Vanesa se incorporó de un tirón y miró asustada a su alrededor.
—Dylan…
«Vaya, no hay nadie. ¡Qué susto!»
Vanesa exhaló un suspiro de alivio dándose una palmaditas en el pecho.
—Vanesa, ¿me has oído? —Orlando gritó impaciente desde afuera, como si fuese a romper la puerta en cualquier momento.
—Sí —Vanesa respondió débilmente bajandose de la cama.
Vanesa no quería abrir la puerta, pero menos mal que Orlando dejo de golpear al escuchar su voz.
—Bája rápido, que ya está el desayuno —dijo Orlando y se fue.
Cuando Vanesa entró al baño, vio los mordiscos que había dejado Dylan encima de los hematomas.
«¡Qué salvaje!»
Después de lavarse rápidamente, Vanesa se echó mucho maquillaje para tapar los mordiscos. Los hematomas ya no eran tan llamativos, pero seguían siendo vistosos, de modo que, eligió un vestido combinado con un ancho collar para poder tapar bien su cuello.
Después de asegurarse de que no se notaban los hematomas, bajó torpemente las escaleras, porque le seguía doliendo el tobillo.
En el comedor, Gerardo estaba sentado en el asiento principal, mientras que Dylan estaba a su derecha, al frente de Orlando.
Los desayunos estaban listos en la mesa, y parecía que yatodos estaban esperando.
—Lo siento abuelo, me levanté tarde —Vanesa se disculpó y se sentó junto a Orlando.
—No pasa nada, que ayer trabajaste muy duro —Gerardo le sonrió amable y preguntó:
—¿Ya se siente mejor tu tobillo?
—Sí.
—No te descuides, quédate descansando en casa esta semana y ya volverás a trabajar cuando te recuperes.
—Sí, abuelo —asintió Vanesa obedientemente.
Cuando Gerardo empezó a comer, los demás también comenzaron a desayunar en silencio. A pesar de que en la familia Moya no se requería guardar silencio en las comidas, nadie habló durante el desayuno.
—Ya estoy lleno, con permiso.
Orlando fue el primero en dejar los cubiertos para marcharse
—Siéntate —Gerardo lo fulminó enfadado.
—Tengo que ir a trabajar o llegaré tarde —explicó Orlando disgustado.
—Nadie te criticará por una leve demora, lleva a Vanesa a la habitación cuando termine de desayunar, que se ha torcido el tobillo, y luego ve a trabajar.
—Si hay muchos sirvientes.
—Haz lo que te digo y punto.
Al ver que la actitud de Gerardo era tan dura, Orlando tuvo que volver a sentarse disgustado.
Por otro lado, Vanesa ignoró la cara descontenta de Orlando y desayunó más lenta de lo normal. Y cuando terminó de limpiarse la boca, dijo sonriendo:
—Abuelo, deja que Orlando se vaya al trabajo. Aún no quiero volver a la habitación, hoy hace un buen tiempo y quiero pasar un rato en el jardín.
—Pues deja que Orlando te acompañe al jardín.
—No hace falta, puedo ir por mi cuenta —Vanesa lo negó sonriendo, ya que los dos se odiaban mutuamente.
Habían sirviente afuera, por eso Vanesa tuvo que dejar que Dylan la guiase lentamente al jardín, llevándola aposta al lugar de anoche.
—El paisaje aquí es único y se ve más especial por las noches.
Vanesa comprobó que no había nadie más y se convirtió en una gata fiera.
—¡Dylan, no te pases! Estamos en la Villa Moya y nos pueden descubrir en cualquier momento. ¡A lo mejor a ti no te importa, pero a mí sí!
—¿No te parece emocionante?
—No, en absoluto —Vanesa refutó enfadada sus palabras.
«Este hombre es un sádico.»
—Bueno —respondió Dylan, pero él seguíría haciendo lo que le venga en gana.
Por otro lado, Gerardo y Orlando estaban sentados uno frente al otro dentro de un coche lujoso y ambos se veían bastante serios.
—Anoche le pregunté disimuladamente a Dylan su propósito de volver a la Ciudad Pacífica, pero éste lo ocultaba muy bien, él tampoco muestra interés para ingresar a la empresa. Cada vez es más complicado leer su pensamiento y ya no soy capaz de saber lo que piensa —dijo Gerardo preocupado.
—¿Qué pretendes hacer, abuelo?
Gerardo frotando la punta suave del bastón no respondió.
Orlando frunció el ceño, muy molesto por la aparición repentina de un rival para su puesto como heredero de la familia Moya.
—¿Has dañado el cuello de Vanesa?
—¿Por qué lo preguntas de repente? —Orlando se puso un poco incomodo, y no quería continuar con el tema.
—Actúa mejor —Gerardo le dijo enfadado—. Tráeme un bisnieto con Vanesa y no estés de juerga con tantas mujeres indecentes.
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