eso era para mí? —pregunté atónita y entre balbuceos por la sorpresa.

—Sí, todo eso y faltaba el toque final —confirmó asintiendo con la cabeza para luego volver a meterse a la cocina. Salió con una taza grande de algo humeante, que desprendía un olor dulce y de inmediato reconocí que era chocolate—. Esta es la variedad Premium del chocolate sonrisas, trae trozos de cacao, malvaviscos, Nutella y algo de caramelo —agregó y puso la bandeja con galleta de avena y la taza repleta de malvaviscos horneados y caramelo crunchy cayendo alrededor del borde.

—Gracias... no sé qué decir. Parece que estuviera muerta de hambre —murmuré avergonzada y el calor de mis mejillas seguía en aumento.

—No digas eso, no es así. No lo interpretes de ese modo. Es un regalo para tu bebé y para ti —replicó sonriendo y señaló mi vientre—. Debe de estar muy hambriento, tenías más de seis horas sin moverte de esa banca, no debes estar tanto tiempo sin comer, puede ser perjudicial para el bebé, y claro, para ti también.

—¿Có-como lo sabes? —pregunté intrigada y fruncí el ceño. Casi no se notaba aún, solo las personas que me conocían de antes y sabían mi contextura normal, se pudieran haber fijado en mi cambio.

—Llegaste justo cuando llegué de comprar harina para el pan de esta tarde y eso hace seis horas y veinticuatro minutos —respondió luego de ver su reloj de mano y encogerse de hombros—. Un panadero siempre lleva el tiempo.

—No hablo de la hora, hablo de mi bebé. ¿Cómo sabes que estoy embarazada? —cuestioné sin dejar de enarcar mi ceja para darle más aspecto de intriga—. No nos conocemos, ¿cómo sabes que espero un bebé?

Sonrió levemente antes de responder.

—¡Ah! Bueno, te he observado toda la tarde. Le hablabas a tu vientre y la acariciabas con dulzura, supongo que llevas un bebé en tu interior, muy pequeño, pero es un bebé —explicó mientras me miraba con fijeza y sin dejar de sonreír—. Y si por eso llorabas, déjame decirte que un bebé siempre será una bendición, un motivo de alegría.

—Lo es, pero cuesta entenderlo cuando no está en los planes —musité seguido de un suspiro—. Espera... entonces ¿has estado pendiente de mí toda la tarde?

¡Qué miedo! ¿Y si era un asesino de embarazadas? ¿O si era un secuestrador? ¿Y si quería robarme a mi bebé? ¿Por qué tanta amabilidad?

—Sí, te dije que te había visto, mientras he estado desocupado, claro —contestó—. Por cierto, ¿qué hace una chica embarazada y tan bonita como tú, sola en la banca de un parque?

No me interesaba responder esa pregunta, porque ni yo misma tenía una respuesta. No iba a contarle que era una mujer desdichada y corrompida por los juegos del destino; no iba a contarle mi historia de tragedias, podría aprovecharse de eso y verme como una mujer débil y vulnerable, y luego atentar contra mi integridad o seguridad personal, física y mental.

Vamos, estaba exagerando, pero tampoco podía confiar en un desconocido así porque sí; mucho menos en uno que regalaba pan, dulces, galletas y chocolate Premiun. Los cuentos de mi infancia me habían enseñado que esos eran los más peligrosos, y confiaba en Disney.

Me limité al silencio. Por fortuna alguien entró y se posicionó justo detrás de mí, sacándonos de ese incómodo momento.

Tomé el pan que había pagado anteriormente y caminé hacia la salida, aprovechando que el chico se había distraído atendiendo al cliente y se encontraba ofreciéndole la nueva línea de pasteles y dulces.

No obstante, cuando estaba a punto de abrir la puerta, una voz me detuvo.

—¿Dejarás a tu bebé con ganas del chocolate caliente?

Cerré los ojos y fruncí mis labios. No iba a ser tan fácil irme de allí. Me giré con lentitud, hasta quedar frente a él, estaba con el ceño fruncido y la taza de chocolate en sus manos. Respiré hondo antes de responder:

—Cuando tenga el dinero para comprarlo, regresaré por él —repliqué forzando una sonrisa y de forma automática coloqué mi mano en la puerta de vidrio, para abrirla y salir de una buena vez de aquel establecimiento.

Sabía que ese chico estaba intentando ser amable conmigo, pero dentro de mí, algo creaba una barrera que no me dejaba confiar. Después de lo de James me costaba confiar de nuevo en un hombre. Y mucho menos en uno de rostro linda y posible secuestrador, observador de embarazadas y regalador de pan con chocolate.

—Era un regalo —susurró y bajó su mirada—. Al menos dime como te llamas —pidió en tono amable, cuando abrí la pesada puerta de vidrio.

—Soy Bella —contesté bruscamente.

—Sí, eres muy bella y un poco grosera, pero ¿cómo te llamas? —replicó divertido y esbozó una sonrisa de lado al ver la reacción de fastidio que había logrado en mí.

—Bella —repetí molesta.

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