Abandonada y Embarazada [#1 Trilogía Bebés] romance Capítulo 6

Los días transcurrieron y en mi estadía en el apartamento pude descubrir varias cosas más sobre James y una de ellas era que tenía muchas deudas, las facturas llegaban sin parar y eran mucho los documentos de préstamos firmados que estaban escondidos en una caja, detrás del armario. Además, había otros donde constaba que la empresa familiar había adquirido una gran deuda para poder solventar una mala inversión que habían hecho. Al parecer, esa era otra de las tantas cosas que me había ocultado, porque siempre afirmaba que era un gran hombre de negocios y que no fallaba en ninguna de sus inversiones, que tenía el poder de generar mucho dinero, aunque fuese a partir de un centavo.

Cuando me enamoré de James, nunca lo hice por un interés económico. Sin embargo, según los demás, mi relación con él tenía fines económicos, una idea liderada sobre todo por su madre. Eso nos causaba muchas discusiones a menudo, sin embargo, logramos mantenernos en medio de todo aquello, por cinco años. Pero ahora me molestaba que me ocultara cosas tan importantes, porque íbamos a ser esposos y era como si me excluyera de su vida mientras me hacía creer que todo iba perfectamente.

Pero lo que más me sorprendió y encendió mi ira, se encontraba en el fondo de aquella caja. No pude evitar la rabia y el coraje cuando encontré tres contratos de alquiler de distintos apartamentos, todos con su foto, pero con diferentes nombres y números de identificación. Había falsificado sus documentos de identidad y lo que más me inquietaba de todo eso era… ¿para qué quería alquilar tres apartamentos si ya teníamos uno?

—Para sus amantes —respondió Mell, cuando hice la misma pregunta una hora después, sentadas en la cafetería de la academia de decoración.

Mis ojos se cristalizaron y negué con la cabeza. Yo también sabía la respuesta, pero me negaba a creer que James pudiera haberme traicionado de una forma tan cruel y dolorosa.

—Lo siento, cariño. No quise hacerte sentir mal, pero no podemos engañarnos pensando que es porque no le es suficiente uno para vivir —repuso y apretó mi mano por encima de la mesa—. ¿O será porque va a dejarte el que puso a nombre de ambos y quedarse con los otros?

Negué con la cabeza y resoplé. Intenté contener el llanto, pero no pude, y terminé llorando al recordar lo último que había descubierto en el fondo de aquella caja que contenía tantos secretos.

—No lo hizo, Mell. Nunca lo hizo —respondí entre balbuceos—. Está solo a su nombre, nunca puso mi nombre en esos documentos, a pesar de que le di mil dólares para el abono.

Mi amiga abrió sus ojos lo más que pudo y negó con la cabeza y entrecerró sus ojos con rabia.

—¡¿Qué?! —exclamó furiosa—. Te juro que es peor de lo que siempre pensé.

Asentí y me refugié en sus brazos que me rodearon con cariño.

—Te quiero —dijo en un susurro y besó mi cabeza.

—Te quiero más —murmuré con dulzura.

Luego de varios intentos, logré calmarme y pausar mi llanto. Me sentía mal, traicionada, engañada y decepcionada de aquel hombre al que amé cada día durante cinco largos años, pero Mell tenía razón, debía seguir adelante, tenía que continuar con mi vida.

Una hora más tarde, nos encontrábamos en la clase de pintura con la profesora Miller, una apuesta señora de cabello gris y ojos negros, que siempre nos hacía reír con sus anécdotas.

—¡Excelente! —felicitó la profesora cuando pasó a nuestro lado. Se detuvo a observar nuestras obras y sonrió con suficiencia—. Han demostrado que tienen un gran talento.

—Se nos da bien esto de decorar ¿eh? —intervino Mell con tono dramático. Dio una pincelada a su paisaje como si fuese una gran pintora—. Admito que al principio no estaba muy convencida de esto, pero ahora me siento Picasso.

Sonreí y seguí dando las últimas pinceladas a la pared que me correspondía. Me había acoplado bien a las enseñanzas de la profesora y estaba usando una de las técnicas más difíciles porque necesitaba estar ocupada y concentrada para no seguir pensando en lo que había visto en aquella caja de cartón blanco.

Era la quinta clase de pintura, al día siguiente tendríamos la tercera de decoración. Habíamos tenido suerte, pudimos encontrar un centro de capacitación gubernamental en el que nos inscribimos y, además, era gratuito. Era una forma de pasar el tiempo y hacer algo productivo, además, habíamos descubierto nuestro talento para hacer obras grandiosas en paredes sencillas y transformar un espacio en algo más creativo.

Salimos de la clase y nos encaminamos hacia el gran portón de la institución. Caminábamos despacio y arrastrando nuestros pasos, odiaba tener que separarme de la grata compañía de mi mejor amiga y por eso alargaba nuestros encuentros lo más que pudiera, para no sentirme tan sola, además, no quería ni llegar a casa y enfrentarme con las mentiras de James.

—¿Cómo está la sobrina más linda del mundo? —preguntó Mell con una sonrisa, cuando se detuvo frente a mí y acarició mi vientre con suavidad.

Me detuve también y la miré. El brillo en sus ojos denotaba la alegría que sentía cada vez que mencionaba a mi pequeño bebé.

—Espera, ¿cómo sabes que será niña? —inquirí, antes de dar un mordisco a la galleta de avena que había comprado en la refresquería, para saciar el hambre que siempre me daba a la salida de las clases.

—Bueno, sólo sé que lo sé —respondió con la mirada perdida y en un tono filosófico—. Si Platón no lo sabía, pues yo sí.

Ambas reímos. Me sentía tan a gusto al lado de Mell, ella había sido mi apoyo en todos esos días de profunda soledad, mi compañía grata, mi confidente y consejera. Estaba agradecida porque no me dio la espalda como mi familia, como mis padres.

—En serio, estoy segura que será una linda princesa —repitió y se puso de pie para luego abrazarme por la espalda y ayudarme a cruzar la calle para llegar hasta su auto.

Y mientras iba en el auto junto a mi mejor amiga, divisé a lo lejos la casa de mis padres y sentí una gran nostalgia. Mis ojos se cristalizaron al recordar lo difícil que estaba siendo llevar todo esto sola, sin su compañía y sin su presencia.

Angie me había hecho dos visitas en el apartamento. Ella era mi hermana menor, la única de mi familia que siempre me entendía. Según había dicho, mis padres estaban arrepentidos y querían que volviera a casa, pero yo me rehusaba porque lo que menos necesitaba era más problemas, ya se me hacía imposible cargar con tantas dificultades a cuestas.

—¿Piensas quedarte en el apartamento? —preguntó Mell con temor al notar que mi observaba la casa en la que viví por tantos años.

Suspiré y me encogí de hombros.

—No sé qué hacer. No quiero regresar a casa de mis padres y tampoco quiero estar más en ese lugar, pero creo que al menos tengo derecho de quedarme unos meses por esos mil dólares que le di —contesté y bajé la mirada. Había sido tan tonta de darle todo el pago final de mi beca universitaria para comprar ese apartamento.

—¿Estás segura? ¿Qué harás si llega? —cuestionó dudosa—. ¿Le dirás que descubriste la verdad? ¿Le dirás que estás esperando un bebé?

—Tengo unas ganas inmensas de no verlo jamás en mi vida —murmuré y cerré los ojos con fuerzas—, que no sé qué hacer el día que por desgracia tenga que verlo.

—Solo te pido que te cuides mucho y, sobre todo, cuida a mi sobrina —imploró cuando estacionó el auto frente al edificio y asentí con la cabeza—. ¿Vamos al cine mañana cuando salimos?

Suspiré.

—Di que sí por favor, me muero de ganas de salir contigo y mi sobrina...

—No tengo ganas —interrumpí con tono aburrido—. Ni siquiera sé si sea capaz de levantarme mañana temprano para ir a la clase.

—¿Temprano? ¡Pero si es a medio día!

—Por eso —respondí en un susurro.

—Vamos, no puedes decirme que no. Ya sabemos pintar, la profesora Miller dijo que tenemos talento y debemos celebrar —insistió con una sonrisa sincera—. Ahora más que nunca hay que encontrar razones para celebrar.

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