Desde un matrimonio falso romance Capítulo 161

Leopoldo ojeó a Carmen, la niñera que estaba recogiendo sus cosas, antes de posar su mirada en Mariana que estaba frente a él:

—¿Vas a ser dada de alta?

Tras un ligero sobresalto, Mariana asintió con sinceridad y habló en voz baja:

—Estoy mejor, quiero volver a casa, no quiero quedarme aquí más tiempo.

El hombre entrecerró los ojos sin hablar de nada más. Entró en la sala, seguido por Lionel, quien, al verla, le dedicó una sonrisa cortés y le saludó:

—Señora.

Entonces sacó una carpeta marrón de la bolsa que llevaba. Echó en secreto una mirada a Leopoldo antes de entregarle la carpeta que tenía en la mano.

—Señora, aquí están los resultados de la investigación...

Con eso, dio un paso atrás en silencio.

Lionel sabía que su jefe lo había traído para hacer los duros.

Tomando rápidamente la carpeta, Mariana, distraída, se apresuró a sentarse en el sofá, la abrió y sacó la información que había dentro.

Sin embargo, no había más que unos simples papeles por dentro. Los sacó y, tras leerlos, mostró una mirada sombría, luciendo algo derrumbada.

—¿Dalia lo hizo? ¿Por qué?

Mariana se quedó ceñuda, muy confundida.

Según Dalia, era cierto que cuando Andrea la avergonzó, Mariana había dado un paso al frente para ayudarla, pero ahora quiso hacerle daño a su bebé.

El hombre se sentó tranquilamente en el sofá, frunciendo el ceño y sin hablar.

Lionel, parado a un lado y de cuya frente seguía brotando el sudor, supo naturalmente lo que estaba pensando al ver su rostro. Dio un paso adelante y comenzó a decir lo que había preparado con anticipación:

—La Señorita Solís sólo pretendía ponerle las cosas difíciles a Dalia, no quería hacerle nada realmente, pero cuando... usted intervino, la Señorita Solís se puso furiosa e incluso le dijo al director que la sustituyera. Pero gracias a que Dalia consiguió un patrocinador, el asunto quedó zanjado.

También era la verdad, así que más que a Andrea, odiaba a Mariana quien la había ayudado al principio, pero no insistió hasta el final y se la puso aún más difícil.

Mariana abrió los ojos de par en par mientras miraba incrédula a Lionel frente a ella, con el corazón apesadumbrado. Nunca había imaginado que le había echado una mano sólo por piedad, ¡pero había provocado la destrucción a su propio hijo!

Apoyada con lasitud en el sofá, le temblaban las manos.

El sonido de su teléfono le ayudó a recobrar el sentido de repente. Con la cara un poco pálida, lo sacó, miró el número en la pantalla y habló en voz débil:

—Tengo que cogerlo.

Entonces contestó la llamada.

Desde el otro lado de la línea se oyó una voz firme, con la broma habitual desaparecida y sustituida por una gran preocupación que le cortó la respiración.

—Mariana, alguien me ha enviado un archivo a mi correo electrónico, es sobre tu aborto, ¿quieres verlo?

Con las cejas fruncidas, Xavier hizo más fuerza en su mano que sostenía el teléfono, pareciendo un poco indeciso.

Mariana se quedó un poco desconcertada y miró abajo el expediente que tenía en sus manos antes de hablar finalmente en voz baja:

—Envíamelo.

Nada más colgarlo, llegaron unas cuantas fotos a WhatsApp. Hizo clic en ellas y no pudo dejar de tiritar después de haberlas visto.

Se dio la vuelta a mirar a Leopoldo, sentado y pausado, y sólo sintió que su cuerpo se congelaba. Una frialdad que le salía del fondo del corazón la envolvía con tanta fiereza que no podía liberarse.

—Salid primero, tengo algo que decirle al Señor Durán.

Intentó tranquilizarse, pero sonó aún un poco temblorosa.

Hubo un momento de silencio en la sala, tras el cual Carmen y Lionel se miraron y salieron, cerrando la puerta suavemente.

Un silencio embarazoso fluyó entre ellos.

Finalmente, Mariana tomó la palabra en voz suave:

—Diana lo hizo, ¿verdad? ¡Era ella! Ella hizo a nuestro bebé... mi bebé...

Las palabras que siguieron se tragaron una vez más en lágrimas, la calma y el coraje que se habían acumulado con tanta dificultad se desvanecieron en el aire.

Tenía la vista clavada en Leopoldo, sin rendirse ni esquivar, esperando a una respuesta que la defraudara por completo.

El hombre parpadeó lentamente antes de mirar el teléfono que sostenía ella con fuerza, y así levantó la vista hacia ella, callado todo el tiempo.

—¿Estás consintiendo? ¿O crees que no importa nada no hablar conmigo?

Mariana curvó la boca burlonamente mientras que la sonrisa en su rostro se puso cada más vez gélida.

—¡Leopoldo! ¡También es tu hijo! ¿Por qué me tratas así? ¿Por qué le tratas así?

Mariana se levantó y lo miró desde arriba. Sus ojos se fueron volviendo fríos, llevando furia y reproche, pero con una desesperación desoladora en su fondo.

Pero el hombre seguía sentado indiferente en el sofá, como si no sintiera su agitación emocional.

—¡Fuera!

Soltando la palabra con frialdad, Mariana cogió el cuchillo pequeño sobre la mesa y le apuntó con él.

—¡Fuera de aquí!

Leopoldo entrecerró los ojos, con emociones inexplicables surgiendo en su interior, pero permaneció en silencio. Con el ceño fruncido y un rostro sombrío, miraba el cuchillo en su mano.

—Deja el cuchillo.

—¡Sal!

Sin embargo, la mujer, con cara pálida como una sábana, siguió agitando el cuchillo hacia él como si no lo hubiera oído.

Leopoldo frunció aún más el ceño.

—Déjalo.

Diciendo esto, se acercaba con cuidado a ella intentando quitarle el cuchillo de la mano.

Pero su aproximación suscitó una mayor resistencia por parte de Mariana. El cuchillo que llevaba en la mano se agitó indiscriminadamente y al siguiente instante, sin darse cuenta, hirió a Leopoldo en su mano extendida.

La sangre roja brillante chorreó al instante y cayó al suelo a lo largo de sus dedos.

Observando el rojo que se extendía por el suelo, Mariana se quedó helada, en su mente se remontó a la gran mancha de sangre que había debajo de ella en la fiesta de aquel día, al igual que ahora. De repente se agarró la cabeza y gritó.

En este momento, el cuchillo en su mano apuñaló la sien en medio de su pánico. Con ojos desmesuradamente abiertos y labios fruncidos, Leopoldo se adelantó de apuro y agarró el mango del cuchillo, luego se lo arrebató de la mano y lo arrojó a un lado.

Se hizo un corte en la palma de su mano, el dolor lo inundó de inmediato y la sangre corrió a raudales.

Pero él no pareció percibirlo, se limitó a contemplar en silencio a Mariana, en cuclillas en el suelo con las manos sobre cabeza. La mujer era tan delgada, acurrucándose y temblando por todas partes, como si hubiera recibido un fuerte golpe.

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