—No quiero ir a hacer ese tipo de cosas aburridas. Si quieres ir, ve solo. No me lleves nunca contigo —Mariana se encogió en dirección a la ventana y emitió un débil sonido.
Sin esperar tal reacción de Mariana, Leopoldo la miró aturdido.
—¿Qué pasa? —un poco avergonzada por la mirada de Leopoldo, Mariana le devolvió la pregunta al hombre.
No tenía nada en la cara, ¿qué hacía mirándola así?
Leopoldo dudó un momento y de repente habló:
—Piénsalo.
Él le estaba recordando a Mariana que tenía que ser responsable de sus propias palabras. ¿Qué quería decir con que era algo aburrido?
Ir con otra persona tal vez, pero no con él.
—Lo he pensado bien.
Los ojos de Mariana eran firmes y no dudaron.
Tomando a la mujer como ejemplo, Leopoldo suspiró:
—Vete a casa.
—Espera, no quiero ir a casa.
Mariana vio que el conductor cambiaba de dirección, dirigiéndose a su casa, y se dedicó a llamar a la otra parte. Ahora mismo, no quería volver a ese hogar todavía.
Por no hablar de lo que había que hacer. Sólo enfrentarse a Leopoldo es un dolor de cabeza.
—¿Qué quieres hacer si no vas a casa o vas a pescar?
Leopoldo la miró fijamente, conteniendo su temperamento. ¿Parecía que iba a luchar con él hasta el final?
Mariana respiró profundamente, sin atreverse a decir nada.
No necesitó levantar la vista para saber lo aterradora que era la expresión de Leopoldo en ese momento. Él era como un león cuyo temperamento podía estallar en cualquier instante. Estaba molesto cuando decía que estaba molesto.
Mirando en silencio a la mujer que tenía delante, Leopoldo se quedó pensando un momento.
—Te daré una última oportunidad, si no me lo dices, lo decidiré yo —dijo Leopoldo con maldad, mirándola fijamente.
Antes de que sus palabras pudieran ser pronunciadas, fueron bloqueadas por Mariana.
—Estás a punto de tirarme del coche, ¿verdad?
Mariana miró fijamente al hombre, con el corazón extremadamente desequilibrado. ¿Qué clase de persona era Leopoldo? Ella lo sabía mejor que nadie.
Esa posibilidad no era descartable.
—No —Leopoldo negó fríamente, observando su cara.
Al ver que Mariana ya no hablaba, Leopoldo sólo intentó hablar:
—¿Cuál era el trabajo del que hablabas?
De repente, se encontró con ganas de hacerle más preguntas.
Sobre ella, él tenía derecho a saber.
—Te lo dije, modelaje y publicidad —Mariana miró por la ventana y respondió sin girar la cabeza.
Pensó que no tenía que informar de todo a Leopoldo.
Leopoldo era un gran presidente con una famosa y prometedora empresa, y su trabajo ni siquiera se acercaba a la naturaleza del suyo.
—¿Qué tipo de ropa es? Recuerda que los términos de nuestro contrato están claramente escritos, tienes que vestirte adecuadamente.
En cuanto Leopoldo pensó en la palabra «modelaje», solo lo relacionó con las modelos de coches.
Su mujer no necesitaba hacer eso.
—Cuando se decida, lo discutiré con usted.
Mariana se acordó de esto antes de recordar que no habían hablado sobre eso.
Pero los diseños realizados por el propio Noe no debían ser reveladores. Si lo fueran, no sería imposible discutirlo cuando llegara el momento.
En opinión de Mariana, esto no era un problema.
—No hay negociación —Leopoldo se mostró inflexible y lo negó rotundamente.
Él era tan cruel. Ella estaba sufriendo a tal punto y no reaccionaba para nada.
—Tienes un verdadero dolor de barriga, pero no estás sudando para nada... Además, aún faltan diez días.
Leopoldo miró a la mujer con los ojos entornados y desenmascaró sin contemplaciones su mentira.
El corazón de Mariana se hundió.
—Sí, eres el más inteligente —resopló y volvió a sentarse, cruzando los brazos con total desagrado.
Ella sabía que Leopoldo podía saber si era verdad o mentira de un vistazo.
Pero este hombre de sangre fría, ¿por qué no puede seguir su propio drama? O de otra manera preocuparse por ella, y obtener el resultado que quería.
No importaba cómo pensara, ella seguía enfadándose.
Mariana se limitó a reprimir su voz y se enfadó sola.
Era como si la escena hubiera contado algo a los ojos de Leopoldo. Su excéntrica señora, de todos modos, tenía que quejarse un poco de vez en cuando.
Leopoldo mira impasiblemente su teléfono.
Sólo después de que el conductor se detuviera, Mariana observó los alrededores.
—¿Para qué me traes aquí? No voy a ir.
Él vio que a Mariana no le gustaba la pesca, así que la llevó a las aguas termales.
—Si no quieres ir a casa, entonces quédate conmigo —Leopoldo miró a Mariana y habló de forma dominante.
Al poder encontrar tiempo para ir a cenar con otras personas y ser confesada por Xavier, su día fue realmente colorido. Pero aún más enriquecedor, Mariana tuvo que recordar de quién era.
—Yo... — Mariana quería decir algo, pero Leopoldo salió del coche.
Sin importarle si ella estaba de acuerdo o no, entraría a grandes zancadas en las aguas terminales.
La ubicación de esta tienda era bastante remota y tenían que pasar por un carril solitario para entrar. Mariana tenía que esperar en la puerta o entrar con él, no había otra opción.
Después de considerarlo mucho, Mariana optó por entrar y soportar un momento de paz y tranquilidad.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Desde un matrimonio falso