Desde un matrimonio falso romance Capítulo 267

Mariana sintió que su existencia era una broma, y no pudo evitar dar dos pasos atrás, mirando a la persona que tenía delante con cierta incredulidad y tristeza.

—Madre, ¿acaso soy tu verdadera hija? ¿Sabes lo que estoy pensando? ¿Sabes lo que quiero? ¿Por qué me tratas así? La última vez me pediste que dejara a Leopoldo, esta vez me pides que me retire del programa, ¿y la próxima vez? ¿Quieres que me muera?

Su voz se había vuelto ronca al final, Mariana miró a Clara y sacudió la cabeza sin control, como si no pudiera soportar la tristeza en su corazón.

No sabía desde cuándo Clara se había vuelto así, siempre arrastrándola detrás de ella, sin permitirle avanzar.

«¿Por qué? ¿No quieren todas las madres que sus hijos fueran cada vez mejores?»

Clara miró fríamente a Mariana y dijo con indiferencia:

—¿Por qué te has vuelto así? ¿Quieres tanto la atención de los demás?

Tras una pausa, Clara dijo con severidad y en voz alta:

—¿De verdad no vas a retirar de este programa?

Mariana se calmó lentamente y sus ojos perdieron su brillo natural.

—No.

Ante estas palabras, Clara se sintió aún más enfadada y no pudo evitar darle una bofetada a Mariana.

Sin embargo, al momento siguiente, alguien sujetó la mano de Clara. Ella levantó la cabeza y vio a Leopoldo.

El hombre estaba al lado de Mariana. Su expresión era fría y aterradora.

Clara retiró la mano asustada y retrocedió rápidamente dos pasos.

La esperada bofetada no golpeó su cara, Mariana abrió los ojos, y vio a Leopoldo. En ese momento, ella tuvo una extraña emoción en su corazón.

—¿Por qué has salido?

Mariana miró a Leopoldo.

El hombre no le contestó, miró a Clara y soltó una fría carcajada.

—No sabía que una criada fuera tan atrevida, incluso se atreve a golpear a mi esposa.

Estas palabras hicieron que el cuerpo de Clara se estremeciera y su frente comenzó a sudar.

Aunque se sentía asustada, al pensar en sus palabras, Clara dijo:

—Señor Durán, aunque soy una criada, también soy la madre de Mariana. Este asunto no tiene nada que ver con usted.

Temblaba mientras hablaba. Sus palabras hicieron que Mariana soltara una risa de autodesprecio.

—Si ella es solo tu hija, por supuesto que este asunto no tiene nada que ver conmigo, pero ella también es mi esposa.

Mirando a Mariana detrás de Leopoldo, los ojos de Clara se llenaron de complicadas emociones.

No esperaba escuchar tales palabras de Leopoldo en ese momento.

«¿Qué puede hacer ella?»

Tras decir eso, Leopoldo miró fríamente a Clara. Luego se fue con Mariana.

Clara se quedó congelada en su sitio, sin saber cómo reaccionar.

Tras doblar la esquina, Leopoldo soltó la mano de Mariana y se dirigió a su habitación.

Mariana frunció los labios, su mano aún tenía el calor de la mano de Leopoldo.

No pudo evitar poner su otra mano sobre esa mano, y el corazón de Mariana sintió una extraña emoción. Al recordar la escena de hace un momento, sonrió.

Después de un largo rato, entró en la casa.

Al llegar a la sala, vio al hombre sentado en el sofá, escuchando las palabras de su abuela.

—Mari es una buena chica, debes tratarla bien. Si vuelvo a oír que la tratas mal, voy a castigarte. ¿Crees que es fácil para ti casarte con una chica tan buena? Si no fuera por mí, ¿dónde habrías conseguido una chica tan buena?

Mariana interrumpió las palabras de la anciana, y Leopoldo frunció el ceño, sintiéndose un poco impaciente.

—Abuela, ¿me has echado de menos estos días? Yo te echo de menos.

Al decir esto, Mariana se sentó junto a la anciana, la rodeó con los brazos y apoyó la cabeza en su hombro.

Al ver a Mariana, la anciana se rio. Su cara estaba llena de amables arrugas.

Acariciando suavemente a Mariana, la abuela puso cara de angustia.

—Puedo verte en la televisión cuando te eche de menos durante este tiempo.

Leopoldo levantó la cabeza y miró a Mariana. En sus mejillas había dos pequeños hoyuelos, que eran muy agradables.

De repente, el corazón de Leopoldo latió rápidamente, como si estuviera a punto de salirse de su pecho en cualquier momento.

Leopoldo bajó la cabeza, ocultando las complejas emociones que había en sus ojos.

—Eres filial, a diferencia de otra persona, que no me ha visitado durante tanto tiempo. Si no hubieras venido, no lo habría visto todavía.

La abuela se quejó, mientras miraba a Leopoldo que estaba sentado a un lado.

Mirando a la abuela, Mariana dijo en voz baja:

—Durante este periodo de tiempo, Leo está muy ocupado, por eso no tuvo tiempo de venir a verte. Hoy hemos venido a verte juntos, ¿no te sientes contenta?

Al escuchar a Mariana tomar la iniciativa de hablar por Leopoldo, la abuela se sintió feliz y acarició suavemente la mano de Mariana.

—Hoy estoy feliz.

Tras una pausa, la abuela continuó:

—He visto tu actuación en el programa. Le dije a los vecinos que eres mi nieta política, y ahora ellos me envidian mucho.

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