Desde un matrimonio falso romance Capítulo 275

—No es nada, solo me he torcido el pie, no te preocupes.

Diana miró a Leopoldo con una sonrisa inocente, pero no imaginó que a sus ojos era una niña que pretendía ser madura y la angustia en su corazón se aumentó aún más.

—Dices que no te duele con el pie así. No sabes amarte a ti misma en absoluto.

Leopoldo no tuvo más remedio que ponerse en cuclillas y examinar sus heridas.

Tenía un gran moretón en el tobillo, era tan diferente del color normal de su piel que ella gritó de dolor en cuanto Leopoldo lo tocó con su mano.

Mariana observó rígida cómo el hombre que tenía delante le examinaba cuidadosamente la herida a Diana. Percibió que su corazón latía con tanta fuerza que se asustó un poco y este mismo empezó a doler. En este momento, ella se sentía como una broma, inútil para cualquier cosa.

Las lágrimas le nublaron la vista, de modo que no pudo ver con claridad lo que ocurría frente a ella, excepto una vaga visión de Leopoldo agachado. La imagen era tan bella y amorosa...

Ahogó un sollozo, intentando hablar pero sin poder abrir la boca.

«Que yo recuerde, él nunca se había preocupado tanto de mí...»

—Solo le estaba contando a Mariana con cortesía lo de Internet, quién iba a decir que ellas... —dijo Diana tristemente, con lágrimas en los ojos.

—Mariana, ¿qué te pasa? No hay necesidad de hacer esto aunque odies a Diana, ¿no? ¿Y qué si algo hubiera andado mal? —Leopoldo le reprendió con una cara horrible.

Nuria trató de defenderla, pero fue detenida. Vio a Mariana sacudir la cabeza impotente y obligarse a sonreír mientras la tranquilizaba.

—Está bien.

Luego dirigió la mirada a Leopoldo durante un largo rato antes de hablar.

—De acuerdo.

—Diana es mi novia, espero que todos puedan respetarla en el futuro y que esto no vuelva a ocurrir.

Los ojos de Leopoldo brillaron con luz tan fría que lo hacía escalofriante, pero cuando miraba a Diana estaban llenos de ternura, como si fueran las únicas personas en el mundo.

—¡Vaya! —la gente en la sala exclamó al unísono.

¡La noticia era demasiado alarmante para ser verdad!

—Los que han durado hasta aquí son capaces, así que espero que no se dejen llevar por la soberbia —continuó hablando Leopoldo.

Al oírlo, Nuria se congeló involuntariamente y giró la cabeza para mirar a Mariana, sabiendo que era una explicación a las habladurías de que ella tenía un patrocinador. Pero cuando pensó en lo que acababa de hacer Leopoldo, tuvo por un momento sentimientos encontrados.

Mientras tanto, Mariana tenía los ojos muy abiertos y la tristeza y la conmoción le invadieron, como si decenas de miles de hormigas la mordieran. El dolor era tan grande que no podía decir ni una palabra.

Le castañetearon los dientes de dolor, pero tuvo que sonreír como si no hubiera pasado nada y darles felicidades. Nadie se dio cuenta de lo fea que era su sonrisa ahora, incluso mucho más fea que cuando lloraba.

El personal se acercó y rodeó a Diana para desearle lo mejor, sólo Mariana se quedó sola y atónita, con Nuria a su lado.

Se veía tan desamparada y ridícula, como si fuera un payaso actuando a solas.

Durante un tiempo, en las tendencias se llenaba el anuncio oficial del romance de Diana y Leopoldo, mientras que ella, concursante a la que tanto habían criticado y pedido que se retirara del concurso unos días antes, había sido ignorada.

Nadie se acordaba de ella y todo el mundo se sentía contento por Leopoldo y Diana, diciendo que eran perfectos el uno para el otro.

Este acontecimiento tanto alegró como preocupó a Nuria.

Dentro de la villa, Mariana, aturdida, fijó los ojos en los titulares en la pantalla y comía sin sentir el sabor de la comida, cuando el repentino timbre de su teléfono móvil le devolvió a la realidad.

—Mariana, ven a la casa.

Una voz grave y teñida de ira resonó en sus oídos. Era Juan, y su tono ya no era tranquilo, sino que sonaba indiferente.

Mariana bajó los ojos y aceptó.

—Sí.

«Si tengo razón, se debe a lo de Leopoldo y Diana, ¿no? Qué ridículo».

Sacudió la cabeza con tristeza y se rio.

Se dirigió en coche a la antigua casa de la Familia Durán, y Juan y Perla ya estaban en el vestíbulo esperándola.

—Padre, madre, estoy aquí.

Mariana colocó los regalos que había comprado sobre la mesa y estaba a punto de sentarse cuando una regañina voz la hizo levantarse inmediatamente.

—¿Y tienes el descaro de sentarte? ¡Mira las cosas que has hecho! ¡Has manchado el honor de la Familia Durán!

Perla maldijo furiosa y exasperada, mientras le abofeteó la cara para humillarla.

—¡No sé por qué nuestra familia tenía que casar a una nuera como tú! Nada bueno le ha sucedido a la Familia Durán desde que llegaste. Míralo ahora, los chismes están en todas partes, todo el mundo los sabe. ¿En qué demonios estabas pensando como esposa? —Perla seguía culpando y degradando a Mariana como si no valiera nada.

«¿Cómo es que puedo ser útil cuando Leopoldo nunca me ha reconocido como su esposa?»,

Pensando, Mariana se sintió más ridícula.

—Lo siento, todo es culpa mía.

Ella admitió su culpa. Quería refutarla, pero conocía la naturaleza de Perla y discutir con ella era nada más que meterse en problemas.

Viendo que ella era sincera en su disculpa, Perla, murmurando, comenzó a acusar a Leopoldo.

—Y tú también, ya estás casado, pero nunca te has comportado, sigues ligando con mujeres.

Sus ojos estaban llenos de decepción.

—Como una esposa, eres demasiado decepcionante —Perla suspiró.

Mariana se mantenía con rostro sereno y parada en silencio al escuchar su reprimenda, esperando a que terminara.

—Debería ser yo el desilusionado, no te toca a ti estarlo, ¿no?

Pero una voz gélida sonó, era Leopoldo.

Ni siquiera había entrado cuando vio a Mariana de pie frente a su madrastra con la cabeza inclinada como si hubiera hecho algo malo.

Se acercó, le echó una ojeada a Mariana y luego dijo a Perla sin piedad:

—Mis asuntos no son de tu incumbencia.

Era la madrastra, al fin y al cabo, e incluso si no le caía bien, no se atrevía a reprocharlo delante de Juan.

Después, Leopoldo cogió la mano de Mariana y se marchó dando un portazo.

Mariana miró su mano que él sujetaba cuando salían, y un calor la inundó. No sabía si debía alegrarse o entristecerse, su mente estaba hecha un lío.

De camino a casa.

—No pienses en eso.

Una voz grave llegó de repente a su oído, haciendo que la respiración de Mariana se detuviera en ese momento.

Leopoldo no sabía por qué le daba explicaciones.

«¿Por qué debe importarme cuando solo es un matrimonio oculto y no tiene ninguna importancia lo que ella piense?»

—Lo has admitido delante del público, ¿pero ahora me dices que no piense en ello? —preguntó ella con incredulidad. Su vista se fijaba en el hombre tratando de obtener una respuesta de sus ojos.

—Te estaba protegiendo —las gélidas palabras volvieron a sonar.

Mariana resopló una carcajada, pero lamentablemente, lo único que obtuvo como respuesta fue un silencio interminable.

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