AMOR REBELDE romance Capítulo 3

—Elliot… ¡Elliot!

Elliot optó por abrir los ojos antes de que le vaciaran un cubo de agua fría encima, pero cuando se sentó en la cama, vio que su hermano estaba solo.

—¡Joder, estás muy crecidito para que ande salvando tu trasero! —gruñó Richard—. Levántate, la ceremonia va a empezar en media hora y papá ya está con cara de infarto porque tú no apareces.

Elliot se restregó los ojos.

—¿Qué hora es? —preguntó aturdido.

—Las cuatro de la tarde. ¡Vamos, levanta! —lo apuró su gemelo mientras le entregaba una cerveza helada y dos aspirinas.

Elliot refunfuñó con fastidio y se tomó las pastillas, vaciando media cerveza de un tirón.

—¡Mierda, estuve durmiendo la mona todo el día! —Y encima el dolor de cabeza lo estaba matando. Se tiró de la cama y se metió en la ducha.

—¡Así te debes haber puesto anoche! —lo regañó Richard abriendo las ventanas, porque la habitación estaba que parecía la cueva de los cuarenta ladrones… y casi olía igual.

De repente se detuvo frente a la cama y se quedó paralizado.

—¡Elliot! —gritó y se giró hacia su hermano mientras este salía del cuarto de baño ya medio vestido—. ¡¿Te peleaste anoche?! ¿En serio? ¿En el evento del señor Dhawan…?

Lo inspeccionó bien de arriba a abajo agarrando su cara con una mano y Elliot se la apartó de un manotazo.

—¡Quita, joder! ¡Claro que no me peleé con nadie! ¿Cuándo he sido yo un borracho violento? —se quejó.

—¡Pues es eso o te tiraste a una virgen…!

Elliot puso los ojos en blanco y resopló mientras se ponía la pajarita frente al espejo.

—¿Qué m****a estás diciendo, Richard? ¡No te entiendo nada!

—Hay sangre en tus sábanas —dijo su hermano y Elliot arrugó el ceño, echando un vistazo desde lejos.

Intentó hacer memoria, pero sus recuerdos llegaban hasta bajar un tercio de una botella de whisky en un bar.

—Anoche estuve en el antro de arriba… el Marsala, creo que se llama —dijo cerrando los ojos, pero no le llegaba nada—. Me puse como una cuba, ni siquiera recuerdo cómo llegué a la habitación… pero mis nudillos están enteros, así que no creo haberme metido en una pelea. Seguro me corté con un vaso o algo… ¡y ya deja de incordiar y mejor ayúdame! —terminó rezongando mientras buscaba por todas partes.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Richard.

—Otro de los efectos secundarios de la borrachera, no encuentro mis putas mancuernillas —bufó Elliot y siguió buscando por toda la habitación, porque eran sus preferidas.

Richard intentó buscarlas también, pero sus ojos habían recorrido solo unos pocos metros cuando tropezaron con algo que estaba tirado encima de una de las butacas. Era un pequeño velo de seda negra, muy delicado, con los bordes recamados en hilos de plata, y en uno de los extremos una graciosa floritura con las iniciales KD. La pequeña prenda era una joya en sí misma, debía valer un dineral, así que no era fácil que cualquiera la dejara olvidada.

—¡Mierda, Elliot! Creo que anoche sí te acostast…

—¡Ya deja de molestar, Richard, como un demonio! ¡Al diablo con las mancuernillas! ¡Vámonos antes de que papá se cabree conmigo todavía más! —gruñó Elliot y alcanzó la puerta con un gesto de frustración.

Richard negó con un suspiro, dobló el pequeño velo y se lo echó en el bolsillo del saco. Elliot iba a tener que explicarle aquello tarde o temprano.

Se apuraron a llegar hasta el salón del evento, pero antes de que llegaran uno de los sirvientes los detuvo con amabilidad.

—El señor Dhawan quisiera invitarlos al salón privado antes de que el evento comience, los señores Davies son invitados de honor, por favor acompáñenlos allá. Enseguida traeremos al resto de su familia.

Les señaló una puerta al final de un corredor contiguo y los gemelos asintieron, dirigiéndose hacia ella.

—¿Y qué es lo que se supone que vamos a hacer ahora? —preguntó Elliot fastidiado.

—El señor Dhawan va a anunciar al honorable marido que ha elegido para «la fea» —susurró Richard—. Pero se supone que somos huéspedes importantes, así que estaremos en la mesa principal. Supongo que esto es solo un protocolo más.

—Ojalá termine rápido —gruñó Elliot—. Este exceso de felicidad y celebración me tienen asqueado.

Cuando entraron, Sohan estaba saludando efusivamente a otros de sus socios occidentales, pero no había más de diez personas en el saloncito.

El hombre estaba a punto de dirigirse hacia ellos con la sonrisa dibujada en el rostro, cuando otra de las puertas se abrió y dejó pasar a un huracán en forma de mujer.

Elliot y Richard contuvieron la respiración mientras la veían acercarse a Sohan con determinación. Llevaba un sari negro con adornos en dorado, y un velo igualmente negro. La tela batía con fuerza detrás de ella por la rapidez con la que caminaba, y a Sohan casi el dio un colapso cuando la vio vestida así.

—¡Kali! —gritó furioso, porque el negro se consideraba un color que llamaba al infortunio, no era nada apropiado para una novia—. ¡¿Qué haces vestida así?! ¡Ve a cambiarte ahora mismo! ¡La ceremonia está por empezar!

—¡Y no debería empezar! —replicó su hija y sin saber por qué a Elliot se le erizó cada vello del cuerpo cuando escuchó su voz—. No voy a casarme, ya te lo he dicho. Así que esta es la última vez que vengo a pedírtelo de buena manera. ¡Por favor, padre, no me obligues a hacer esto!

Tres metros más atrás Elliot le dio un codazo a Richard.

—¡Vaya pelotas que tiene «la fea»! —murmuró muy bajito, consciente de lo que podía costarle a una mujer rebelarse contra su padre en aquella cultura.

Pero toda la expresión corporal de aquella chica gritaba «¡peligro!»

—¡Déjate de estupideces, Kali! ¡Ya lo hemos hablado millones de veces! No vas a hacer nada distinto de tus hermanas, no vas a ir a estudiar a ningún lado lejos de nosotros, ¡y definitivamente no te vas a ir a los Estados Unidos! —rugió Sohan—. Ya he elegido un marido para ti. Te casarás con Rowan, su padre es uno de mis socios más importantes en este país, así que te casarás con él, y honrarás a esta familia cumpliendo como una buena esposa. ¡Y se acabó!

Del pecho de la chica salió un grito de ahogada impotencia mientras cerraba los puños.

—¡Te dije que no quiero casarme y no lo haré! —exclamó con rabia.

—¡Kali, tu deber como mujer es casarte y darle hijos a tu marido, y tu deber como mi hija es ayudarme a afianzar mis negocios…!

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